El oboísta tiene ensayo a las cinco y media de la tarde en la Sinfónica y a las cinco todavía está en su casa, situada en una de esas urbanizaciones apartadas. Él suele llegar a los ensayos al filo de la hora, sofocado, sin aliento, después de acelerar su automóvil más de lo prudente e impacientarse en cada semáforo que encuentra en rojo, dándole manotazos al volante.
Hoy está más tarde que de costumbre, empeñado en la preparación de un adminículo del instrumento que es verdaderamente muy delicado y para los oboístas algo enloquecedor: la caña, la pequeña pieza de finísima madera curvada, pulida, recortada, acariciada, mimada y odiada, por donde se sopla el oboe.
Cuando desciende atropelladamente la escalera de hierro de su casa y se apresta a abordar su automóvil, lo está esperando un individuo en la puerta. Es un herrero que le han recomendado para que fabrique una reja protectora de un ventanal. Se presenta y pregunta si allí vive un militar que necesita una reja. El oboísta dice distraídamente que sí, que es él, mientras mira la caña con los ojos bizcos, la sopla, la hace pitar, la ensaliva.
El herrero lo mira con extrañeza. El oboísta le dice que se apresure a tomar las medidas del ventanal que está frente a ellos, que él tiene ensayo. El herrero lo observa con cierta sospecha temerosa pero comienza a medir y apuntar mientras el oboísta sigue chupando enervadamente la caña, haciéndola pitar, mirándola de lejos, de cerca, dándole vueltas, sin estarse quieto. El herrero lo está viendo de reojo con alarma.
-Pero a mí me dijeron que el trabajo era en casa de un militar. Repite un poco huraño el herrero.
– Sí, yo soy militar, lo que pasa es que voy a un ensayo civil, acabe pronto y dígame lo que cuesta la bendita reja.
-Bueno, son unos trescientos pesos.
Justo en ese momento el oboísta recuerda que ha olvidado la pistola de reglamento y le grita nerviosamente a su esposa:
– ¡Rosa!… pásame la pistola… ¡Rápido!
El herrero, pegando un brinco titánico por encima de la barandilla exterior, sale huyendo desesperado gritando:
-¡Auxilio! ¡Auxilio! ¡Aquí hay un loco que me quiere matar! Costó mucho trabajo explicarle el asunto.