Culpa, probablemente, de nuestra secular indolencia, solemos decir y repetir que el dominicano pone el candado después de que le roban, y es por eso que mucha gente pensó que luego del asesinato, a manos de una persona muy cercana que pudo acceder armado a su despacho, del alcalde de Santo Domingo Este Juan de los Santos jamás volveríamos a pasar por esa experiencia, sobre todo porque luego del hecho se dispuso la colocación de arcos de seguridad magnéticos a la entrada de las entidades públicas para evitarlo.
La muerte a balazos, a manos de quien ha sido descrito como un amigo de infancia, del Ministro de Medio Ambiente Orlando Jorge Mera demuestra, desgraciadamente, que no fuimos capaces de asimilar esa dolorosa lección.
Ayer el experto Daniel Pou señalaba lo que, a leguas, resulta evidente; hubo inobservancia del protocolo de seguridad, que debe aplicarse a todo el mundo sin excepción, señalando que en este caso en particular, al parecer, los miembros de la seguridad del ministro también huyeron despavoridos cuando sonaron los disparos y se desató el pánico y la confusión.
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Cuando concluyan las investigaciones que realiza, junto a la Policía Nacional, el Ministerio Público, podremos conocer con detalles lo que realmente ocurrió y porqué. ¿Pero habremos aprendido la lección, esta vez definitivamente, haciendo cumplir los protocolos de seguridad de las instituciones públicas y en los casos en que no existan crearlos y hacerlos respetar?
En medio del dolor y la consternación colectiva que ha provocado la sorpresiva muerte de Jorge Mera uno necesita pensar y creer que la respuesta a esa pregunta es afirmativa, pues ha llegado el momento de dejar atrás la peligrosa costumbre de poner el candado después del robo mientras los lamentos ante lo irreparable llegan hasta el cielo.
Pero conociéndonos como nos conocemos, debo confesar que eso es mas un acto de fe, la expresión de una esperanza, que una certeza.