El clientelismo político como forma de lograr y mantenerse en el poder nació con la independencia y en la Primera República (1844-1861) se distinguieron en esta práctica Pedro Santana y Buenaventura Báez y en la Segunda (1861-1916) de nuevo Báez y el dictador Ulises Hereaux, por cierto ambos quebraron el erario publico, pero saltando la dictadura de Rafael Trujillo y la Tercera República (1924-1965) fue el Dr. Joaquín Balaguer quien en sus Gobiernos convirtió en una práctica de Estado el clientelismo y el uso de los recursos públicos para ganar las elecciones.
El financiamiento de las campañas era con las contribuciones de los contratistas beneficiarios de obras de “grado a grado”, los suplidores gubernamentales, el alto empresariado y los recursos de las instituciones publicas.
La práctica trascendió a los primeros doce años, sin embargo, en 1978-1982 y 1982-1986, debido a las disputas internas en el PRD y de que el Presidente de turno rechazaba el candidato de la organización, no se usaron los recursos públicos de manera generalizada, pero en el Gobierno del PRD de Hipólito Mejía se amplificó la practica y eso explica la “barrida” electoral en las elecciones de medio termino de 2002, donde el PLD solo obtuvo un senador.
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En el PLD de la segunda etapa los contribuyentes eran los mismos y el uso de los recursos del Estado en campaña se disparó, especialmente en los últimos ocho años.
Era de esperarse que el “Gobierno del cambio” superara esas prácticas, pero no, las adoptó y superó con compras selectivas y masivas de cédulas, bono navideño vigente hasta junio, bono escolar casi acabando el año lectivo, alimentos, electrodomésticos y a la oposición les entregaron la cuota de los recursos establecidos por ley 48 horas antes de las elecciones.
Este clientelismo histórico ha convertido la democracia dominicana en una plutocracia, no solo porque el alto empresariado ejerce su preponderancia en cada Gobierno, sino, además, el costo de las campañas es tan excesivo que hemos tenido y tenemos legisladores vinculados o financiados por el narcotráfico, también han llegado en tropel los propietarios de bancas de apuestas.
El clientelismo ha hecho perder la esencia de las elecciones que dejaron de ser la cita cívica, para convertirse en la cita de los que más recursos disponen, mientras una parte del pueblo, el “lumpen”, sobrevive gracias a lo que obtienen en las campañas, y otra parte entiende que el día de elecciones no vota si no recibe dinero y traslado o espera aumenten el monto de la cotización para vender su cédula.
Por esa forma de hacer política, los partidos ganadores del Poder Ejecutivo logran detentar todos los poderes del Estado, las altas cortes y otros organismos de elección, salvo contados períodos como 1996-2000 y 2004-2006 donde el Congreso estaba en manos de la oposición.
Las municipales de este año demostraron que el clientelismo y el uso excesivo de recursos, equivalente a inequidad electoral, se ha convertido en un cáncer que ha hecho metástasis en una democracia enferma y si a eso se une que la economía de mayor crecimiento en la región, salvo el año pasado, solo sirve para beneficiar a la elite empresarial y no da respuestas a la pobreza de la mayoría de la población, entonces, más tarde que temprano, un mesías, un antisistema, se instalará en el Palacio Nacional. Ya ha ocurrido en muchos países de la región.