El viento que soplaba este lunes parecía arrastrar consigo los últimos suspiros de 231 almas que, envueltas en alegría y pasos de baile, jamás imaginaron que sería su despedida. Bajo las luces y la música, el techo de la emblemática discoteca Jet Set cedió, dejando en su colapso no solo escombros, sino un vacío que jamás podrá llenarse.
Entre las víctimas, Rubby Pérez, el merenguero que marcó generaciones, entonaba sus últimos versos sin saber que, con ellos, decía adiós para siempre.
Ahora, lo que fue un lugar de celebración se ha transformado en un altar colectivo.
Cientos de corazones rotos acuden a la zona cero buscando consuelo en medio del dolor.



Velas titilantes iluminan fotografías y flores, mientras las lágrimas de familiares y amigos se unen en un río interminable de desconsuelo. Valentina Quintana, con un ramo entre sus manos temblorosas, se arrodilló frente a las imágenes de sus amigas inseparables, Rosa Méndez y María Flores.

Cada mañana, compartían sueños y risas; hoy, la joven ofrece su «buenos días» en un acto que mezcla amor y desgarradora despedida. «Era negligencia,» dice entre sollozos, confiando en que una justicia más alta haga lo correcto.
A medida que las horas avanzan y el dolor se siente como un peso insoportable, personas de distintos rincones del mundo se acercan, compartiendo el sufrimiento de la sociedad dominicana.
Franciss Medrano, amiga de alguien perdió a siete miembros de su familia, expresó entre lágrimas que la tragedia no solo le arrebató a esa persona a sus seres queridos, sino también la paz que alguna vez tuvo. «Este dolor es eterno,» dijo mientras luchaba por contener el llanto.

El alcalde de Nueva York, Eric Adams, llegó para rendir homenaje. Caminando entre las ruinas y los recuerdos, pronunció con voz quebrada: «El dolor de los hermanos dominicanos, es el mío.» Sus palabras resonaron en el silencio pesado que envuelve lo que queda de la discoteca.
En la morgue de Patología Forense, el panorama no es menos desolador
Allí las Familias enfrentaron la terrible tarea de identificar a sus seres queridos, mientras soportan el calor, el hedor y el peso del dolor. Cada rostro lleno de angustia narró una historia de pérdida que jamás podrá olvidarse.

Incluso los comerciantes de la zona viven bajo la sombra de la tragedia. Alexander Peguero, entre las cenizas, trata de retomar la rutina que alguna vez fue parte de su vida. «Esta tragedia me dejará marcado para siempre,» confesó, mientras su mirada se perdía entre los recuerdos.
Lo que antes fue un lugar de celebración ahora es un espacio de duelo, un testigo silencioso de una noche que arrancó sueños, risas y vidas. La República Dominicana llora, unida en un dolor que no conoce fronteras ni consuelo.