Las 12 reformas enumeradas por el presidente Luis Abinader en su discurso del primer aniversario de Gobierno, unido al inicio de un diálogo con las distintas fuerzas políticas y sociales del país para abordar esos temas, tiene un objetivo fundamental: dar oxígeno al Gobierno al inicio del segundo año.
Esto no significa que los temas a tratar no sean importantes, o que no haya necesidad de cambios, sino que la motivación principal es otra. ¿Por qué digo esto?
Si la intención es realmente reformar, el Gobierno debió primero contratar técnicos o expertos en las distintas áreas de reforma, para que, en un plazo corto (digamos tres meses), presentaran propuestas concretas que sirvieran de base para la discusión con los distintos sectores políticos y sociales. ¡Pero no!, se comenzó al revés.
Convocar representantes de todos los partidos políticos y de grupos sociales para iniciar las conversaciones sin un plan concreto para evaluar es, en mi opinión, perder tiempo.
Aunque se formen mesas de trabajo, de ahí no podrán salir propuestas de reforma concretas porque mucha de esa gente no es experta en los temas propuestos, o no tienen tiempo para dedicarse a eso, y no han sido convocados con un mandato específico. Por tanto, se reunirán para hablar mucho y hacer poco.
Con el discurso pronunciado por Abinader el pasado 18 de agosto, terminó no solo el primer año de Gobierno, también la luna de miel. Eso fue evidente en las respuestas del PLD y la Fuerza del Pueblo, enfilando sus cañones hacia el Gobierno, fuera por promesas incumplidas o por datos supuestamente manipulados. Ese encañonar, unido al constante pugilato en las redes sociales, hubiese puesto al Gobierno de inmediato en una situación de atrincheramiento difícil.
Por el contrario, si los partidos de oposición participan en un diálogo con el Gobierno, tendrán que bajar su recién iniciada belicosidad, porque sería un sinsentido estar en un diálogo y seguir disparando ácidas críticas. Ahora les toca participar y esperar que el diálogo rinda sus frutos o no.
El incentivo de los partidos de oposición para participar en el diálogo es conseguir legitimidad como actores políticos responsables. Al PLD le conviene porque fue sacado del poder bajo la crítica de ser lo peor que ha conocido el país en corrupción. Sentarse en la mesa del diálogo lo legitima en cierta forma. Para los partidos pequeños, jugar en las grandes ligas es importante porque avala su existencia a pesar de su pequeñez electoral.
El Gobierno, por su parte, tiene ahora el reto de obtener algunas ganancias del diálogo, más allá del oxígeno. El tiempo dirá qué temas se privilegiarán, qué reformas se lograrán, cuánto tiempo tomará producir resultados concretos, o si antes de lograr alguna reforma significativa algún partido de oposición rompe la taza y se va del diálogo.
Por el momento reinará la paz política (excepto en las redes sociales donde hay pugilato constante).
El Gobierno debió contratar técnicos, si la real intención es reformar
Convocar a partidos sin plan concreto para evaluar es perder el tiempo
Aun formen mesas de trabajo, de ahí no saldrán propuestas concretas de reforma