El cerebro de las buenas personas

El cerebro de las buenas personas

José Miguel Gómez

Lo significativo de la vida es aprender a no dañarse y no dañar a los demás. Aprender a cultivar los buenos tratos, el merecimiento, la compasión y la empatía. Refieren las estadísticas que, vamos a sufrir dos o tres acontecimientos traumáticos o adversidades en nuestras vidas que puedan dañar nuestro cerebro y nuestras emociones. Sin embargo, el cerebro tiene la capacidad de regenerarse, de modificar las emociones, de aprender a pensar, discriminar y medir resultados de la conducta.

Los trastornos que se cronifican, que dejan huellas somáticas en la vida de las personas, va a depender de la vulnerabilidad existente de la persona dañada previamente por frustraciones o traumas anteriores no superados o mal manejados. Es decir, a las malas personas se les hace difícil adaptarse, sobreponerse y superar el dolor y el sufrimiento.
El cerebro de una buena persona va superando las adversidades de la vida, debido a la flexibilidad para afrontar cada circunstancia.

Ser buena persona implica cambios en las actitudes emocionales, sentimientos y desmonte de sistemas de creencias distorsionadas y limitantes, que permitan fluir a través del amor, la alegría, la compasión, la empatía, reciprocidad, merecimiento, hábitos de buenos tratos y comportamientos altruistas, afectivos que no permiten dañar a las personas.
Esas emociones positivas están en el cerebro, en su sistema límbico, la corteza prefrontal y en la neuro córtex. Para lograr construir nuevas respuestas y lectura mentales que ayudan a encontrar soluciones, reflexionar, cambiar la percepción de las cosas y abandonar aquellos pensamientos rumiantes que nos dejan anclados en los traumas.

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Otros recursos emocionales de las buenas personas es lograr la empatía, tanto afectiva como cognitiva. La afectiva es la capacidad de ponerse en los zapatos emocional de la otra persona, cómo puede sentirse, o qué sufrimiento puede estar presentando, para tratar de sanar o solucionar con la ayuda.

La empatía cognitiva es tener la capacidad de ponerse en lugar de la otra persona, poder entenderlo o comprenderlo sin juzgarlo para expresar la compasión o aliviar el sufrimiento.

Es difícil para el cerebro de una buena persona asimilar o practicar actitudes emocionales que impliquen daños a terceras personas, o causar dolor, sufrimiento, muertes, acoso sexual o moral.

Somos responsables de nuestras vidas y debemos militar con buenas prácticas emocionales que fomenten el bienestar y la felicidad en uno mismo y con las personas que socializamos.

Ahora sabemos a través de la resiliencia que “no sobreviven los más fuertes, sino los que mejores se adaptan”. Confirmando las etapas de salir airoso de todas las adversidades de la vida: adaptación, sobreponerse, recuperarse y superarse.

Las personas tóxicas crean hábitos tóxicos que dañan las emociones y el comportamiento social. Pero el cerebro emocionalmente bueno continúa funcionando con sus reforzadores positivos, su naturaleza hacia la empatía, el altruismo, la compasión y la reciprocidad.

En el peor de los casos, las buenas personas adoptan el distanciamiento emocional positivo para no dañar ni dañarme.
El autocuidado, la autoconfianza, el auto merecimiento y la autoestima sana, hacen resilientes a las buenas personas.
Las buenas personas practican la beneficencia, la bondad y la reciprocidad en la familia, con parejas y en los diferentes espacios sociales. En el próximo articulo reflexionare sobre el cerebro de las malas personas.