El modelo de crítica literaria radical es el que analiza la obra con conceptos específicamente literarios y desecha el elogio, la condena o el silencio, así como las consideraciones de orden extra literario, tales la biografía, el amiguismo, el bombo mutuo, la pertenencia a camarillas, capillas, grupos o clubes.
El elogio, la condena y el silencio son fijadores ideológicos o clichés inventados por el empirismo impresionista para eludir la responsabilidad de encarar una obra con conceptos estrictamente literarios que el analista no posee, razón por la cual recurre a estos y otros subterfugios como la logorrea, el circunloquio, los pleonasmos, el eufemismo, la descalificación, el argumento de autoridad, la experiencia o la reivindicación de la amistad con el autor, derecho que se abroga el crítico o comentarista para afirmar que conoce la obra mejor que nadie.
Tanto el elogio y la condena como el silencio son una pantalla que impide el descubrimiento del valor de la obra literaria. Estos tres clichés son los que adornan los discursos ideológicos de nuestros comentaristas literarios, suscriptores del empirismo, el impresionismo, la estilística, la filología, el estructuralismo, la semiótica y la sociología marxista o no de la literatura.
El bombo mutuo es ejercido magistralmente por dos personajes simbolizados por Kaín y Figurín. Tan pronto Kaín publica un libro, en breve aparece un artículo de Figurín alabando la maestría del amigo como el autor emblemático que ha transformado el quehacer poético o ensayístico de la sociedad dominicana, pues su obra ha roto con todo lo anterior. En iguales términos se pronunciará Kaín cuando Figurín publique un nuevo libro.
Bruto y Kampazas ejercen el eclecticismo. El segundo, además, la logorrea arcaizante. Para Bruto, cualquier miembro de su camarilla que publique un libro, opúsculo o plaquette es un personaje que en atención a sus méritos ha usado con maestría, galanura y donaire el instrumento de la palabra para expresar sus sentimientos trascendentes, con lo cual viene a enriquecer el idioma. Pero Kampazas, siempre en guerra en contra de quienes son incapaces de entenderle y en contra del mal gusto, es el paradigma por antonomasia de los arabescos verbales. Presentador por excelencia de los autores y autoras en agraz, su lirismo de los nociones empiristas deja un hueco en el aire que no lo llena nadie. Maestro del ensayo de enredo, sus latinajos y juegos verbales retorcidos son el hazmerreír de los mentideros literarios capitaleños.
En cambio, Safa, feminista aguerrida cultiva la prosa del compromiso literario de la guerra fría, estadio donde se ha quedado con su voz cansina de niña grande y su oralidad que busca afanosamente compasión y piedad: No porque tú sabes/que yo apoyo a la revolución cubana de Fidel y el caucus negro haitiano/en los Estados Unidos/porque la literatura debe ser siempre un compromiso de clase/como la de Pedro Mir. La contraparte masculina de Safa es Agrícola, crítico resentido y rencoroso, buscador de reconocimiento. Se transa cuando obtiene lo deseado.
Pero entre Ariam y Keké existe una alianza indestructible en punto a bombo mutuo. No practican ningún método, ninguna teoría, sino que para ellas la literatura refleja la sinceridad y la verdad de los sentimientos del alma, así como los lazos imborrables de la amistad. Los premios son para los amigos y no para los enemigos. Según esta estrategia, trabajan ambas a una para lograr la meta, sin importar medios y fines.
Semiótikus es el prototipo de hombre audaz que arrasa con los mejores propósitos con tal de alcanzar sus fines. Especialista de la diatriba, cree firmemente en la consigna: calumnia, que algo queda. Le ha dado buenos resultados, pues en nuestro medio cuando alguien agresivo y osado usa una maraña de conceptos raros, se cree que eso es símbolo de persona muy inteligente, sobre todo en provincia. Puede usted poseer un título falso y pasar por doctor de la Sorbona o de otra universidad y rápidamente se le abrirán las puertas. Hasta aliados encontrará que pagarán con moneda de oro cada diatriba.
El comentario social tiene en Kataraka y Stólido dos sólidos pilares. El primero cultiva una decadente sociocrítica acompañada de un biografismo moral y familiar caduco, mientras que el segundo empalma con el primero a través de un cinismo social que termina reforzando lo que combate, pues a todos estos comentaristas literarios acompaña, inexorablemente, la misma teoría del signo y del lenguaje que les impide pasar a la transformación de su respectiva práctica.
Moskite, Yamile y Yolí son tres paradigmas enmarañados del feminismo trepador. Clavan la ponzoña, se retiran y tienen una sonrisa para todo el mundo, con lo cual logran abrirse paso a cualquier capilla. Viven felices y cultivan, como Safa, el bombo mutuo a escala internacional. De ahí que viajen tanto y se publiquen sus obras en otras latitudes, traducidas o no. Pero siempre acompañadas de unos prólogos que por lo forzado, huelen a bombo. La operación se delata con el intercambio de prólogos que escriben Moskite, Yamile y Yolí a sus contrapartes extranjeras. La llamada literatura dominicana que ha trascendido el ámbito local para inscribirse en el internacional, es un efecto mediático de un trueque sin modernidad.
Con la tipología de comentaristas literarios especializados en el bombo mutuo y el trueque, la literatura dominicana opera un salto al vacío y espera por un nuevo tipo de crítica metodológica que, sin elogio, condena ni silencio vaya única y exclusivamente al texto, a su especificidad, y determine el valor literario de modo tal que quienes lean el análisis queden satisfechos y hayan entendido cabalmente los porqués de semejante análisis, y los compartan. Cuando apoyado en un poder se quiere pasar una obra mala por buena, está prohibido guardar silencio.
Ese entendimiento les proporciona un placer o goce de la lectura, pues se ha abierto en su cerebro un conocimiento nuevo que antes les estaba vedado. Se les vuelve claro que la forma en que está organizado o dispuesto el sentido de la obra posee una política que se orienta, jerárquicamente, en contra de las ideologías y creencias que funcionan como verdades en la sociedad. La multiplicidad de esos sentidos está trabajada con una finalidad artística del lenguaje, cuyo responsable es el sujeto que organiza la escritura.
Ese trabajo artístico comienza con la transformación de la sintaxis, la creación de las figuras como novedad (metáforas, anagramas, paragramas, etc., no oídas ni vistas antes en ninguna escritura); la importancia del consonantismo sobre el vocalismo en el reparto de la sonoridad en la obra (prosodia), las pausas, los acentos rítmicos en el interior del texto o rima interna, el grafismo, y eso todo enlazado por el ritmo, el significante mayor, como organización del movimiento del habla en la escritura, tal como ha sido teorizado por la poética. La analítica del método de la lectura-escritura de una obra descrito en este párrafo es lo que no puede faltar en la determinación del valor literario de una obra. El inconsciente posee, en la obra de valor literario, un peso excesivamente mayor que lo consciente. Este consciente es la parte programada de la obra, su ideología. (Fin).