Estamos demasiado pendientes de las cosas que no importan ni aportan nada más allá del placer morboso de meterse en las vidas ajenas, mientras lo verdaderamente importante, lo que impacta nuestras vidas como las decisiones que toman los políticos por los que votamos o el uso que da el gobierno a los impuestos que nos sacan de las costillas nos dejan indiferentes y apáticos, como si nos hubieran anestesiado dejándonos sin capacidad para entender y reaccionar.
Tal vez por eso el obispo auxiliar de la arquidiócesis de Santiago, monseñor Carlos Morel Diplán, dijo el otro día en un sermón que en República Dominicana vivimos en una sociedad de distracción, donde muchas veces los ciudadanos pierden de vista los verdaderos objetivos por los cuales deben luchar en la vida. “Estamos viviendo en un mundo de la distracción, por lo cual los verdaderos cristianos tenemos que estar atentos y no dejarnos confundir”.
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Pero no solo a los cristianos de corazón concierne el mensaje del religioso, pues son tantas las distracciones del mundo que todos estamos expuestos a su influjo, a su engañosa relevancia, a lo que contribuyen de manera significativa las redes sociales, donde la verdad y la mentira se confunden y hay de todo para todos los gustos, creando una especie de realidad paralela a la que se ha mudado mucha gente que ha perdido sin darse cuenta el contacto con la realidad real, esa que no quiere que perdamos de vista monseñor Morel Diplán.
El obispo también advirtió en su sermón que las personas no deben distraerse “por cositas” que se lanzan y que buscan desviar su atención de los grandes problemas sociales que enfrentamos cada día, lo que se parece mucho a una crítica a un recurso que los gobiernos suelen utilizar con demasiada frecuencia. Pero hagámosle caso al obispo y abramos bien los ojos, aprendamos a diferenciar la tontería de lo importante, que por andar tan distraídos es que los políticos y los gobiernos han hecho lo que han querido con nosotros.