(2/3)
Uno de los cuadros más deprimentes de las sociedades desbordadas, especialmente de las más desarrolladas, es el del “zombismo”. Drogadictos y enfermos mentales pululan en avenidas y parques sin dirección ni sentido; sus vidas ya entregadas a la depresión, alienación y extravío. A estos desastres espirituales son candidatos todos los que solo confían o dependen del poder de compra, de su éxito social o político. Formas de ateísmo o agnosticismo práctico, de despreciar las propuestas sobre la posibilidad de otra vida y proponen algún tipo de disciplina espiritual, incluidas las filosofías orientales.
En esas sociedades al parecer han sido superados los tiempos de hambrunas y cataclismos, mientras en países subdesarrollados muy a menudo creemos también haber rebasado esos riesgos, principalmente cuando vivimos períodos de crecimiento económico, en los que la sociabilidad y la dinámica política se desenvuelven en un equilibrio cuya estabilidad, en parte, depende de grupos de intereses no muy santos. Como suelen ser a menudo las negociaciones y entendimientos entre grupos y partidos políticos; o entre cuerpos armados y traficantes de drogas y de haitianos; o entre oligarcas y políticos, entre estos y agentes del narco y bancas clandestinas.
Puede leer: El desorden negociado en sociedades desbordadas
Se tiende a proteger a los malos conocidos y establecidos ante los brotes de delincuentes de nuevo cuño. Diferentes tipos de delitos e ilegalidades suelen ser vistas como normales o son apoyadas y consentidas por los habitantes de las barriadas, forzada o voluntariamente.
También hemos visto en la prensa denuncias de relaciones entre traficantes y los mecanismos del poder económico y político. Y hasta grupos religiosos, en ocasiones, han sido tolerantes respecto a determinados poderes y conductas no santas, ya por temor, o por simple sentido de realidad y de misericordia.
La historia registra serios conflictos entre poderes establecidos y productores de bebidas alcohólicas, cigarrillos y ciertas sustancias; siendo a menudo los propios grupos tradicionales de poder quienes los producen, y las masas de consumidores terminan exigiendo su legalización.
Similar es el caso de los poderes asociados a la fabricación de armas y sistemas de defensa. Grandes potencias ayudan a países pobres vecinos con armamentos para mantener sus fronteras y el orden interno; forma relativamente decente de aumentar su influencia regional e internacional; negociaciones que disimulan sometimientos acaso vergonzosos, si se viesen bajo algún criterio ético y sentido patrio.
En el plano personal parecería que esos problemas y formas degradadas de sociabilidad no nos tocan. Lamentablemente, demasiado a menudo, voluntaria o involuntariamente, consciente o inconscientemente cedemos o negociamos frente a lo injusto, lo ilegal o lo inmoral. Y luego nos sorprendemos de todo este desorden que, según alegamos, no tiene nada que ver contigo ni conmigo.
Meses atrás me acerqué a un vecino dueño de restaurant solicitándole que organizara el parqueo que bloquea el paso al caminante. Con calma y respeto me dijo: Vecino, hace años que en esta calle todos se estacionan y construyen y violan normas legales de todo tipo. Y nadie les ha dicho nada. Nosotros estamos haciendo lo mismo. Me marché en silencio.