Vivimos en la cultura de la prisa, de lo desechable, del entretenimiento y de lo visual. Cada noticia supera la otra. Los cambios son rápidos y las informaciones nos llevan a olvidar lo poco que se asimila o se memoriza.
Pero también, son tiempos de desapego, de crisis de los vínculos, del desafecto y la deshumanización.
Todo ha cambiado. La necesidad para la existencia la impone el mercado, la economía, el mundo financiero y las grandes corporaciones globales.
Hoy, nos encontramos más informados pero con menos juicio crítico para entender y comprender lo que va sucediendo en nuestro entorno. Las nuevas angustias son, no saber a ciencia cierta con quien contamos, o con quien deberíamos intimar, o cómo terminaremos nuestra existencia o quiénes van hacer nuestros compañeros de viajes.
Peor aún, no sabemos cómo seremos recordados o cómo deseamos que nos recuerden. La angustia es doble, en lo interior y con lo exterior; de ahí la imposibilidad de cientos de adultos mayores para alcanzar el bienestar y la felicidad.
La incertidumbre y la vulnerabilidad; más la fragilidad en que se vive ante las circunstancias que le puede cambiar el presente y el futuro al adulto mayor, predicen su agonía existencial, sus miedos, su escapismo y autoengaño.
Para cada adulto mayor su huella somática es personal, dependiendo del tipo de apego en su infancia, de la seguridad, empatía, autocuidado y afectividad en su crianza.
Ahora el cerebro social y la neuroplasticidad cerebral explican cómo las experiencias traumáticas, las historias difíciles y desorganizadas pueden cambiar y modificar las conexiones neuronales para poder lograr un ser humano diferente, afectivo, empático, amoroso, altruista y solidario.
La epigenética estudia toda la influencia externa, la cultura, la economía, las historias y hechos que modifican la interpretación de los genes y modificación de las estructuras cerebrales para ayudar a comprender el cerebro social.
El adulto mayor vive con esa fragilidad. Debido a los cambios circunstanciales de la vida: divorcios, viudez, soledad, abandono, desafecto, enfermedades catastróficas, crisis financiera, cambio en la familia, etc. Esas incertidumbres y vulnerabilidades son diferentes dependiendo del país, del tipo de sociedad, del temperamento y carácter del adulto mayor, de la seguridad social, y de las políticas públicas que garanticen un nivel de calidad y calidez, y una vida digna en la vejez.
Pero se impone que el bienestar y la felicidad son personalizados. Le corresponde a cada adulto mayor estructurar su comité de cariño o su comité político y central de sus afectos, de intimidad, apego, solidaridad, compasión, reciprocidad y de altruismo.
El comité de cariño primario: padres, pareja, hijos, hermanos, abuelos, nietos, sobrinos, cuñados, yernos, etc. Comité secundario: amigos, ex compañeros de estudios, trabajos, tertulias, vecinos, amigos de iglesia, deporte, música, o de otras actividades socio culturales.
El adulto mayor tiene que aprender a vaciar la mochila emocional, limpiar la despensa y el closet emocional, o sea, andar ligero, no guardar cosas del pasado: rencores, resentimientos, trampas, odios, frustraciones, enojos, envidia ni maledicencias de ningún tipo. Sobre todo, escuchar la parte interior sana que le lleva a sintonizar y conectar con las buenas personas que tiene a su alrededor; no con aquella parte que le habla en su interior de los eventos traumáticos y dolorosos de su vida.
El comité de cariño póngalo a funcionar: recuerde eventos positivos, llame, invite, regale, abrace, diga cosas positivas, acuda donde lo inviten, sea alegre, ríase, baile, participe, hable, escuche, reconozca, aplauda, celebre sus logros, diga que sí, salude, pida favores, despréndase de cosas, comparta su mesa y ore por usted y por los demás, etc. Recuerde que le queda menos de lo que ha vivido; sería muy bruto, psicorrígido y torpe vivir sin comité de cariño; sin línea de apoyo y sin factores protectores que le ayuden a vivir en equidad, equilibrio y eficacia para continuar fluyendo en la vida en armonía, bienestar y felicidad. Los adultos mayores deben de estructurar y pertenecer a un comité de cariño, militarlo, mantenerlo hasta los últimos días de su vida.