Por Roberto Rodríguez Almánzar
Desde la fundación de la República (1844) y los demás acontecimientos que le precedieron, nuestros fundadores buscaron asentar las bases de una “identidad dominicana” cimentada en una construcción de tipo ideológica, étnico-racial y cultural ¿Se puede decir que hay una identidad dominicana? Y si la hubiera, ¿Cómo se definiría?
El complejo de bastardía o inferioridad empleado por primera vez por el filósofo mexicano Leopoldo Zea en su obra “América Latina: largo viaje hacia sí misma” (1977) hace referencia a la identidad latinoamericana, identidad que se mira en el espejo de su mezcla y no logra asimilarse como lo que es: una mezcla de culturas, europea, indígena y africana. Dice Zea que el latinoamericano lleva en su sangre y en su cultura al dominador y al mismo tiempo al bastardo. Bastardía que le viene al latino, no sólo por la sangre, sino también por la cultura, o simplemente por haber nacido en América y no en Europa. Su mezcla, lejos de ser algo positivo, se convierte en algo que lo avergüenza, originándose así una y otra vez el complejo de inferioridad o de bastardía que le impedirá encontrar su elevado modo de ser, la definición de su identidad.
Me permitiré extrapolar el concepto de bastardía creado por Zea para nuestro caso dominicano, haciendo la salvedad de que no se toma el concepto de bastardía de manera literal, aludiendo a la sangre, aquí dicho concepto se refiere más bien a la cultura. A mediados del siglo XIX y a comienzos del siglo XX nació en algunos pensadores dominicanos la preocupación de aproximarse a lo que pudiera ser la identidad dominicana. Entre esos pensadores destacan, Pedro Francisco Bonó y Manuel de Jesús Galván. Cada uno buscará a través de la literatura, particularmente dentro del género literario de la novela, desentrañar esa compleja identidad. Bonó con su obra “El Montero” (1856) buscó una posible explicación de lo que nos pudiera definir como dominicanos/as. En “El Montero” el pensador describe un grupo de habitantes cuya profesión y único modo de renta era la caza de puercos montaraces o jabalíes como se le suele conocer. Su nombre era “los monteros” ya que se dedicaban a cazar cerdos de los montes. En “Enriquillo” (1882) Manuel de Jesús Galván expresó la añoranza del pasado indigenista. Intenta rescatar las raíces indígenas que hacen parte de nuestra cultura haciendo especial énfasis en la rebelión que llevaron a cabo los autóctonos de estas tierras con Enriquillo al mando. Mientras que en “El Montero” se advertía que el origen de la cultura dominicana se encontraba en el mestizaje o mezcla, Galván en “Enriquillo” lo encontrará en el indigenismo, un grupo de habitantes que se sublevó junto a Enriquillo contra los españoles.
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Es un hecho innegable que la cultura dominicana está constituida por una mezcla, mezcla que nace a partir de un encuentro entre culturas y queda evidenciado en nuestro fenotipo, en nuestra lengua, en nuestra gastronomía, como decía Pedro Henríquez Ureña: “Recordemos que Europa estará presente, cuando menos, en el arrastre histórico de la lengua”. No obstante, pareciera que esa mezcla más que ser un motivo de orgullo se convirtió en un complejo de inferioridad, inferioridad que nos hizo ver al europeo o los yanquis como razas superiores a la nuestra hasta el punto de idolatrar o sobreestimar esas “civilizaciones” que estaríamos llamados a imitar. No somos españoles, tampoco indígenas ni africanos del todo, pero de esas tres culturas cada dominicano/a tiene su porción, en unos y en otros predomina una más que otra y nos convierte en esa mezcla de la que somos expresión. Hay que destacar que las posibles respuestas de los pensadores aquí citados no tiene fundamento científico riguroso. Sin embargo, no se puede negar el intento de dichos pensadores por acercarse al origen de la “identidad dominicana, “identidad” que se muestra como un crisol de culturas en el que se va perfilando la cultura dominicana, cultura que en vez de desdibujarse va tomando cuerpo expresando su expresión.
Partiendo de todo lo antes previamente, cabría entonces hacerse algunas preguntas acerca de los elementos que pudiera definir esa “identidad dominicana”. ¿Será el Himno Nacional? O ¿La Bandera? O ¿El merengue? O ¿La bachata? ¿El perico ripiao? O ¿El dembow? ¿Será Juan Luis Guerra? O ¿Tokisha? Cierto es que muchos dominicanos/as se sentirán representados cuando ven una bandera dentro y fuera de su país o cuando escuchan el Himno Nacional o cuando escuchan un merengue o una bachata o simplemente cuando ven otro dominicano/a como Juan Luis Guerra triunfando con su música fuera de su país, pero puede darse el caso de que haya algún dominicano/a que no lo represente algunos de esos elementos o personas. Para muchos Juan Luis Guerra es un vivo ejemplo de que es la representación de la “identidad dominicana”, sin embargo para otros no. Igual pasa con Tokisha para algunos ella representa esa “identidad” pero para muchos no. En definitiva, se tendrá que reformular esas preguntas en una pregunta mayúscula. ¿Existe entonces una identidad dominicana donde todos los dominicanos/as se sientan parte de dicha identidad? Más allá de una mirada subjetiva hay que procurar una respuesta objetiva a esta pregunta, pienso que pudiera existir una identidad dominicana en la unión de todos estos elementos citados anteriormente, una identidad que está en constante construcción y de la que todos/as somos constructores.