Como expresé en la primera entrega de esta serie de artículos, la reconfiguración del ajedrez geopolítico en torno a los países BRICS y Medio Oriente, es una realidad. El actor principal en esta nueva serie del orden mundial, sin lugar a dudas, es China.
Los que vivimos en Occidente, producto de nuestras tradiciones, historia y cultura, pensamos que el mundo ha girado alrededor de este lado. Sin embargo, obviamos que los países asiáticos, por mencionar una parte de Oriente, fueron imperios milenarios, que de una forma u otra, culminaron en las potencias que hoy día dominan ese continente.
China, como lo conocemos hoy, ese monstruo político y económico, que a pesar de todavia no tener el PIB más grande del mundo (Estados Unidos continua liderando ese renglón), es fruto de una planificación impulsada por los diferentes líderes del Partido Comunista, aparato político del Estado, desde la Revolución Cultural de Mao Tse-Tung.
El ex embajador de China en República Dominicana, Zhang Run, me explicaba cierta vez como desde el politbureau de PCCh, se realizaban proyecciones de políticas públicas a cien años. Por ejemplo, la “revitalización nacional”, como le han llamado a la fase entre 1949 y 2049, plantea como objetivo “promover el desarrollo nacional, sacar al país de la pobreza, construir una sociedad modestamente acomodada en todos los sentidos y lograr la modernización socialista”. Dentro de este argumento, existen varias etapas y procesos, que tienen como cierre en su cronograma, el año 2049, cuando se cumpla el centenario de la República Popular China.
Los chinos se han caracterizado por ejercer “a la socialista”, su control de la sociedad. En el ámbito económico, son de los parametros más fuertes de capitalismo que podemos encontrar. En ese sentido, los líderes chinos entendieron que utilizar el soft power para incidir en otras sociedades, principalmente las occidentales, no rendiría frutos. Las costumbres de los occidentales son muy diferentes a la de los orientales. Nuestras civilizaciones se construyeron sobre creencias y estructuras socio-políticas muy diferentes. ¿Cómo entonces podría China penetrar en países latinoamericanos, por ejemplo?
Su liquidez financiera, apoyada por un aparato estatal que controla el sector privado, era una fórmula perfecta para esto. Los países como República Dominicana, otras islas del Caribe, y algunas naciones latinoamericanas, requieren constantemente de financiamientos e inversiones. La iniciativa de la “Franja y la Ruta” (Belt and Road), lanzada en el año 2013 por Xi Jinping, es una forma de imperialismo a través de inversiones en proyectos de infraestructura. Esta especie de nueva ruta de la seda ya se encuentra en África, Oceanía y América Latina. En un informe del presente año, el Council on Foreign Relations, uno de los think tank más influyentes de Estados Unidos, reconoce que los americanos no han podido presentar una propuesta competitiva para enfrentar el Belt and Road Initiative.
Finalmente, no podemos obviar en este análisis, el papel del presidente Xi Jinping. La historia de este hombre parece de película. La misma nos indica como forjó su visión de una China imperial, y por eso, durante sus primeros diez años como líder del PCCh y del Estado chino, se concentró en acumular poder dentro de su país. Logrado esto, modificó la Constitución en el año 2018 para reelegirse indefinidamente. Al iniciar su nuevo período en este 2023, Xi sale hacia el mundo, a presentar una China sólida, política y económicamente, en busca de grandes concertaciones, atrayendo a líderes occidentales, y sin dudas, reorientando el tablero geopolítico. Estamos viviendo momentos históricos.