“Con la serie Sembradores en el Covid-19, mi objetivo es realmente provocar, dejar una imagen como testimonio de la época y el momento que vivimos. Lógicamente, quien hace y debe hacer la lectura es el espectador. Yo sólo hago el planteamiento, esperando que estas imágenes sirvan como símbolo de energía vital y como fuentes de placer estético. Estas imágenes, van cargadas de humor, el humor también como punto de lucidez frente a la crueldad” … (Dionisio Blanco, 2019).
Desde la primera mitad de la octava década del siglo XX, una de las miradas de fuego más escasa, grata y constante que recibe la República Dominicana en el plano internacional, evoca y auspicia la diversidad expresiva; la impactante riqueza cromática y el potencial trascedente del valioso, significativo y espléndido patrimonio estético-simbólico y cultural, legado por sus creadores plásticos y visuales más prolíficos y emblemáticos.
Ante el laberinto de cauces que arraiga y fecunda la práctica pictórica en Santo Domingo, el abordaje de este fenómeno en particular, desata súbitamente el aluvión de cuestiones vitales y fascinantes: ¿quiénes serían los fabuladores esenciales del y/o lo dominicano a través del arte pictórico? Y ¿Quiénes son realmente los máximos creadores/aportadores de una iconografía pictórica propia, genuina, inconfundible y axiomáticamente distintiva de la dominicanidad?
Desde mi punto de vista, el listado de codificadores pictóricos paradigmáticos de la dominicanidad, estaría encabezado por artistas cuyas respectivas producciones, retienen las cualidades necesarias para la proyección de la pintura dominicana como “marca país, tales como Yoryi Morel, Darío Suro, Paul Giudicelli, Plutarco Andújar, Guillo Pérez, Cándido Bidó, Fernando Peña Defilló, Danilo De los Santos, Elsa Núñez, Ada Balcácer, Jacinto Domínguez, José Cestero y Dionisio Blanco, creador este último de una codificación visual propia y totalizante del sentido de la tierra y la psique nacional a través de sus luminosas y enigmáticas “imágenes de sembradores”.
La temática de los sembradores en el campo; la brillantez de la luz; la exuberancia del paisaje tropical; la transparencia del aire de las islas del Caribe y la energía vital del repertorio sígnico, traslucen el espíritu identitario del universo visual y la obra pictórica de Dionisio Blanco. Universo espectrológico de profundos cimientos transvanguardistas que también cristaliza su alucinatoria desconstrucción poética del ser y el no ser; la presencia y la ausencia; la mismidad y la otredad: lo visible y lo invisible de la dominicanidad.
Dionisio Blanco percibe y nos revela el surrealismo y lo real-maravilloso como manifestaciones únicas de lo concreto americano y como dimensiones palpitantes de lo esencial dominicano ya que, en sus composiciones, la naturaleza, lo telúrico, lo onírico, lo mágico-mitológico, la memoria histórica y la ritualidad cotidiana, se transfiguran indisoluble y armoniosamente unidos, por lo que las mismas precisan con gracia inevitable más bien el estallido de una suprarealidad y/o una realidad estética absoluta.
En el universo simbólico de Dionisio Blanco, el paisaje de la siembra. El producto de la cosecha y la industria. Los utensilios de uso cotidiano en la vida hogareña y la faena campesina. La cifra cultural: mitología, ritualidad, memoria, fantasía, sueño, absurdo, enigma, ritmo y solidaridad, devienen transmutados como dispositivos semióticos clave y como pistas rizomáticas de la resistencia y la persistencia populares; las pulsiones espirituales; las colisiones lúdicas seculares y las contradicciones sociales identitarias dominicanas.
A través de sus series “Sembradores sobre el Trópico Secular” (1984-1994); “Fantasías Oníricas de Sembradores” (1996-2000); “Sembradores frente al falso Espejo” (2004); “Sembradores como el Humo Sagrado”; “Sembradores Míticos”; “Sembradores como Vasos Comunicantes”; “Sembradores sobre la Memoria de la Tierra”; “Sembradores sobre la memoria del Mar” y “Sembradores en Evaporación” (2005-2015), Dionisio Blanco materializa un formidable corpus opus, donde el espacio imagético opera y resiste vitalizado por la oculta rostridad de una intriga perpetuamente delirante y rematadora de la capacidad de su obra pictórica para hacer sentir, inquietar y emocionar.
En otras series más recientes, tales como las tituladas “Sembradores como vasos contaminantes”; “Sembradores al Ritmo de las Piedras”; “Sembradores en el Sonido de la Alegría” y “Sembradores en el Covid-19” (2018-2020), los paradigmas estético-iconográficos de Dionisio Blanco son llevados hasta un grado cero de insistencia. En estas obras, el artista ya no concede la primacía a la ardiente policromía, ni a la mirada ni a la sensación, sino a los más intensos latidos de su espíritu y su sensibilidad poética.
Se trata de un auténtico retablo espectral y aún más sugestivo que establece una ruptura creativa radical con el pasado, incluso con los beneficios económicos de complacer las preferencias de los coleccionistas y las demandas del mercado. Es como si con estas series, que ya suman un conjunto de obras de insólito potencial metafórico e irresistible capacidad evocadora, Dionisio Blanco reconociera la necesidad de trascender sus propios logros, asumiendo la aventura y los desafíos de un futuro tan incierto como inevitable, pero que él abraza con sorprendente entusiasmo juvenil.
Dionisio blanco es un artista orgulloso de su herencia y contexto culturales. Su personalidad creadora, también nos revela una visión profundamente reflexiva sobre los fenómenos socioculturales y procesos políticos de los que no ha podido sustraerse como individuo y como fabulador o imaginero de la memoria, el sueño y el delirio. Y, precisamente, tal disposición crítica se aprecia en la impactante serie de dibujos y pinturas que ejecuta durante la cuarentena y el “estado de emergencia” que enfrenta el pueblo dominicano ante los terribles efectos de la pandemia del Covid-19.
En los dibujos y pinturas de sus “Sembradores en el Covid-19; ejecutados con una rigurosa y efectiva economía formal, basada fundamentalmente en la grisalla, el blanco/negro y las monocromías, Dionisio Blanco suscita toda la abrumadora incertidumbre que traspasa y signa de repente el mundo rural y el espacio urbano dominicanos. Escenario y espacio humanos de presencia y tensiones dramáticas, fijados mediante su distintiva factura técnica y conceptual de toques punzantes y satíricos y habitados por ausencias y personajes “enmascarillados”, sencillos, afanosos y “brutalizados” por los efectos perturbadores de la plaga, la distopia y la desilusión…