Oraciones a Dios. Las dificultades en las travesías por el litoral costero generaron a Domingo Marte múltiples inconvenientes, incluso accidentes, pero él no escatimó esfuerzos y siguió adelante, elevando “oraciones a Dios” para seguir adelante.
Algunos pescadores y caminantes de las localidades que observaban a Domingo Marte cargado de equipos de trabajo, dimensionaban las eventuales dificultades; el riesgo de pasar por sitios peligrosos, incómodos, y en ocasiones algunos le advirtieron al intrépido explorador y a los guías que una persona de su edad no podría hacerlo “y hasta vaticinaban los accidentes que eventualmente tendríamos”.
“El cruce de algunos lugares eran verdaderos desafíos”, comentó Marte, ingeniero agrónomo de profesión, conservacionista, promotor del desarrollo medioambiental y autor del libro “Ecos de la costa. Travesía por el litoral marino dominicano”, auspiciado por el Banco Popular Dominicano. La obra del ingeniero agrónomo y promotor de desarrollo medioambiental documenta las 227 playas dominicanas, documentadas y sus características y, además, su contenido tiene un mensaje subliminal, que invita a la sociedad dominicana a preservar los recursos costeros.
Marte hizo su trabajo prácticamente solo, ocasionalmente acompañado por su chofer y un guía local “de apariencia confiable”, de las comunidades que visitaba cualquier día de semana. Cargaba equipos sofisticados, costosos, cámaras fotográficas, trípodes, libretas de apuntes y GPS. “Dormía donde me sorprendía la noche, en lugares que nunca soñó. Pero lo disfrutó al máximo.
Marte comentó que hubiera sido agotador caminar siete u ocho horas diarias por mucho tiempo, “bajo un sol candente, y muchas veces azotado por la brisa y el salitre, si no hubiera sido por el disfrute de observar y fotografiar paisajes, huir al aviso ruidoso de una ola que al deslizarse en la arena casi me moja; correr detrás de un cangrejito en dirección a su cueva, levantar piedras y palos para observar lo que esconden, y muchas emociones más”.
Marte, perseverante, se esforzó en hacer su trabajo, contra vientos, lluvias y mareas altas. Enfrentó una experiencia desagradable en el trayecto de Las Galeras hacia El Frontón, en Samaná, “donde casi caímos al mar. Yo estaba seguro que podía salir nadando, pero me inquietaba perder los equipos fotográficos y mis apuntes. La inquietud fue tan grande que soñé varias veces que todo se perdía”.
En otra ocasión se embarcó en las aguas mansas de la laguna Perucho, en Nagua. En medio de un área de mangle trató de cambiar la posición que tenía para fotografiar una bandada de patos, pero “el frágil botecito se inclinó, traté de sujetar el trípode que había instalado, y caí al agua cenagosa junto al trípode, una cámara Canon con un telefoto de 300 mm, y una cámara Nikon con otro objetivo de largo alcance. Se dañaron los equipos, pero salí ileso y hasta contento”.
Tensión en la travesía. “Las dificultades que tuve en la travesía por el litoral costero me crearon cierta tensión en el momento en que se presentaron, pero después las he asimilado como experiencias de triunfos, situaciones que me reafirman que las metas se alcanzan con voluntad y esfuerzo.
El cruce de algunos lugares eran verdaderos desafíos. Algunos pescadores y caminantes agrandaban la dificultad de pasar esos sitios, y varias veces les advertían a mis guías que una persona de mi edad no podría hacerlo y hasta vaticinaban los accidentes que tendría.
El primer obstáculo fue el cruce del cerro de Tortuguero. Mi guía como yo nos hubiéramos podido desnudar y caminar dentro del mar, llevando los equipos fotográficos con las manos en alto, pero no quise arriesgarme a dañarlos. El cerro no es muy alto, pero había que caminar la roca, en algunos lados resbalosa, al borde del precipicio porque el área contígua estaba llena de guasábaras y otras plantas espinosas. Para colmo la brisa dificultaba el equilibrio. Aunque el temor se asomó varias veces a mi mente, fueron más fuertes mis oraciones a Dios y mi voluntad de seguir adelante, y al final llegamos al otro lado de la orilla, deslizándonos por otras secciones abruptas”.
Ninguna dificultad de pasar un obstáculo topográfico se asemejó al cruce del Cerro Plena. Teníamos que pasarlo para llegar a Piticabo, que junto a cabo Beata son las últimas puntas occidentales del país en tierra firme. El cruce en bote y hasta en barco es evitado por muchos navegantes, por los fuertes vientos que impactan la zona. Pero Cerro Plena es igualmente temido.
Tuvimos que andar sobre roca diente de perro, filosa y puntiaguda como un cuchillo, pero la mayor dificultad era cuando teníamos que saltar los numerosos hoyos y zanjas que tiene el cerro, y cuando descendíamos del salto, quienes esperaban a nuestros zapatos y pies eran los filos de las rocas. En el trayecto vimos muchos tennis rotos, mochilas abandonadas. En nuestro caso, un guardaparques que me acompañaba sufrió un espasmo muscular que casi le imposibilitó caminar. También un joven de 28 años que me servía de guía, sufrió una herida en una pierna causada por el filo de una roca.