La referencia, cuerpo vestido, cuerpo desnudo, está cargado de una metafísica, de pertenencia o no al conjunto de la creación y marca una identidad de compenetración espiritual y simbólica con el mundo animal, vegetal y mineral que podemos canalizar en cuerpo-ritual, cuerpo-anímico, cuerpo funcional y distinguirlo del cuerpo-vestido, cuerpo funcional y cuerpo institucional.
La representación del cuerpo va evolucionando con la historia y a medida que nos alejamos de la visión de paraíso terrestre, el cuerpo se viste del entorno socioeconómico tanto las obras de Víctor Patricio de Lanaluze, donde podemos ver la circulación social y el disfraz en el Día de la Epifanía en La Habana, donde se mezclan todos los cuerpos posibles en una misma sociedad.
Los negros esclavos se visten de amos, los negros de generales y en un mismo desfile sincrético entre ritmos de tambores y saltos de macacos y brujos africanos.
En ese día de la Epifanía, es con la profanación de los cuerpos que nace el símbolo del cuerpo caribeño, cuerpo de todos los cuerpos, en un sincretismo de gestos, música y movimientos que van a nutrir las variaciones de apoderamiento corporal en las artes contemporáneas del Caribe.
El cuerpo en celebración y ritualidad se manifiesta en las obras performances del artista cubano Manuel Mendive, sus bailarines y percusionistas escenifican el lazo matriarcal con África y rompe la escala obligada por Europa; es una África en cuerpo presente traída de Ouidah.
Del mismo impulso, la artista plástica cubana Zaida del Río, reivindica su cuerpo-arte y sujeta en sus bailes a sus obras y en su función del cuerpo-espiritual surgido del Caribe para celebrar a Yemayá, la Diosa del Mar.
En ese instante de nacimiento marítimo, acompañados por los ritmos de los tambores batá, la artista expone en las rocas de la Playa del Morro de La Habana, el cuerpo-divino, traído de África por el mar, liberado del barco negrero, cuerpo-mítico de la mujer negra, que se expone frente a los vientos y a las olas.
En ese performance Zaida del Río, celebra la africanidad de la otra orilla, África del Caribe, África de América, incorporada a la africanía mística, del cuerpo-espíritu y celebración.
El cuerpo-espíritu se manifiesta en toda la obra de la reconocida artista cubana Ana Mendieta, con un límite añadido al sacrificio.
La figura del cuerpo Ana Mendieta la buscó en las cuevas taínas y arahuacas de la isla de Cuba, pero también, las eternizó como esculturas rupestres, rindiendo homenaje ancestral a la divinidad del viento.
Los cuerpos presentados por ella son como bajos relieves también incorporados en las paredes, es una compenetración literal, usando todas las porosidades y relieves de las piedras.
Ningún artista del Caribe pudo identificarse tanto con la naturaleza como Ana Mendieta, haciéndose parte de ella, anatómica en ella, con sus “silhouettes” serie de los años 70, cuando ella hacía performances rituales, utilizando su cuerpo como una ofrenda, haciendo unión con el universo.
Las esculturas rupestres de Mendieta están en las Cuevas de Jaruco, cerca de La Habana en Cuba, en ellas y con sus formas que aluden a la matriz hembra, como un bautizo del reencuentro con su origen materno en Cuba.
La entrada del cuerpo en la roca, con figuras de vagina, dentro de la piedra, convirtiendo así la anatomía de la mujer en un referente de fusión vegetal y mineral, prueba del cuerpo artístico trascendental con el paisaje.
Cuerpo-rito, cuerpo-símbolo, cuerpo-ofrenda, obra de Ana Mendieta, como elevación y reencuentro con la civilización perdida. Esta extraordinaria se suicidó muy joven en la ciudad de Nueva York, donde fue acogida como exiliada política.
