En el verano de 1977, mi Miriam atendió la solicitud de decenas de mujeres que reclamaban que viajara a Nueva York, a impartir clases de Repostería Artística, del arte del azúcar que ella domina a perfección.
Ese fue mi primero de decenas de viajes a Nueva York, primero como acompañante de mi esposa, luego como periodista, conferencista y a la puesta en circulación de algunos de mis libros. Fui el primer director de la edición internacional de El Nacional, que se imprimía especialmente para los dominicanos que viven en la llamada Gran Manzana.
Estaba relacionado con la ciudad a través del cine, revistas, fotografías, las lecturas. Nada me pareció extraordinario hasta que llegué al Bowery, hombres y mujeres convertidos en basura humana, tirados borrachos y drogados en cualquier acera, zaguán, bajo los elevados de los trenes.
Ahí estaba la otra cara de la moneda, la que no salía en revistas, la que servía para materia prima tangencial de alguna película de bajo presupuesto y circulación restringida
Vi con cuidado, esa sociedad paralela que opera en un submundo de miseria, abusos, falta de oportunidades, discriminación de cualquier tipo. El lado oscuro de la sociedad más opulenta de la historia.
Aquella noche, sentado frente a la ventana de Riverside, veo como en una proyección en cámara lenta, las luces de los altos edificios de New Jersey, se desvanecen como una fila de dominós que se desploma.
Le grito a mi prima: Flérida, se fue la luz en New Jersey y ella comenta desde la cocina: tú crees que estás en Santo Domingo. Aquí no se va la luz.
Aún permanecía el eco de su voz cuando se apagó el edificio donde vivía mi prima. El teléfono repiqueteó impaciente. Hijos, hermanos, primos, familiares y amigos comunicaban la insólita ocurrencia del apagón. En algunos lugares duró más de un día la reposición del servicio.
En unos minutos todos estábamos enterados: se fue la luz en toda Nueva York y Nueva Jersey. Millones de personas habían quedado sin energía eléctrica lo que, para Estados Unidos, era insólito.
Años atrás, con motivo de un apagón focalizado en una zona de Manhattan, el escritor dominico-boricua José Luis González describió lo ocurrido en un alto edificio de apartamentos, en un cuento titulado: La noche que volvimos a ser gente.
Para 1977 se produjo un estallido de violencia. Miles de personas salieron en el Alto Manhattan a saquear, romper vitrinas, llevarse todo lo que podían de los negocios. Al día siguiente vendían televisores a colores a 4 dólares. Escribí un reportaje destacando que los saqueos se debían a las frustraciones y abusos acumulados que habían hecho erupción.
La situación se parece mucho a la de hoy: explotó la caldera.