El cerebro de las malas personas

El cerebro de las malas personas

José Miguel Gómez

Todos vivimos expuestos en los diferentes espacios de socialización a ser víctimas o sufrir las consecuencias de la naturaleza tóxica de una mala persona que, de alguna manera daña, influencia o produce conducta riesgosa, nos hace vulnerables o nos crea una adversidad en la vida.

A veces nos convertimos en el reflejo del pasado de la mala persona, en el recordatorio de su vivencia, limitaciones, traumas, abandono o desafectos que dejaron huellas somáticas en su cerebro.

Las malas personas guardan en sus amígdalas cerebrales, temores y miedos; en su hipocampo recuerdos y hechos que, configuran la rumiación de pensamientos distorsionados.

En la corteza prefrontal poco juicio crítico y discriminación, los acontecimientos siempre lo personalizan y lo proyectan en las demás personas, resultando irreflexivos; de ahí, su nivel de recurrencia en pensar de la misma manera y adoptar las mismas conductas.

Es decir, le cuesta cerrar ciclos, pasar la página, descargar la mochila emocional negativa o vaciar el baúl de los recuerdos traumáticos.

Algunas personas suelen avanzar y superar adversidades, a través de nuevas experiencias y de logros en la educación que le permite modificar su química cerebral, en la lectura de su ADN (epigenética) logrando nuevos resultados psicoemocionales o creciendo en los acompañamientos psicoterapéuticos.

En la medida que las actitudes emocionales negativas ocupan los resultados de vida, ya sea con el resentimiento, la envidia, el remordimiento o el miedo; aumenta la ansiedad, los impulsos y la rigidez en darle continuidad a producir daños, a crear conflictos, maledicencia, divisiones o tensiones en los diferentes espacios donde interactúan las malas personas.

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Las conductas pasivo-agresivo, la frialdad emocional, el aprovechar la debilidad de una persona para atacarlo o ponerlo en riesgo, son aprendizajes negativos que utilizan las malas personas.

Pero además, la proliferación de la insensibilidad social, provocar sufrimiento y dolor, o maltratos psicoemocionales, debilitar a una persona con chisme e intriga, podría verse como resultado de las dinámicas sociales o de grupo; sin embargo, la sostienen, la alimentan y practican las malas personas.

Una mala persona en un trabajo produce acoso laboral, despido irresponsable, acoso sexual o conflictos que dañan la armonía en el trabajo.

En una pareja se producen lucha de poder, maltratos emocionales y físicos, castigos y desamor que dañan la relación y a la pareja.

En la dinámica familiar una mala persona establece relaciones con normas manipulativas, chantajes, somatizaciones, controles y conductas patológicas que producen daños en la convivencia.

En la dinámica de los grupos, las malas personas desarmonizan, dividen, crean ambientes tóxicos, conflictos y maledicencia, logrando quebrar amistades, lastimar egos, o influenciar de forma negativa a otras personas.

Si hacemos una reflexión, todos conocemos o identificamos por sus acciones a una mala persona.

Los resultados de vida y las relaciones armonizadas, fluidas, saludables, nutrientes y oxigenantes, son las que hablan de las buenas personas.

Las personas con cerebros dañados o que se convierten en malas personas no logran el bienestar o la felicidad. Como tampoco la paz interior, la compasión, el merecimiento, el reconocimiento y el altruismo por los demás.

El aprendizaje emocional y social reflexiona diciendo que el modelo conductual de las personas sanas no debe establecer cuadrilátero ni confrontaciones sostenidas con personas dañadas, debido a que corre el riesgo de dañarse o habituarse a los conflictos.

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