Hay escritores con muchos lectores. Pero su éxito se debe mayormente a que sus historias logran entretener e impactar al público.
Sin embargo, esta no debe ser la única condición y requisito para un escritor. Incluso, hay obras que aunque despiertan la emoción con sus tramas de acción, en lugar de aportar al idioma en que están escritas, lo que hacen es mancillarlo.
Y lo primero que debe caracterizar a una obra literaria es el uso apropiado del idioma.
En las universidades, escuelas, colegios y centros encargados de enseñar idiomas, los textos que se usan para este fin no son exactamente las obras que logran altos niveles de ventas en el público con sus impresionantes historias.
Los materiales adecuados para esto son los de escritores que nunca han buscado una historia de cine.
Ellos no se caracterizan por la complejidad. Todo lo contrario, sus obras son de capítulos cortos y de lectura de un tirón.
El objetivo de estos autores es lograr transmitir un conocimiento a través de la experiencia y, sobre todo, enriquecer el lenguaje.
Por eso las academias los acogen como obras de carácter didáctico.
Es bueno que los que intentan ser escritores comprendan esto.
Muchos pueden caer en la trampa de querer imitar a los famosos que logran los guiones cinematográficos.
No hay que obsesionarse con esto. Por lo que sí deben preocuparse es por usar el idioma de forma correcta y apropiada cada vez que relatan alguna historia o cuento.
Aunque difícil de creer, la mejor forma de aprender esto es leyendo autores de otros idiomas.
Por ejemplo, autores como Tana Reife, Elaine O’ Reilly, Jammie Abbot, Agnes M. Hagen, Charles Dickens enseñan que lo apropiado es ser breve al usar siempre oraciones cortas pero contundentes.