Literalmente, la vida es demasiado corta e intransferible para no invertirla en proyectos que nos apasionan, compartirla con una buena y sana pareja, con amigos oxigenantes y nutrientes, en espacios para fluir y sentir la verdadera calma. Sin embargo, el ser humano se desvía de su objetivo de vida, de los propósitos y de las metas que, ponen en la dirección correcta de la existencia con bienestar y felicidad.
Ahora existen tantas distracciones, seducciones e influencias que, las personas viven los objetivos de los demás, del mercado, del dinero plástico, del consumo y de las gratificaciones inmediatas.
Hace unos años leí algunas sugerencias que aconsejaban: “si quieres cambiar los frutos, primero tienes que cambiar las raíces”. Las raíces definen los frutos, dan las fortalezas y ayudan a soportar las adversidades.
Una persona con baja autoestima, con pocos objetivos de vida, sin una actitud mental positiva no tendrá frutos y cae en cualquier adversidad.
Estos son tiempos difíciles, inflación, desempleo, inseguridad, soledad, desapego, crisis de los vínculos, vacío existencial, desenfoque, miedo a no tener éxito y riesgo a la salud mental.
En la resiliencia se habla de que, “no sobreviven los más fuertes, sino los que mejores se adaptan”. Así es la capacidad de ser flexible, aprender a ceder, retirarse, hacer pausa, usar la prudencia, asumir el silencio, tomar distancia para alcanzar ver desde los 360 grados.
Le invitamos a leer: Abinader: «Se ha duplicado ayudas sociales en favor del pueblo»
Repito, la vida es corta, se debe asumir con la actitud mental positiva: integridad, esperanza, optimismo, coraje, compasión, altruismo, tolerancia, bondad, empatía, amabilidad, tacto, sentido común y prudencia. Pero las personas se niegan o se autoengañan; prefieren la prisa, la agonía, el estrés, el inmediatismo, la validación social, el reconocimiento y el pago por la aceptación.
Aún con los años, las personas no saben cómo desean terminar sus vidas, cómo quieren ser recordados o quiénes son sus compañeros de viaje. El escapismo social, el entretenimiento y la ausencia de objetivos, metas y propósitos representan la nueva agonía existencial.
Parte de la solución es trabajar el automerecimiento; la autoaceptación, el significado de armonizar el interior con el exterior, vivir el ser y no el parecer; sentir la verdadera razón de existir, aprender a amarse, quererse, protegerse, cuidarse, sentirse merecedor del respeto, la consideración de los demás, elegir lo bueno y lo sano, sus objetivos, sus propósitos, y sus espacios de conquista.
El merecimiento se apoya en una sana autoestima, en sentir la autocompasión, y en el descubrimiento de la paz, el bienestar y la felicidad duradera. Puede ser simple y alcanzable, se trata de fortalecer nuevos hábitos: caminar, leer, escuchar música, meditar, cuidado personal, compartir, productividad, soledad nutriente, calidad y calidez de vida; pero sobre todo, ser buena persona, “no hacer daño” “no dañar”.
Merecerse una vida sana; aspirar a ser digno de los mejores tratos y alcanzar el bienestar personal y social para compartirlo y hacerlo alcanzable a los demás; también es sentir las actitudes emocionales positivas.
El aprendizaje para el automerecimiento hay que darse el permiso, soltar la esclavitud de hábitos tóxicos, de las actitudes emocionales negativas, ser flexible, revisar los objetivos de vida; pero sobre todo, los resultados de vida.
Sencillamente hay que sentirse merecedor de la paz, de la gratitud con la vida, cuidar los años, el amor y la salud; porque la vida es corta, porque somos muy frágiles, y porque a veces no hay tiempo.