El discurso pronunciado por el presidente de la República, en un refulgente escenario, la semana pasada, ocurrió luego de innúmeras evaluaciones a su primer año de gestión. Es sabido lo bueno y lo mejor.
La mención del procerato estuvo ausente. Ya no importa. Más que cambio es la nueva república con sus héroes y sin mártires. Los estrategas de la comunicación oficial recomiendan y el poder acata.
Que nadie espere loa a los patricios ni elogios a la Restauración. Para qué, parece que dicen los sondeos. Y así continuamos con las reglas de la patria nueva.
Destacable el trabajo para proyectar al jefe de Estado, magnificente. Fundador de la renacida república. Concede, quita, pide y fustiga.
A Francois Mitterand lo llamaban el mago de la ambigüedad. Hablaba para la derecha y para la izquierda. En “Los Juegos de los Políticos”, Javier del Rey Morató recomienda la disciplina dramática, el manejo de la teatralidad para lograr efectos en la mayoría creyente. “ Pasar del vituperio al pacto, del improperio a la amistad”. El mandatario, igual que sus seguidores, ratificó las imputaciones a la administración pasada y aludió de inmediato los pactos.
El día después permite, a contrapelo de la indetenible repetición de las bondades del cambio, la reflexión, también el asombro.
Del recuento queda la reiteración y la imprudente propuesta de reforma a la Constitución para establecer la “independencia” del Ministerio Público.
El primer ciudadano de la nación luce rehén de sus acólitos mediáticos. De esos que sustentan su influencia en aquello que, antes de la existencia de las redes sociales, Maurice Duverger denominó “cretinización del público, presa de los medios de información”. Condición imprescindible para sostener gobiernos.
La insistencia en la ficción puede convertirse en un dislate fatal que afectaría la esencia del Ministerio Público. Es debate para la comunidad jurídica que, a pesar de la cooptación, sabe la improcedencia de la propuesta.
La Carta Magna dispone la autonomía funcional, presupuestaria, administrativa, del órgano. Instaura la Carrera y el Consejo Superior del Ministerio Público. El Principio de Apoliticidad está señalado en la Ley Orgánica que pauta su funcionamiento.
El ministerio público es el órgano responsable de la formulación e implementación de la política del Estado contra la criminalidad, dirige la investigación, ejerce la acción pública, en representación de la sociedad. Es más que una proclama proselitista. Para satisfacer las demandas emocionales, quizás convenga evaluar la inamovilidad en su dirección.
No es tiempo de campaña ni de consignas. Es una agresión contra la institucionalidad del Ministerio Público y la carrera, identificar la Procuraduría General de la República con un vengador, encargado del ajuste de cuentas cada vez que hay un relevo en el mando.
Ojalá alguien se atreva a intervenir la omnisciencia presidencial. La veteranía que compone el Ministerio Público podría explicarle cómo ha logrado obtener y mantener las posiciones y el prestigio que ostentan.