Efemérides y costumbres navideñas del antiguo Santo Domingo

Efemérides y costumbres navideñas del antiguo Santo Domingo

Cuando hablamos de efemérides antiguas y, de paso, sobre correspondencia de fechas anteriores a 1582, debemos tener en cuenta que a partir de ese año España, junto con otros países europeos, sustituyó el vetusto calendario juliano (instituido en el año 46 a. C. por Julio César, a quien debe su nombre) por el nuevo calendario gregoriano, llamado así en honor a su promotor, el papa Gregorio XIII, y que es el que se utiliza hoy en día en buena parte del mundo occidental. Hay que señalar, además, que la inexactitud del primero de estos dos sistemas de medición implicaba que se acumulaba un día cada 128 años. Tanto es así que, para la segunda mitad del siglo XVI, ese desfase alcanzaba ya los 10 días, provocando una grave distorsión en el cumplimiento del calendario litúrgico (que se compone, fundamentalmente, por los tiempos de adviento, navidad, cuaresma y pascua, además del conocido como tiempo ordinario). Fue en estas circunstancias cuando se emitió la bula Inter Gravissimas, mediante la cual el último de estos pontífices dispuso que el jueves 4 de octubre de 1582 fuera inmediatamente seguido por el viernes 15 de octubre, compensando así la diferencia.

Todo lo anterior afecta, por ejemplo, la fecha que tenemos asignada en el imaginario colectivo al naufragio de la nao Santa María y a la posterior construcción, en el litoral norte de la Española, del fuerte de la Navidad, pues de conformidad con el cómputo actual la capitana del primer almirante habría zozobrado nada más y nada menos que el 4 de enero 1493.

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Lo mismo sucede con el famoso Sermón de Adviento, pronunciado el 21 de diciembre de 1511 por fray Antonio Montesino, la “voz que clama en el desierto”, denunciando los abusos cometidos por la sociedad encomendera local, Diego Colón incluido, en perjuicio de la población autóctona. Intimado por las autoridades a retractarse, el dominico arremetió nuevamente el domingo 28 de diciembre, ratificando los términos de su denuncia. Así, jalonada por conflictos éticos, filosóficos y espirituales, se vivía la Navidad en la Española a pocos años vista del momento del contacto. Sin embargo, si nos atenemos a nuestro sistema actual de datación, dichos sermones habrían ocurrido el 31 de diciembre de 1511 y el 7 de enero de 1512, respectivamente, con el agravante de que ninguna de dichas fechas habría caído en domingo.
Idéntica situación encontramos al estudiar la rebelión de los esclavos del ingenio de don Diego Colón, que inició en la cuenca del río Higüero el 25 de diciembre de 1521 (4 de enero de 1522 en el calendario gregoriano). Los conjurados, en su mayoría de la etnia wolof, conocidos popularmente como jelofes, planearon minuciosamente el golpe, con la intención de abolir para siempre la esclavitud. Para hacerlo, determinaron que la mejor fecha sería la Navidad, época en que la mayoría de la población esclavista estaría descuidada celebrando. Ciertamente, la historia está repleta de ejemplos en los cuales los sublevados suelen aprovechar la resaca que sigue a las fiestas para llevar a cabo sus planes.

Por lo demás, podría decirse que en aquella sociedad de órdenes, cerrada, eran las élites (a través del cabildo y de la iglesia) las que regulaban el espacio ceremonial y festivo. Importa resaltar por tanto que, de conformidad con el Sínodo Diocesano de 1610 y el Concilio Provincial de 1622, la celebración de las “navidades” se enmarcaba entre el 21 de diciembre, en que se recordaba a Santo Tomás Apóstol y el 6 de enero, fiesta de la Epifanía Domini o Epifanía de Nuestro Señor. Entre ambas se celebraban el 25 de diciembre, llamada entonces Nativitas Domini Nostri Jesu Christi, el 26 de diciembre en honor a San Esteban, el 27 de diciembre, fiesta de San Juan, apóstol y evangelista, el 28 de diciembre día de los Santos Inocentes y el 1 de enero, que conmemoraba la circuncisión de Nuestro Señor Jesucristo. Se trataba de fiestas de guardar, simbolizadas por la práctica de actos de penitencia y ayuno, acompañadas de la celebración de oficios divinos. De hecho, según el cónclave de 1610, los capellanes de las distintas capellanías colativas estaban obligados a asistir al oficio de maitines del día de Navidad.

