El caos es antiecológico

El caos es antiecológico

POR DOMINGO ABREU COLLADO
Santo Domingo tuvo la oportunidad de ser una ciudad organizada. Sus características geográficas e hidrográficas les prestaban a su territorio las mejores condiciones para crecer sin menoscabar la calidad de sus recursos más allá de las fronteras hidrográficas que conformaban los ríos Ozama, Isabela y Haina. Incluso, sin causar tanto daño a esos ríos.

Y aunque no se tenía, digamos en 1960, la experiencia para concebir una ciudad ecológicamente sustentable, ya se podían observar los ejemplos de otras ciudades que –como Caracas y Río de Janeiro- estaban desbordando sus capacidades ecológicas y ambientales poniendo en peligro sus respectivas capacidades económicas para un buen manejo.

Con el paso de los años, tanto Río de Janeiro como Caracas habrían de convertirse en ejemplos de lo que no debían ser las ciudades capitales, rodeadas de millones de familias habitando amontonados en cerros –como Caracas- o en favelas –como Río de Janeiro-. Con el paso de los años, Santo Domingo tiene actualmente los dos ejemplos citados de Venezuela y Brasil en su propio territorio: favelas miseriosas a lo largo del río Ozama, y cerros en las mismas condiciones en toda su zona oeste, que aunque en menor población, presentan los mismos problemas de manejo y los mismos problemas ambientales y ecológicos.

Estos ejemplos se presentaron más tarde en Santiago de los Caballeros, y hasta en ciudades cuyo crecimiento industrial no le suponía capaz para “meterse” en semejantes problemas, como San Cristóbal, por ejemplo. Lo de Santiago tiene sus causas en su crecimiento industrial y por ser la segunda ciudad en importancia de Dominicana. Lo de San Cristóbal ha sido causado por ser ésta una especie de “ciudad dormitorio” asociada al crecimiento económico de Santo Domingo.

Hasta la muerte de Rafael Trujillo, el crecimiento demográfico de estas ciudades estuvo controlado con razones (y medidas) que bien pueden ser vistas como personales, autocráticas; pero funcionaban.

Luego de 1960, los alegatos de la informe burguesía que ocuparía el puesto dejado por Trujillo para dejar a su libre albedrío el crecimiento económico, dejaron libre también su crecimiento demográfico. Todo el que vivía en casa alquilada tuvo la “oportunidad” de “agarrar” un pedazo de tierra donde le viniera en ganas para construir como le viniera en ganas también. Por igual, todo el que llegaba a Santo Domingo en plan de quedarse tomaba el ejemplo de la ilegalidad ocupacional de solares.

Un ejemplo bien pintoresco de “la que se armó” fue la ocupación de todas las residencias de los Trujillo y allegados –como la casa de la calle Dr. Delgado, la de la calle Santiago y la de la calle Tomás de la Concha, luego bautizada con el nombre de “Ensanche Cucarachas”, por las condiciones en se amontonaron veintenas de “familias” en cada una de ellas-.

Los que no pudieron agarrar “su espacio” en alguna de esas casas, optaron por agarrar “sus solares” en donde mejor les pareció. El gran error de los gobiernos que siguieron fue el no poner orden en ese aspecto por temor a “las turbas”, porque lo ideal hubiera sido recuperar esas casas y territorios e iniciar una distribución ordenada de espacios. Primero con las casas, que debieron ser destinadas a instituciones de asistencia o de instrucción pública. Pero era demasiado pedir a golpistas y nuevos gobernantes sin vocación del orden.

Ni siquiera tuvieron visión para seguir ejemplos como la construcción de los barrios María Auxiliadora, Mejoramiento Social, Ensanche Luperón, Ensanche Espaillat y Ensanche Ozama, que tomando en cuenta el problema del crecimiento demográfico (y aunque llevaran en su diseño la “T” de Trujillo, como en el barrio Mejoramiento Social) eran una salida ordenada a ese crecimiento, incluso al otro lado del Ozama, como pasó con el Ensanche Ozama.

En lo adelante, cada gobierno que se sucedía llegaba sin ojos y sin oídos que prestar a la situación de caos en que seguía creciendo Santo Domingo. Para peor, ya en 1966, con el primer gobierno de Joaquín Balaguer, los “planificadores” tenían la conclusión de que Santo Domingo no podía crecer verticalmente, sino horizontalmente, a causa de los posibles grandes terremotos que nunca llegaron. Y así saltó el crecimiento demográfico las fronteras hidrográficas y asaltó los cerros, rodeando a Santo Domingo por todos sus costados, como colocándole un cinturón de fuerza al orden, al urbanismo y al miramiento ambiental.

El caos eléctrico o “electricaos”

Hasta 1968, aproximadamente, el término “apagón” era raro en el léxico popular. Cuando ocurría algún apagón se suponía –y así lo hacían creer los incumbentes de la Corporación Dominicana de Electricidad- que se trataba de alguna suspensión del servicio por razones de trabajos en nuevas conexiones.

