En la Biblia, el Espíritu Santo aparece asociado a todo lo nuevo, desde la creación hasta la misión de los profetas.
Hoy, junto con la Iglesia hemos de pedir que el Espíritu Santo nos transforme en la dirección que el Señor desea. Podemos discernirla meditando las lecturas del este Domingo de Pentecostés.
En Hechos 2, 1 -11 encontramos a los discípulos reunidos en un mismo lugar. De repente sobreviene sobre ellos el Espíritu como un viento fuerte y lenguas de fuego. Pronto se reúne una multitud ante su puerta y ellos le pueden hablar a cada uno en su propia lengua en aquella conflictiva Jerusalén.
Siento que la Iglesia no está llamada a vivir como una cómoda “juntiña” de gente conocida, sino que le toca salir al encuentro de cada persona con una palabra comprensible por todos: una palabra encendida en el fuego del amor solidario; movida por el viento de la libertad que ayude a cada uno a encontrar la plenitud de su vida en el Señor.
Puede leer: Jesús también fue tentado
Todavía en nuestras comunidades reina un gran individualismo. El Espíritu nos ayudará a descubrir que todo lo que nos ha dado “es para el bien común” (1ª Corintios 12, 3 -13).
Finalmente, el Espíritu Santo abrirá nuestras puertas cerradas por el miedo y nos dará la paz de Cristo, una paz que sabe enfrentar el conflicto y la cruz. En Juan 20, 19 – 23, Jesús resucitado les muestra a los discípulos las manos taladradas y el costado abierto.
El Espíritu Santo nos ayudará a participar, y a organizarnos para botar todo lo que nos atrasa, corrompe y paraliza.
El Espíritu hará de nosotros una Iglesia de puertas abiertas, unida en un solo cuerpo, sin divisiones, ni celos, ni competencias, enviada a pronunciar la palabra ardiente de un Amor que derrotó la muerte.