Brindis de Salas, distinguido artista de color, nació en La Habana en 1800. Discípulo de Ignacio Calvo, pronto eclipsó a este en popularidad como director de orquesta de baile y compositor de características contradanzas, junto con sus arreglos de valses de Strauss.
No obstante, fue su hijo -llamado como él- quien alcanzó formidables altitudes como virtuoso violinista. Habiendo estudiado originalmente con su padre, logró trasladarse a París, donde se perfeccionó trabajando extensamente con Jean-BaptisteDancla, premio de Roma e ilustre personalidad venerada.
Bautizado años después “el Paganini negro” y “el rey de las octavas”, Brindis de Salas hijo -quien había nacido en La Habana en 1852- se convirtió en uno de los más populares músicos de la Cuba, tanto por sus composiciones como por sus excentricidades. Su fuerte personalidad le permitió alternar con la raza blanca, lo cual no era comúnmente aceptado.
En Haití fundó, en 1875, el Conservatorio de Música y mantenía exitosas giras de concierto por América Central, ante el asombro del público por su formidable técnica y vehemencia interpretativa.
Finalmente decidió presentarse en Santo Domingo.
Sorpresa. Aquí no había idea de que pudieran alcanzarse altas notas, elevados sonidos, con el violín. Las misas solemnes eran acompañadas por un pequeño conjunto que improvisaba variaciones a continuación de las palabras del sacerdote en el transcurso del rito eclesiástico. Por ejemplo, tras la música de un tedeum, un salmo, de una salve, se improvisaba con toda libertad y longitud, que podía ser considerablemente extensa. Notables eran los giros e invenciones mientras sacerdotes y monaguillos dormitaban o los muchachos ideaban travesuras con la sagrada copa del ritual que absorbía el misterio.
Un buen día llegó el gran virtuoso haitiano, dejando perplejos a los feligreses con sus malabarismos insoñados. Los saltos y efectos, los complejos armónicos, los “golpes de arco”, aquella sonoridad potente y la asombrosa belleza de melodías que nadie había escuchado antes. No faltaron quienes se burlaron de las limitaciones de los músicos dominicanos.
“Eso sí es saber tocar”, comentaban unos y otros para que lo oyeran los integrantes del pequeño grupo musical que tocaba en el Convento, que para burlarse de la gente, el pueblo se las trae. “Ajá, ¡échenmelo aquí un domingo pa’que vean! ¡A ver si es lo mismo improvisar sobre las vainas gregorianas que canta el cura, que tener una partitura enfrente!”
Es verdad que improvisar no es fácil. Requiere creatividad, sensibilidad, apertura de mente y verse en la necesidad de hacerlo porque no hay nada escrito. Eso se valora. Es la base para los descubrimientos, pero se requiere algo más. No estamos en tiempos de quedarnos en improvisar por salir del paso. Estamos en tiempos de disciplina.