Dedicado a mi hermana-amiga mexicana Patricia Gascón Muro
Crepúsculo marino,
en medio
de mi vida,
las olas como uvas,
la soledad del cielo,
me llenas
y desbordas,
todo el mar,
todo el cielo,
movimiento
y espacio,
los batallones blancos
de la espuma,
la tierra anaranjada,
la cintura
incendiada
del sol en agonía,
tantos
dones y dones,
aves
que acuden a sus sueños,
y el mar, el mar,
aroma
suspendido,
coro de sal sonora,
mientras tanto,
nosotros,
los hombres,
junto al agua,
luchando
y esperando
junto al mar,
esperando.
Poema: Pablo Neruda
Continuamos con la serie de artículo de la obra de Edgar Morín bajo el título “Los siete saberes necesarios para la educación del futuro”. En las entregas anteriores hablamos de los siguientes saberes: “Las cegueras del conocimiento”; “Los principios de un conocimiento pertinente”; “Enseñar la condición humana” y “Enseñar la identidad terrenal”.
Como podrá verse, estos 7 saberes constituyen una síntesis de lo que hemos venido planteando a lo largo de esta serie. El saber 5, “Enfrentar las incertidumbres”, fue más o menos descrito en el artículo titulado “La educación como enseñanza de la incertidumbre” publicado en el mes de marzo pasado. En esta oportunidad, Morín inicia su reflexión partiendo de una serie de interesantes preguntas:
¿Quién hubiera pensado en la primavera de 1914 que un atentado cometido en Sarajevo desencadenaría una guerra mundial que duraría cuatro años y que provocaría millones de víctimas?
¿Quién hubiera pensado en 1916 que el ejército ruso se disgregaría y que un partido marxista marginal provocaría, contrario a su propia doctrina, una revolución comunista en octubre de 1917?…
¿Quien hubiera pensado que Hitler llegaría legalmente al poder en 1933?…
¿Quién hubiera pensado en 1943, en plena alianza entre soviéticos y occidentales, que sobrevendría la guerra fría entre estos mismos aliados tres años después?
¿Quién hubiera pensado en 1980, aparte de algunos iluminados, que el imperio Soviético implosionaría en 1989?
¿Quién hubiera imaginado que en 1989 la Guerra del Golfo y la guerra que desintegraría a Yugoslavia?…
Nadie puede responder a estas preguntas…. Y tal vez permanezcan sin respuestas aún en el siglo XXI… (p. 40)
Se responde Morín diciendo que la historia camina de forma inesperada, no linealmente como planteaban los marxistas, sino con desviaciones y creaciones internas, o también por accidentes externos, o sencillamente por el azar mismo. La historia es un complejo proceso de orden, de desorden y de organización. Concluye su planteamiento diciendo que toda evolución es el producto de la desviación que se desarrolla, provocando la transformación del sistema. La desviación, dice, lleva en sí misma el germen de la desorganización, pero luego las reorganiza.
Así pues, la humanidad ha vivido la aventura de lo incierto y lo desconocido. La incertidumbre ha sido su signo al caminar. Morín afirma que existen varios tipos de incertidumbres, a saber:
1. Las incertidumbres y la ecología de la acción. Es definida por Morín como la toma de conciencia de que la acción es decisión, elección y apuesta. “La ecología de la acción es, en suma, tener en cuenta su propia complejidad, es decir, riesgo, azar, iniciativa, decisión, inesperado, imprevisto, conciencia de desviaciones y transformaciones.” (P. 43)
Concluye este apartado que el signo de la humanidad es la “impredicibilidad en el largo plazo”. Se pueden hacer cálculos sobre los efectos de una medida, pero es muy difícil. Ninguna acción, afirma Morín, tiene la certeza de que obrar en el sentido de su intención. Pues aunque se tomen decisiones con plena conciencia, la incertidumbre se vuelve la “plena conciencia de una apuesta”. Y es esa sensación de incertidumbre constante lo que ha permitido a la humanidad a caminar, a transitar en el tiempo y el espacio.
Enseñar la incertidumbre para desarrollar la comprensión, es la gran tarea de la educación del siglo XXI. La comprensión se ha vuelto esencial para los seres humanos. Es importante diferenciarla de la información. Ninguna tecnología aporta comprensión: “la comprensión, dice Morín, no puede digitarse”. Educar va más allá de la comprensión de las matemáticas, la geografía o la historia. Educar para la comprensión humana es otra cosa. Esa es la verdadera misión espiritual de la educación: debemos propiciar la comprensión entre las personas, como condición y garantía de la solidaridad y la ética.
Comunicarnos bien nos lleva a la comprensión. Comprender no es almacenar información. Comprender significa que intelectual y racionalmente podemos aprehender y explicar lo que hemos leído. Pero la comprensión humana va más allá, sobrepasa la explicación, lo meramente intelectual y objetivo; pues comprender implica, necesariamente, un proceso de empatía, identificación y proyección.
Educar para comprender requiere el abandono del egoísmo y la auto justificación, y sobre todo la auto-glorificación, y la tendencia a acusar a los demás, extraños o no, de ser la causa de todos los males. Propone entonces Morín la “ética de la comprensión”:
La ética de la comprensión es un arte de vivir que nos pide, en primer lugar, comprender de manera desinteresada. Pide un gran esfuerzo ya que no puede esperar ninguna reciprocidad…La ética de la comprensión pide argumentar y refutar en vez de excomulgar… La comprensión no excusa ni acusa: ella nos pide evitar la condena perentoria, irremediable, como si uno mismo no hubiera conocido nunca la flaqueza ni hubiera cometido errores. Si sabemos comprender antes de condenar estaremos en la vía de la humanización de las relaciones humanas. (p. 50)
Finalmente esta “ética de la comprensión” implica la interiorización profunda de la tolerancia, y la asunción de que la cultura debe ser plantearía, pues la comprensión es al mismo tiempo medio y fin de la comunicación humana. El planeta, finaliza el pensador, necesita urgentemente de comprensiones mutuas en todos los sentidos y en todos los planos. Pero, ojo, el desarrollo de la comprensión requiere de una reforma urgente de las mentalidades. En ese punto la educación juega un papel vital.