En esa misma línea de reflexión, las providencias de ayuno o abstinencia para la Nochebuena exigían que la cena fuese celebrada luego de la Misa del Gallo, aunque en principio esta y otras penitencias podían mitigarse adquiriendo la Bula de la Santa Cruzada. Con todo, el mismo concilio de 1622 terminó invitando a las autoridades coloniales a que participaran en la misa y vísperas de Navidad, en el entendido de que se necesitaba fomentar la integración del pueblo y estas no eran, precisamente, las que concitaban mayor asistencia (al menos en la catedral de Santo Domingo).

De este período conservamos intactas tradiciones litúrgicas como la citada Misa del Gallo, culturales como los villancicos o cancionetas, que empezaron a aparecer a fines del siglo XVII y se desarrollaron durante el siglo XVIII y los nacimientos, pesebres o belenes de origen italiano que estuvieron presentes desde época bien temprana, como respuesta a la iconoclasia promovida por la reforma protestante. Por lo que se refiere al aguinaldo, tenía como propósito persuadir al pueblo a que participase de la Navidad o nacimiento de Jesús. En cuanto a los pesebres, comenzaron por ser exhibidos primero en los conventos y parroquias, y en algunos casos con actores y figuras vivas, muchos años antes de trasladarse hacia el entorno casero. De igual modo, Flérida de Nolasco indica que el día de Navidad las monjas instalaban un escenario o tablado y ejecutaban varios bailes tradicionales, siendo uno de ellos la famosa Calenda, que se efectuaba para esperar la llegada del Niño Jesús. Se recurría, así, a lo visual para solemnizar los eventos del calendario católico. Referente a los villancicos, hay dos piezas propias del cancionero andaluz, Pastores a Belén y La virgen está lavando, que dan buena cuenta de la influencia que tuvo el elemento del sur de la península en la configuración de algunas festividades criollas. Covarrubias señala, en su Tesoro de la Lengua de 1611, que estos se cantaban “en lengua vulgar (por los villanos, de ahí el origen de su nombre) y con cierto género de música alegre y regocijado.”

La mesa debía ser pobre, a juzgar por la condición económica de la isla. Es de suponer que la dieta estaba compuesta por aves, pasas, aceitunas, almendras, carne de membrillo, casabe, frutas (uvas maduras), algún otro dulce y cerdo o cabrito, si aparecían. Todo regado con vino de Canarias, que era el más común. Los problemas de abastecimiento obligaban, naturalmente, a recurrir a frutos de la tierra. Es oportuno recordar, no obstante, que el contenido del menú era una cuestión de clases y que la sociedad estamental operaba sobre la base de una cultura de las apariencias.

Cabe agregar que, para la decimoctava centuria, la Española, provincia situada en los márgenes del imperio de ultramar, había mejorado sensiblemente su situación económica, cuestión que conecta con otro aspecto interesante encontrado en la documentación antigua y sugiere que hubo hacendados que obligaban a sus esclavos a trabajar durante estos días de fiesta. A raíz de una inspección realizada a los ingenios, estancias y haciendas en 1779, fueron multados varios propietarios por incurrir en dichas prácticas.

Como dato curioso debemos agregar, también, que durante las navidades los oidores visitaban las cárceles y que la elección (inter pares) de los miembros del cabildo, tanto de la ciudad de Santo Domingo como de las villas del interior, era celebrada el 1 de enero de cada año, día en que se “aperturaba” un pliego rotulado y lacrado con los nombres de los funcionarios electos para gobernar los asuntos municipales durante el próximo ciclo.

Resulta difícil no reparar en otra Navidad relativamente agitada, que aconteció en 1821, año en que José Núñez de Cáceres, proclamó, junto a otros próceres, la república del Estado Independiente de Haití Español. Esa temporada fue particularmente tensa por las constantes amenazas de invasión que circulaban desde el litoral haitiano y que concluyeron con la ocupación del 9 de febrero de 1822.

Finalmente, no consta que durante la colonia se desplegaran los árboles de Navidad, pues se trata de un elemento característico de las fiestas anglosajonas. La transculturación tomó algo más de tiempo. En ese sentido, la primera mención llega por parte de un viajero norteamericano que describe la modalidad de árbol encontrada en 1863 en Palenque, Baní. Se habla de un árbol criollizado, instalado en el exterior, del que se colgaban guirnaldas y regalos. No sorprende, por ello, que Eugenio María de Hostos tuviera, para 1884, un árbol en el interior de su casa, del “que pendían juguetes” que se repartían luego de haber quemado luces de bengala.

Oh tempora, oh mores…