 Luego se decía que se trataba de boicots al suministro eléctrico auspiciados por la oposición para causar alarma en la ciudadanía. Después la culpa de los apagones recayó en las avecillas que se posaban en los cables, o en las chichiguas y capuchines o, finalmente, en los tenis viejos que colgaban traviesamente los muchachos de los barrios. Los problemas de suministro vinieron a reconocerse después, cuando comenzó el negocio de la construcción de presas y se dijo que teníamos entonces un grave problema de suministro de energía eléctrica y de agua.

En realidad, el caos eléctrico comenzó cuando por razones de propaganda política electorera se pregonaba que “las redes de la Corporación Dominicana de Electricidad debían llegar hasta la última familia dominicana”. Naturalmente, llevar electricidad al caótico crecimiento demográfico de Santo Domingo haría cada vez más insuficiente las posibilidades de una buena distribución de la energía por causas de su extensión y su pérdida en el trayecto.

Pero ese “electricaos” tenía sus beneficios para los comerciantes de cables y alambres eléctricos, los importadores de vehículos (camiones y camionetas, principalmente), crecimiento de la empleomanía de la CDE, promoción política gubernamental radial, televisada y de diarios, posibilidad de que los discursos llegaran a todos los radios (para lo que sí había energía ahorrada) y finalmente la muestra de “progreso” que significaba tirar al zafacón la emblemática “jumiadora”.

El agua fue otro caos

La razón por la que ni el servicio eléctrico ni el servicio de agua han tenido solución en Santo Domingo es porque tuvieron un mismo origen. Es decir, son resultados de un mismo caos.

El crecimiento caótico de Santo Domingo desbordó las capacidades del viejo tanque del Acueducto de Santo Domingo levantado en el barrio San Juan Bosco, y del “nuevo” y metálico tanque levantado donde limitaba la ciudad con Arroyo Hondo.

La extensión y multiplicación de las tuberías traerían como consecuencia los mismos resultados que la extensión de los cables eléctricos: pérdidas e insuficiencia en el servicio.

Para más parecido, fue la mima propuesta de presas lo que también auguró la solución del problema del abastecimiento de agua. Pero los beneficios de ese caos eran los mismos para comerciantes importadores (y luego fabricantes), importadores de vehículos, empleomanía supernumeraria, propaganda política con cada inauguración de un acueducto sin agua y mucho dinero en promoción televisada, radial y escrita. Por eso tantos programas de radio y televisión tenían la misma propaganda y la misma fuente de entrada: el gobierno.

Asociado al suministro de agua estaba el alcantarillado, donde los ingenieros “del partido” hacían su agosto construyendo alcantarillas que muy pronto se rellenaban de lodo y basuras para ser reconstruidas de nuevo. Tantos beneficios aportó este juego de la construcción de alcantarillado que todavía no hay solución para el alcantarillado de calles como la avenida Bolívar, la avenida Independencia, el Malecón, la Ciudad Colonial, Gazcue y otros muchos sectores.

Nunca se ha pensado en lo ambiental

Ni lo ambiental ni lo ecológico ha sido tomado en cuenta por nuestros gobiernos en relación con nuestras ciudades.

Luego de muchos años se “descubrió” que sí, que se Santo Domingo podía crecer verticalmente sin tener que saltarse las fronteras naturales Haina, Isabela Ozama. Por eso ahora se levantan torres por donde quiera y compitiendo en altura. Igual descubrimiento se hizo cuando se aceptó que el principal (y posiblemente único) problema del suministro eléctrico era su distribución, no su producción. Y en cuanto al agua, el principal problema sigue siendo su organización, porque agua tenemos por demás. Tanta que donde quiera que estamos la estamos dañando abajo.

El INDRHI, institución que mencionamos el pasado sábado como carente de recursos para un plan de cursos para el manejo de las aguas subterráneas, ha reaccionado positivamente en relación a este tema. Su director, el ingeniero Frank Rodríguez, está en disposición de copatrocinar la capacitación de ingenieros, planificadores, inversionistas turísticos, espeleólogos, geólogos e hidrólogos, en el manejo de los recursos hídricos del subsuelo, actualmente afectado por un penoso proceso de contaminación en Santo Domingo.

Las demás ciudades dominicanas no deben seguir la trayectoria de Santo Domingo en su crecimiento. Deben limitar su extensión a fin de posibilitar el buen suministro de energía, de agua, y garantizar un entorno ambiental saludable. Y esa decisión no debe ser dejada a los gobiernos. Las organizaciones ambientalistas y ecologistas en todo el país deben también asumir que pueden orientar ese crecimiento, pero para ello deben desarrollarse en el conocimiento y manejo de su entorno particular.