En el auditorio de una escuela primaria llena de niñas sonrientes, Luz Bautista y Clara Morel contaban historias de princesas y héroes. Morel lucía como vestuario un plástico blanco sobre una blusa colorida, en tanto que Bautista tenía una bolsa de papel marrón sobre sus mallas azules. Ambas mujeres afrocaribeñas mostraban sus abultados peinados afro. “Sí, eres una princesa”, le dijo Bautista a Morel, cuyo personaje sufre porque su tez oscura y cabello crespo la alejan del aspecto típico de una princesa de cuentos de hadas.
“Y tú también (eres una princesa)”, le dijo Bautista a una niña del auditorio, quien comparte el origen africano y español de las actrices. Bautista y Morel son integrantes del grupo teatral “Arbol Maravilloso” que visita escuelas de barrios populares con su campaña “A la escuela voy como yo soy” con el objetivo de combatir el racismo y que los niños sientan orgullo del origen negro de la mayoría de la población dominicana que, pese a sus características mulatas, tiende a describir el cabello crespo como “pelo malo” y a negar su condición de afrodescendiente. El grupo teatral es parte de un movimiento cultural que trata de combatir prejuicios históricos a través del arte y la educación. La coreógrafa Awilda Polanco dirige una compañía de danza que intenta rescatar las tradiciones afrocaribeñas, en tanto que el Instituto Tecnológico de Santo Domingo capacita a maestros de primaria para que respeten y festejan la diversidad, la tolerancia y la herencia africana. Es una tarea ímproba en un país donde los documentos oficiales que incluyen la raza o color de piel, como la cédula de identidad, clasifican a los negros y los mulatos con una “I”, de indio, e incluso con denominaciones más detalladas como “indio-claro”, “indio-oscuro” o “indio lavado”, pero muy pocas veces como negro. Aunque alrededor del 80% de los 10 millones de habitantes de este país caribeño son mulatos, con una gama de tonos de piel que va desde trigueña hasta muy oscura y con predominancia del cabello crespo y grueso, los dominicanos se autodefinen en su mayoría como “indios” con “pelo malo”.
Unos pocos tienen “pelo bueno”… o lacio. Ocultar el cabello crespo es “la expresión más visible de un discurso discriminatorio que anula una parte de la cultura” dominicana, explicó a The Associated Press Morel, directora de “Árbol Maravilloso”. El uso del término “indio” en contraposición con el “negro” surgió como resultado de un sentimiento en contra del vecino Haití generado durante los 22 años de ocupación haitiana (1822-1844), explicó a The Associated Press el historiador Emilio Cordero Michel. República Dominicana se constituyó como nación cuando mediante las armas se independizó en 1844 de Haití. Los niños mulatos, que conforman la gran masa popular, “crecen avergonzados de sus rasgos físicos, su color de piel y su tipo de cabello” debido a una larga tradición que niega la negritud y la disfraza con eufemismos y tratamientos estéticos, dijo Morel. Las escuelas públicas no permiten desde hace varias décadas que las niñas de cabello crespo lo usen suelto y piden que los varones se lo corten al ras con el argumento de que deben evitar la propagación de piojos. Cuando una escuela prohíbe el cabello crespo suelto, “los niños entienden que hay algo malo en sus características”, afirmó Morel, agregando que las reglas en los colegios “no se aplican por igual”, pues las niñas de cabello lacio o “pelo bueno”, sí pueden lucir el cabello suelto, al igual que la niñas de cabello crespo luego de alaciárselo. Uno de los objetivos de las charlas, canciones y obras teatrales de “Árbol Maravilloso” es convencer a los profesores de que flexibilicen las reglas orales contra el cabello crespo y que propicien el orgullo hacia la identidad afrodescendiente. Tras una presentación, un alumno de una escuela en un barrio popular de Santo Domingo se acercó a Morel y le dijo “yo quiero ser de su grupo”, pero no deseaba ser actor. “Yo también quiero ser afrodescendiente”, detalló el niño de piel oscura y cabello crespo.