La presencia totémica del cuerpo, en la obra del artista dominicano Radhamés Mejía, se hizo manifiesta con el proyecto de cuerpos pintados, que presentó en Chile en un performance con bailarines ybailarinas desnudas que iban haciendo obra animada al evolucionar la música y el gesto del artista sobre sus pieles; como un ritual en posesión del trance y de la iniciación de las sociedades aborígenes maoríes oceánicas y africanas, el cuerpo pintado en su función antropológica, evidencia la piel humana como el soporte mensajero de los espíritus, pero también, de las divinidades en los momentos tribales de iniciación a la vida, y llamado a la muerte por conflictos entre grupos.
En el caso de ese artista, la pintura seguía la línea anatómica para sacar de cada relieve corporal una fusión de imagen posible en la ejecución espontánea del artista.
El ombligo mágico se convierte en pozo de gestación, parto y vida, los senos, en faros del camino, o nacimiento de un pene, las nalgas y espaldas siguen con la perversión de la imagen, la transformación de la anatomía, cuerpo de violoncelo y guitarra, visión abierta por Man Ray, que aquí se convierte en una llanura de Nazca.
Cuerpos celebrados en geografías eróticas, en visiones alucinadas por luces ardientes del desierto, y celebraciones animistas donde hombre y mujer se fusionan en un solo ser, con la dualidad del sexo, hombre y mujer, solo seres.
Seres de vida y muerte, de celebración y ofrenda, porque en estos performances sincréticos, lo profano participa en lo sacro, lo divino y la luz conviven con los misterios y las sombras, y el ser en vida animal o humano laten con un mismo corazón.
Los artistas contemporáneos del Caribe le devuelven al cuerpo toda la dimensión borrada por siglos de adoctrinamientos judeocristianos, que en nombre del dogma borraron la dimensión de todos los lenguajes vitales del cuerpo y del espíritu.
Cuando los cuerpos pintados por Radhamés Mejía llaman a una fusión de las formas anatómicas con el juego de imagen a través del trazo, es cuando la luna se estremece en cadera, nalga o pezón, en un concierto de visiones posibles y abiertas, camufladas en todo un proceso de transformación ceremonia y metamorfosis, que también encontramos en la gran diversidad de lenguajes de la poesía simbólica del Caribe y muy particularmente en los versos del poeta dominicano Manuel Rueda.
Anaisa Ezilí
Tu cuerpo de lagarto que repta sobre mis escarpa duraste mueve ondulas sacrificastropel de yeguas jóvenes y cabritos ansiosos serpientes enroscadas en la circunferenciadel jadeo.
En una factura expresionista y simbólica, el artista dominicano Elvis Avilés, nutre la estética de la metamorfosis con sus personajes “chupacabras”y “bacás”, que comparten los cuerpos y se definen en dos cabezas, con figura de caballo, macho cabrito, cabra, puerco, yegua, perro y aves indefinidas.
La ritualidad de Avilés en su creación siempre se viste en una escenificación que conduce su lenguaje visual a un ritmo de “gagá”, pues el cuerpo está rodeado por líneas que marcan el espacio de las divisiones de los indios, pero también las cintas del brujo y del “Petró” que en el “Rará” (gagá) de Haití anima la comparsa.
Dahomey y Guinea, con todas las perspectivas de renacer en el Caribe. Escuchemos de nuevo a Manuel Rueda, en su impactante obra Makandal.
Inocentes
Más los deseos crecieron en nosotras.
La estética de la metamorfosis de los cuerpos tanto en la pintura, la escultura y la poesía, son los hijos legítimos de Makandal. Sigamos con Rueda:
Yo, Makandal
Animal-hombre
Tendido en carne y en rugido
En cauce líquido y en veta sulfurosa
Suave gorjeo en frondas de cambronales
y campeches
piel tendida y zurcida
A paso de bestia y caminante.
Ningún artista del Caribe pudo identificarse tanto con la naturaleza como Ana Mendieta, haciéndose parte de ella, anatómica en ella, con sus “silhouettes” serie de los años 70