El día 11 de agosto, antes de que el licenciando Luis Abinader asumiera la presidencia de nuestra nación, advertí que, por el desbordamiento, en muchos casos desmedido de las expectativas que había despertado su gestión de gobierno, el ritmo normal de su administración podía verse alterado.
Recordé que el país está atravesando por una grave crisis económica y sanitaria y que reclamos y demandas prematuras, podrían ser un dolor de cabeza para los nuevos incumbentes que, aunque quisieran, no podrían satisfacer al mismo tiempo las múltiples necesidades de todos los sectores, muchas de las cuales no son tan sencillas y requieren de tiempo para ser respondidas.
No importa si son improvisadas o no, técnica o económicamente viables, todos los sectores están pidiendo, algunos hasta de forma amenazante y compulsiva, que el gobierno tome de inmediato unas que otras medidas que favorecen sus intereses. Visto esto así, el nuevo gobierno estará jugando en una cancha en la que una misma jugada arrancará tanto aplausos como abucheos.
Pocos de los funcionarios titulares están ayudando con observaciones realistas y bien fundamentadas.
Todos siguen, como si aún estuviéramos en campaña, alentando expectativas de bonanza y bienestar. Ni siquiera el mismo presidente. Nadie está hablando de sacrificio y paciencia. Todos estamos reclamando, nadie está pensando en aportar. El gobierno no puede cambiar si los ciudadanos no comenzamos a ver sus funciones y su rol con ojos diferentes.
Esa mesura, esa forma planificada y realista de abordar los problemas de la sociedad tiene que ser parte del cambio, sino va a degenerar en populismo y pronto tendremos más de lo mismo. Producir cambios sociales no es tarea simple, producir cambios sociales significativos no es cambiar caras, es desafiar voluntades, trastocar hábitos, trastornar prácticas y generar nuevos modelos de comportamientos.
Es un proceso que tiene su parte traumática y el gobierno debe tener alguna terapia para su tratamiento.
En el gobierno de Luis Abinader solo habrá cambios reales, si desde su administración se trabaja en procura de una nueva cultura. Yo en su caso, hubiera creado desde la Secretaria Técnica de la Presidencia una unidad para trabajar el cambio en término conceptual, una unidad de amplio alcance transversal para producir contenidos sociales y culturales que expliquen y le den fuerza ideológica al cambio.
Uno de los problemas que históricamente han tenido los gobiernos del PRD, rama primaria de la que se alimenta el hoy PRM, es que el voraz pragmatismo del día a día le ha hecho perder la perspectiva de realizaciones de más largo alcance y de plazos más prolongados.
El nuevo gobierno necesita una filosofía, es más, una metodología del cambio que haga el proceso de transformación más manejable y comprensible. Si el cambio es verdadero, no solo debe serlo del gobierno, el cambio debemos encarnarlo todos.