Mientras adversarios políticos del Gobierno le halan la alfombra distanciándose, como si les importara poco, de las agresiones y riesgos para la República que encierra el Haití colapsado, lo que más conviene a esta sociedad es que la presente gestión de Estado, apoyada por sus ciudadanos, pueda seguir adelante con acciones de contención para que toda consecuencia negativa que pudiera proceder del territorio vecino se detenga en la frontera en lo que se resuelve el mal en sus orígenes.
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Tiende a repercutir con su mayor intensidad sobre República Dominicana una crisis inédita y compleja en el corazón del Caribe caracterizada por vacíos de autoridad, presencia de bandas criminales desenfrenadas y vulneraciones a tratados y a la convivencia internacional que la ONU condena. El país está retado a hacer valer sus intereses y derechos con los recursos a su alcance, y hasta más allá de sus limitaciones. Ha mezclado gestos enérgicos con actos prudentes. Su incesante voz logró que el mundo esté ahora más enfocado en la desgracia haitiana y dispuesto a actuar. Aunque algunos le atribuyan intención política a una justa causa, es de plena validez el protagonismo del Gobierno que busca soluciones globales e incluye con acierto rehabilitar el canal La Vigía para captar a corto plazo parte del caudal del río Masacre antes de cruzar la frontera a disposición de lucros privados. Coincidir dominicanamente con estos objetivos es lo que procede, sin distinción de clase ni bandería política.