Aunque data de cinco siglos, el consejo de Pitágoras no pierde vigencia: “Educad a los niños y no será necesario castigar a los hombres”.
Acierta. Sin embargo la sentencia del matemático, filósofo y místico griego solo podría tener validez en nuestro medio si la educación llega acompañada de cambios profundos en el ámbito familiar y sociocultural en el que se desarrolla la infancia, en las circunstancias en que el adolescente transita hacia la juventud y la adultez.
Acercarnos a ese estado ideal exigiría una renovación espiritual, promover modelos culturales que normen un comportamiento enmarcado en la honestidad y la justicia, la integridad, solidaridad y tolerancia, que nos conduzcan hacia una convivencia armónica.
Implicaría trabajar en pos de un sistema de desarrollo inclusivo, libre de corrupción e impunidad, sin los nocivos desequilibrios entre los ricos y los pobres, que el estilo de vida no esté condicionado por el hiperconsumismo y ostentación de riqueza.
Lograrlo supondría asumir con responsabilidad el rol de padres y madres, distorsionado en una sociedad en gran medida conformada por familias disfuncionales que hacen del hogar un ámbito infernal en vez de un santuario de paz.
Debemos concebir la sagrada misión de educar no exclusivamente como mera transmisión de valores y conocimientos, sino como la integralidad del saber ser y el saber hacer. Una responsabilidad en la que también debe participar la escuela.
Puesto que la formación comienza en el hogar, padres y madres deben cobrar conciencia de que la mejor forma de educar a sus hijos e hijas es a través del ejemplo, de la simbiosis de disciplina y amor, fortaleciéndoles la estructura de la personalidad con bases firmes, que no permita que los demás los vulneren, los intimiden, los manipulen.
No nacen, ¡se hacen! Niños y niñas vienen al mundo sin una ficha delictiva. Si bien en la personalidad inciden factores biológicos, que es innegable la influencia genética, el “delincuente no nace”, se forja en el hogar, en la escuela y la calle, a través del modelo conductual aprendido, de los principios internalizados, aplicados.
El ambiente integrado por la familia, los valores y conducta de las personas con quienes interactúan es relevante en la formación de niños, niñas y adolescentes en su desempeño de vida.
Es más difícil influir en la genética, pero sí es posible mejorar el entorno en que se desarrollan, el cual precisa de una transformación, de una profilaxis, si es que realmente queremos prevenir la delincuencia, recatar a los que delinquen.
Con razón dicen que la mejor prevención es impedir que surjan delincuentes. No es iluso plantearlo. En buen grado se lograría si mediante la educación se modifican procesos de socialización de la niñez para formar generaciones con una perspectiva de alta valoración de la vida, de respeto a la dignidad humana.
Especialistas de la conducta con tal convencimiento supeditan su efectividad a que nos centremos en el bienestar de adolescentes y jóvenes desde su primera infancia, procurando su sano desarrollo. Aplicar estrategias y acciones que erradiquen la explotación sexual y laboral de menores, evitar que sean víctimas de violencia en el hogar, centros educativos y la comunidad.
Prevenir la delincuencia exige cambios socioculturales que generen entornos más seguros, orientar la atención a los factores de riesgo en el plano individual, familiar y social, considerando su interrelación.
Paralelamente a los efectos, abordar las causas socioeconómicas de este multifacético fenómeno, aplicar políticas sociales interinstitucionales que mejoren la calidad de vida de la niñez, adolescencia y juventud, que eviten su involucramiento en actos ilícitos.
Bastaría con cumplir derechos fundamentales que el Estado dominicano está en la obligación de garantizar: educación, salud, trabajo, vivienda, recreación, seguridad y otros consagrados en la legislación nacional e internacional para el desarrollo integral de la juventud.
Garantizar la permanencia escolar de la población en riesgo, ofrecerles oportunidades de formación para el trabajo juvenil, propiciando un desarrollo integral de su personalidad y mecanismos de inserción al primer empleo.
Ampliar la oferta laboral creando puestos de trabajo mediante alianzas tripartitas entre la empresa privada, la sociedad civil y el Estado, el que a través de ministerios, entidades descentralizadas y municipalidades, genere empleos con remuneración justa para la juventud vulnerable.
Fomentar la creación de redes juveniles de pequeños y medianos empresarios, promover programas de asociación económica y social entre jóvenes: cooperativas, sociedades civiles y otras. Además suplir ingresos, daría respuesta a necesidades de desarrollo de la localidad en donde se realicen esas iniciativas en diversas áreas, servicios informáticos, agricultura, turismo y otras, y ayudaría a evitar la emigración.
Promover el arte, la cultura, el deporte y recreación para el desarrollo de la identidad de la niñez, adolescencia y juventud. Crear espacios de convivencia en esas disciplinas, eslabón para conformar agrupaciones juveniles, abrir puertas al diálogo, favorecer la prevención de la violencia en forma creativa.
Realizar campañas contra la violencia intrafamiliar y el maltrato infantil, y sus nefastas consecuencias. Capacitar personal docente sobre la forma de detectar problemas de violencia intrafamiliar en estudiantes; cómo actuar en esos casos y hacia dónde remitir a niñez y adolescencia maltratadas.
Fortalecer los servicios de atención a las víctimas de violencia en cualquiera de sus formas, ampliar y mejorar los programas de instituciones estatales y la sociedad civil, actuando coordinadamente para ser efectivas y evitar duplicidades.
Esa y otras acciones preventivas son importantes para ganar la batalla a la delincuencia, que no se logrará únicamente con la represión contra el delito, ni como función exclusiva de los gobiernos central y municipal. Esta compleja tarea en pos de una convivencia pacífica, del rescate de la paz social, requiere de la participación activa de toda la sociedad.