Lo mediático pretende pautarlo todo. Así, desde el mundo de las imágenes se transforman criterios en todos los ámbitos, dándole a los hacedores de políticas públicas la impresión de que sus destrezas importan y se asumen de efectivas en la medida que se promueven. Poco importa el auténtico impacto de la acción y su interés transformador. En el terreno de los hechos, las redes y el comentario inducido por las partidas consignadas en el presupuesto, terminan haciéndole el colchón de eficiente a un altísimo porcentaje de personajes improductivos. Y de paso, se lo creen.
La norma de lo mediático como legitimador de falsas eficiencias se hacen costosas porque estructuras de opinión, jamás pública pero sí publicadas, tienen una red de propaladores de fantasiosos desempeños, siempre sedientos de crisis comunicacionales para generar dividendos multimillonarios y restaurar la reputación del político o funcionario, rumbo al linchamiento.
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Lo cierto es que todas esas telarañas ancladas en esa reputación “eficiente” están financiadas por mecanismos y/o estructuras estacionadas en agendas con objetivos claramente identificables, y de un tiempo para acá, convencidas en que su radio de penetración e influencia posee la destreza de moldear el criterio de mayorías ciudadanas que obedecerán a sus mandatos. De ser así, la apuesta es a la idiotización de los receptores, definidos de simples robots y falsamente interpretados por los arquitectos mediáticos que siguen subestimando el instinto popular.
Los servidores públicos y ciudadanos de auténticos valores no pueden caer en la trampa de las eficiencias maquilladas ni potencialidades edificadas por la fuerza del presupuesto. El afán por las formas ha servido de fuente indiscutida de los grandes fiascos. Y la jurisprudencia está ahí. Por eso, lo conveniente de no dejarse embobar por un ejército de manipuladores y sicarios de la opinión pública, articulados alrededor de rentabilizar el sentido de sus comentarios por las indecorosas vías del «like, bots y retuitear».
Los pueblos poseen niveles de madurez innegables, lamentablemente podrán ser engañados por un tiempo, pero no eternamente. Al final de la jornada, el sentido de eficacia se distorsiona en la medida que se asume desde la óptica del financiamiento.
En el país existe plena conciencia de las voces utilizadas y articulistas dedicados a rentabilizar lo que opinan o escriben. Incluso, el descrédito es tan evidente que el simple comentario y líneas escritas con una sobredosis de halago inmerecido identifican la fuente del financiamiento e intuyen al lector o los que escuchan el comentario, en relación con el monto de la dádiva y la mano política que «mueve la cuna».