Si la política es un arte, los políticos siempre podrán dar más importancia a la apariencia que a la realidad
Notables liderazgos partidarios y gubernamentales de diversas épocas en República Dominicana han pasado a merecer que se les tilde de populistas por recurrir a un comportamiento político ambiguamente descrito por los estudiosos como unas veces para bien y otra para mal, aunque la apreciación que más importa en este momento es la que sitúa al populismo como inclinado a explotar sistemáticamente las emociones y pasiones de la conducta humana para hacerse del favor de las masas con la supuesta intención de salvarlas.
Conceptualizar de esta manera las actuaciones de aspirantes al poder, o a conservarse en él remite, dominicanamente hablando, al frecuente uso en los debates de la retórica que prescinde de propuestas de concreta viabilidad para superar males sociales, y recurre a lo hiperbólico tanto para descalificar al contrario como para atribuirse méritos.
Figuras que se edulcoran con gestos de amabilidad hacia toda dirección, sofismas y particulares descripciones de la realidad. La construcción de castillos en el aire cuya belleza no se sustenta en metas y cifras alcanzables, prescindiendo de identificar las fuentes de recursos que concederían verosimilitud a sus proyectos fuera de endeudarse más y más para mantener al país en dirección a la insolvencia.
El cientista social dominicano Nelson Espinal Báez, relevante asesor y mediador en polarizaciones que regularmente estallan en la sociedad, considera notable que tanto en el mundo global como en el local -que es su propio país- desde que asoma cualquier grave contrariedad nacional ,aparecen señores con posturas de soluciones personalistas mesiánicas donde su ego es más importante que las instituciones y se pregunta: ¿Es esa la eficacia que tiene para el pueblo la democracia dominicana?
Ha sostenido ante periodistas entrevistadores que da lo mismo que el gurú salvador sea de izquierda o de derecha para aparecerse con su pócima sagrada: en Nicaragua, con Daniel Ortega seguramente, o con Donald Trump en Estados Unidos, absteniéndose de citar ejemplos locales de pretensiosos superhéroes.
Cuando el enfoque del espinoso tema proviene de la acreditada articulista de este periódico, Rosario Espinal, las ideas aparecen con más precisión como cuando escribió: «En su primer periodo de gobierno -2012-2016- Danilo Medina utilizó con efectividad lo que en aquel momento llamé un recurso populista en la ocasión en que circularon fotos de él brincando charquitos» en alusión, seguramente, a la posibilidad de que el entonces mandatario pretendiera parecer más humano, más de carne y hueso, sin dejar de ser una personalidad del imponente presidencialismo dominicano «que todo lo puede» o al menos, así suele decirse en coloquios.
Espinal argumentó más en esa ocasión: «Ahora en Nueva York, circularon fotos de Luis Abinader arrastrando su maletica y subiéndola al compartimiento de equipajes del avión en clase económica», lo que a continuación describió como «ejemplo del uso de recursos populistas, buscando conectar con un amplio sector del pueblo para generar apoyo en torno a las ideas de gobernante sencillo» aunque en el país, agregamos nosotros, se le describe frecuentemente, y con exageración, como excesivamente vinculado a los «blanquitos» de los poderíos económicos y como gran favorito de la alta burguesía y de los oligarcas.
Yendo más atrás en el tiempo cabe agregar las frecuentes oportunidades en las que el ilustrado y caudillesco doctor Joaquín Balaguer se entregaba a dar su diestra a miembros de las masas irredentas de barrios y parajes y cada dos o tres de los estrechamientos de manos, de atrás salía el general Pérez Bello con un copo grandísimo de algodón empapado de alcohol a purificarle la palma y los dedos. Una desinfección para poner distancia entre los pobres de la vernácula criolla y el gran heredero de Trujillo.
No obstante, Espinal se cuidó entonces de aclarar que existen diferencias importantes entre recurso populista y populismo. «El populismo es una forma de gobernar que estructura la relación entre el Estado y la sociedad a partir de la interpelación directa y constante de las masas, donde el líder proyecta cualidades carismáticas que alimentan su relación con los sectores sociales. En la República Dominicana no ha existido un régimen político populista estrictamente hablando pero los presidentes, en mayor o menor medida, han utilizado el recurso populista».
