Hay artistas como Dustín Muñoz y Angel Haché que le han dedicado a la Virgen un verdadero culto pictórico, preservando su imagen piadosa tradicional.
Durante siglos, lo profano y lo sagrado estuvieron fundidos en el arte, que, según el papa Gregorio el Grande, tenía por misión enseñar, a través de la imagen, la palabra divina.
En el Medioevo, las catedrales fueron centros de culto, oración, vida social, lugares de unión y de reunión. Vitrales y esculturas, en episodios bíblicos, presentaban oficios, actividades y cultura de todos los días. A partir del Renacimiento, la pintura renovó sus bríos y cristalizó estudios formales e interés filosófico en el hombre.
Esta reorientación no significa que el arte se disoció totalmente de la religión. Así, Miguel Angel consideraba sus frescos titánicos de la Capilla Sixtina como un homenaje a Dios.
Por más desarrollo, diversidad y evolución estilística que emprendería, de clásico a contemporáneo, el arte occidental nunca llegaría a descartar los temas religiosos.
Chagall fundamentó parte de su inspiración en la Biblia, y en una capilla Matisse hizo innovaciones radicales de papeles recortados y encolados.
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Temática religiosa y arte dominicano
¿Qué sucedió en el arte dominicano? Según lo subrayan Emilio Rodríguez Demorizi y Danilo de los Santos, la pintura colonial en la República Dominicana, de las más escasas en América Latina, se caracteriza por su anonimato e índole religioso. En la segunda mitad del siglo XVIII, Diego José Hilario pintó grandes medallones, aliando tradiciones populares y religiosas, pintoresquismo y misticismo. Y, por supuesto, la Virgen de la Altagracia figura entre los primeros testimonios de una pintura local sacra.
Los románticos tardíos y pioneros tímidos de la modernidad incluyeron lo religioso en sus obras, alternando retratos hagiográficos, pintando ocasionalmente, como Luis Desangles, los misterios de la fe, con una mezcla de fervor, realismo e ingenuidad. Impresiona observar que Enrique García Godoy no solo fue autor de pinturas religiosas sino también se apoyó en la perfección divina para justificar teorías sobre cuerpo humano y desnudez en el arte.
Los dos maestros mayores del arte dominicano moderno, Yoryi Morel y Jaime Colson, han dedicado una cierta parte de sus obras a temas religiosos. Y resulta edificante que cada uno lo haya hecho en el contexto expresivo que le identifica. El pintor de Santiago, en forma testimonial y vernácula con escenarios de procesiones admirables, mientras el “pintor trashumante”, ecuménico, revela un conocimiento profundo de la historia del arte y de la Biblia, siendo él también un creyente.
La presencia de la religión en la pintura de las generaciones siguientes, se hace más compleja y sigue observándose con frecuencia. Jaime Colson afirmaba que los temas sacros forman parte de una educación y una tradición cristiana en los artistas dominicanos.
La pintura religiosa y la Virgen de la Altagracia
Episodios y personajes bíblicos, los santos, la imaginería cristiana son fuentes de inspiración en la pintura religiosa, convirtiéndose en magno y necesario icono la Virgen de la Altagracia.
Entre otras exposiciones, aquellas organizadas por la gestora de arte Virginia Roca, demostraron que casi todos los pintores, de todas generaciones, de todos estilos, han manifestado su devoción, plasmando la patrona del pueblo dominicano. Hay artistas como Dustín Muñoz y Angel Haché que le han dedicado un verdadero culto pictórico. Hasta la Escuela Nacional de Artes Visuales le celebró talleres.
Se mezclan en esa fecundidad creadora, a la vez un innegable culto mariano y un emblema de la identidad. Ahora bien, podemos notar que una cierta reserva y un respeto, comprensibles, mediatizan a menudo la creatividad y favorecen la fidelidad a la imagen original.
Así, de realistas y expresionistas a “pop” y neo-abstractos, los pintores dominicanos reencuentran las huellas del clasicismo. Cariñosamente “Doña Tatica”, la Virgen de la Altagracia establece un verdadero parentesco de espacio y composición, de luz y color: la imagen piadosa tradicional suele preservarse en las reinterpretaciones. Luego, siendo la arquitectura madre de las artes, la Basílica Catedral de Higüey sobresale como obra maestra e incomparable, dedicada a Nuestra Señora de la Altagracia.