El “rechazo a la negritud” se asocia a la visión de que “los haitianos son los negros y nosotros, los blancos”, consideró Desirée del Rosario, coordinadora académica del centro de estudios de género del Instituto Tecnológico de Santo Domingo. Aunque insiste que ese rechazo tiene un trasfondo racial. Durante la sangrienta dictadura de Rafael Leónidas Trujillo (1930-1961), quien ordenó en 1937 la ejecución de unos 17,000 inmigrantes haitianos, el término “indio” fue incluido en la cédula de identidad y electoral, recuerda Cordero Michel. El propio Trujillo, un mulato obsesionado por mermar la negritud del país, se maquillaba el rostro para reducir el tono de su piel. “Pocos países usan el color de la piel en los documentos de identificación, pero éste es un país racista”, lamentó Cordero Michel. El Comité para la Eliminación de la Discriminación Racial de Naciones Unidas consideró en un informe del 2013 que las “denominaciones ‘indio-claro’ e ‘indio-oscuro’, que aún persisten, no reflejan la realidad étnica” de República Dominicana. La organización manifestó su preocupación por “la firme negación del Estado” sobre la existencia de discriminación racial, pese a frecuentes denuncias y prácticas de la vida cotidiana. Pero José Ricardo Taveras, director de Migración y uno de los representantes del país en la reunión de ese Comité, ha insistido que no existe racismo, como en Estados Unidos, sino sólo algunos casos aislados. “Nuestra nación se ha constituido en base a un crisol de razas y riqueza cultural donde la migración ha jugado un papel predominante”, recordó Taveras en su participación el 4 de octubre en una reunión sobre migración en el marco de la Asamblea General de la ONU en Nueva York.
El funcionario destacó que el código penal establece sanciones de cárcel para quien incurra en discriminación. El procurador general Francisco Domínguez anunció en mayo pasado sanciones para los centros de diversión que discriminaran a los clientes por su color de piel, raza, peinado o vestimenta, luego de que una joven de doble nacionalidad, estadounidense y dominicana, aseguró que un bar de una exclusiva zona de Santo Domingo le negó el ingreso junto a varios amigos extranjeros por ser mulatos y mestizos. Entre los procedimientos estéticos orientados a disimular la negritud, el más popular y arraigado es el alaciado del cabello entre las mujeres, que ha generado una millonaria industria de belleza y ha dado prestigio a las estilistas dominicanas en Haití, Puerto Rico y en la costa este de Estados Unidos. Según el estudio económico y antropológico de los salones de belleza realizado por Gerald Murray y Marina Ortiz en el libro “Pelo bueno, pelo malo”, las mujeres dominicanas de todas las clases sociales invierten 12% de sus ingresos en tratamientos estéticos.
En los salones de belleza es frecuente ver a niñas a quienes les alisan el cabello con rolos y secadora o incluso con químicos. “Eso es un asunto de racismo, pero también de protocolo”, comentó el ama de casa María Cosme, quien comenzó a alaciar el cabello de su hija María Isabel desde que la niña tenía cuatro años. “Pero le pongo un (químico) desrizado que no es tan fuerte como el de adultos”, asegura Cosme, cuya hija tiene en la actualidad siete años. Cosme, habitante de un barrio popular del oriente de Santo Domingo, narra que decidió alisar la cabellera de su hija por la presión escolar.
Recuerda que un día de fiesta envió a su hija al colegio de monjas con su cabello crespo suelto, sólo adornado con una cinta, y las profesoras le recogieron el cabello y le advirtieron a la niña que para acudir a clases tenía que amarrárselo. Esas restricciones se extienden a los centros laborales. Elizabeth Veloz, una diseñadora gráfica que gusta de usar al natural su cabello rizado, asegura que el jefe de recursos humanos de la empresa de auditores en la que ella trabajaba la cuestionó, poco antes de despedirla, sobre su negativa a alaciarse la cabellera. “Me dijo que el pelo rizo no es un pelo formal, que es un pelo de playa”, comenta entre risas Veloz.
“¡Pero lo peor de todo es que él es negro, como yo! y se lo recorta al ras porque lo tiene crespo”. Pero no todo mundo coincide que el alaciado del cabello tiene tintes racistas. “Los moños (los rizos apretados) son difíciles de peinar; ¿tú sabes lo que duele pasar el peine?”, explicó María Cándido, una joven de ascendencia haitiana que, pese a la pobreza y marginación del poblado donde vive, se alisa el cabello una vez al mes. La estilista profesional Yoly Reyes, quien desde los 15 años se alisa el cabello, reconoce que “soy negra y no por alaciarme el pelo voy a dejar de serlo, pero creo que con el pelo lacio me veo más bonita”. Reyes cuestiona: “¿Cuándo tú has visto a la esposa de Obama con el cabello crespo? No creo que ella se lo alise para dejar de ser negra”.
(Cable de AP)