Toda actividad dinámica es generadora de conflicto. En todo lugar donde exista poder, intereses, creencias, influencia, controles, personas y grupos es de esperarse la conflictividad. Los conflictos tienen nombres y apellidos: familias, parejas, empresas, partidos, instituciones, religiones, interpersonales y grupales. Pero cada uno tiene características muy definidas en los niveles de escalada y desescalada que los alimenta, influyendo las emociones, el temperamento, el carácter, los valores y tipo de personalidad de los participantes en el conflicto.
En la política los conflictos se dan por el poder, la influencia, el control, la permanencia, la legitimidad, los egos, la megalomanía, el narcisismo, el egocentrismo, la necesidad de validación, dereconocimiento y de aceptación como modelo de influencia social.
Si hacemos un recorrido histórico-social, los conflictos en la política dominicana, han sido por problemas personales, de grupos, de control, de poder, por chisme, influencias, beneficios coyunturales y por patologías en la personalidad. Es decir, no han sido conflictos ideológicos, de valores, morales, raciales, religiosos o de clases.
Desde la primera república los conflictos de los liberales y conservadores había una lucha ideológica; nacionalista, de clases, generacional y geopolítica. Pero al final, terminaron liberales siendo más conservadores, dividiéndose entre sí, desconociendo al fundador de la república y negándole el espacio, la legitimidad y el reconocimiento del liderazgo ideológico, político y militar a Juan Pablo Duarte.
Ahí influyó la patología de bipolar II de Pedro Santana, la personalidad antisocial de Buenaventura Báez y de Ulises Heureaux. En todos los procesos de conflictos políticos, sociales y de lucha por el poder, los actores sociales que buscaban el control, la influencia y el liderazgo no pudieron en la escalada y desescalada del conflicto, manejar sus egos, sus patologías para generar un proyecto de nación que le diera respuestas a las necesidades sociales del país,ni a las instituciones, anteponiéndose su ego por encima de las necesidades nacionales.
Los conflictos antes y después de la revolución de abril, que fueron luchas democráticas, por libertades, derechos y conquistas para salir de treinta años de dictadura trujillista, terminaron los conservadores con el poder, el control por años, donde el proyecto de nación, de consolidación democrática y de justicia de derecho se postergó, para vivir y replicar los viejos métodos trujillistas, santanistas, baecistas y lilicistas.
Después de la revolución de abril, la desescalada de los conflictos se fue dando entre acuerdos, negociaciones, amarres, gerenciando la comunicación, las expectativas y las circunstancias, quedando postergado el proyecto de nación, la institucionalidad fuerte y respetada, el estado de justicia social, democracia creíble, transparente y equitativa, el bienestar social y el desarrollo con inclusión.
Cada conflicto, cada lucha, cada sangre derramada, quedo en resultados de conflictos latentes no superados, pero detenido o gestionado sobre la base de los grupos dominantes, del colonialismo y las elites grises que saben cómo dividir, repartir y distribuir el poder.
Para realizar una desescalada positiva del conflicto en la política y de las políticas, hay que gerenciar y resolucionar una democracia con fuertes instituciones, con leyes respetadas, con presupuestos equitativos y bien distribuidos en los servicios sociales, bienestar social y de géneros, pero sobre todo sin corrupción y con sistema de consecuencia.
Si la sociedad impone normativas y reglas, exigencias a los partidos y a los políticos, los conflictos se darían en lo personal, de grupos o legitimidad por los niveles de influencia, pero nunca pondrían en juego el sistema democrático, electoral, judicial, o de crecimiento sostenido en la estabilidad socio económico y cultural. Con el tiempo, es poco lo que hemos crecido y avanzado con el conflicto en la política y de los políticos.
Esa ausencia de una agenda de nación ha sido el resultado de la patología social en la política, en estos momentos la nueva generación de políticos y de ciudadanía positiva deben demandar y vigilar para el cumplimiento de una verdadera democracia y de nuevo estado de derecho.