DESDE OTRAS ÓPTICAS
Para Argelia Tejada Yanguela, doctora en sociología e investigadora social, en República Dominicana el populismo ha permeado a sus gobiernos a partir del ascenso al poder del doctor Joaquín Balaguer -1966-1978- aunque recomienda tener en cuenta la dificultad de definir el populismo por la ambigüedad en el uso del término en función de los contextos históricos. Entiende que el populismo debe ser criticado por ser un peligro real para la democracia.
Sin embargo Wilson Genao Núñez, catedrático universitario activo en el Centro de Estudios del Caribe, se remonta a la era de Trujillo para colocar al dictador en el contexto del desarrollo del populismo clásico en América Latina que vendría a resultar un populista de liderazgo autoritario, mesiánico y personalista.
Sus políticas de industrialización vía la sustitución de importaciones y su manejo de la clase obrera y el campesinado con un discurso nacionalista le haría merecedor de la etiqueta de populista, pero con unos juegos demasiado pesados que ya no son necesarios para domeñar a los pueblos a los que ahora se dirige con los artilugios de la palabra y mucha falsificación de los hechos para llevar a la gente a creer que su paraíso está al doblar de la esquina.
ALGO MÁS POR SABER
El sociólogo Cándido Mercedes, del cuadro directivo de la entidad Participación Ciudadana, sostiene que el populismo se alimenta de una masa irredenta que no sabe diferenciar y que a partir del 1978, con el Partido Revolucionario Dominicano instalado en el poder por ocho años, «una ola de populismo se irradia y permea desde el poder de manera más sistemática con José Francisco Peña Gómez, el líder más popular del siglo XX».
En adición sostuvo que el Partido de la Liberación Dominicana, desde el 2004 al 2020, utilizó el populismo pero no como como base ideológica, sino como «mueca», como simulación que agigantó el populismo a través del clientelismo, la corrupción y la política social como una manera de profesionalizar la pobreza, que no desarrolla más capital humano».
Textualmente, Mercedes expuso para este diario: «El populismo daña y drena a la sociedad. Es la fuente mayor del clientelismo y la recreación de la debilidad institucional. Es la personalización del poder público en vez de la válvula institucional».
El profesor Juan Bosch no escapa a quedar encuadrado en alguno de los perfiles del populismo, pues para el citado sociólogo, desde 1962 esta forma de hacer política se instaló en el país como antena político ideológica en el primer programa de un gobierno libremente electo tras el ajusticiamiento de Trujillo.
Coincidiendo en parte con Rosario Espinal, argumentó que en sociedades como la dominicana siempre se encontrará un determinado sesgo de populismo en la conducción del Estado, independientemente del ala ideológica: sea de derechas del centro, de la socialdemocracia o desde la izquierda.
Criterios Científicos
El populismo es un fenómeno que históricamente ha afectado sociedades con niveles de desarrollo muy desiguales, en circunstancias históricas determinadas y en épocas muy distintas. Son palabras del catedrático de la PUCMM, Genao Núñez, subrayando que es un fenómeno complejo y polifacético que ha estado presente en la historia política de muchos países.
Carlos de la Torre, profesor del Programa de Estudios Internacionales de la universidad de Kentucky, ha llamado la atención sobre visiones acerca del populismo que aparecen en la bibliografía de temas políticos y que lo describen con alarma como un peligro para la democracia porque puede llevar a la conformación de regímenes autoritarios. Quizás Trujillo sea un buen ejemplo de ello.
También se expresa esa posibilidad en el convulso final de los primeros doce años del balaguerismo que rigió a la República tras la guerra civil de 1965. Los esfuerzos con uso de militares que intervinieron en el conteo final de votos y con impugnaciones de gacetazos para aplastar desde un poder sumido en estertores a los auténticos triunfadores de las elecciones de 1978, encarnaron un burdo intento de dominación antidemocrática. Cuando el caudillo se vio acorralado por el repudio de las urnas, se le olvidó el estilo civilizado de lidiar por la presidencia y emergió el expopulista que creía en la fuerza.
Sobre el futuro que le espera al país bajo la administración del presidente Luis Abinader, la politóloga Rosario Espinal escribió también en su momento, que tras los primeros indicios, «lo más probable es que veamos más muestras del uso del recurso populista como forma de mantener vivas las promesas de cambio».