Los mandos superiores de las Fuerzas Armadas se pavonean y se jactan de afirmar con la boca llena de orgullo que la frontera está blindada para asegurar que nada ni nadie puede atravesar la línea fronteriza desde occidente.
Sin embargo, andar por las carreteras y caminos de la frontera en la zona de Dajabón o Santiago Rodríguez el intenso tráfico de haitianos llegando al territorio dominicano sin ningún tropiezo nos da pavor al darnos cuenta que es imposible frenar ese trasiego humano en la mayoría buscando la forma de trasladarse hacia la parte oriental del país.
Mientras más se necesita la mano de obra haitiana, que ya no es la que trabaja por centavos, sino es una que exige y demanda condiciones salariales al costo de la demanda y ya ganan hasta más que los dominicanos que se han ido especializando en otras labores e incluso han sido desplazados por el vecino territorio dejando en sus manos esas labores difíciles de sumergirse en los lodazales de los arrozales.
No hay dudas que la mano de obra haitiana en la agricultura es esencial y es la que asegura la alimentación total de los residentes en la isla incluyendo los turistas en que los dominicanos que prefieren irse en yola para Puerto Rico o como ahora buscar la vía de escape que los centro americanos han puesto de moda de hacer una larga y peligrosa travesía por las selvas del Darién para una larga caminata intentar llegar a la frontera de México con Estados Unidos.
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La desesperación humana es grande y mientras aquí ya vemos las labores están siendo asumidas por una migración venezolana que abarca ya varios campos en donde el sector de la alimentación tiene un tremendo sitial que incluso está llevando más orden a esas ventas artesanales que los dominicanos ofrecen en condiciones deplorables de presentación e higiene.
La frontera no está blindada. En donde haya un guardia de origen fronterizo la venta del acceso está garantizada para esos infelices soldados que han convivido por décadas con sus vecinos haitianos con los cuales han mantenido una relación casi familiar.
Los sectores cívicos conscientes de sus deberes y propósitos de una patria unida chocan contra la realidad de la ignorancia que se cuela en una avalancha en los sectores marginados en donde la convivencia entre los dos pueblos es muy fluida y se cruzan para compartir sus carencias sin importar la barrera del idioma donde el patois no es un impedimento. Y así vemos las escuelas rurales de la frontera dominicana ocupadas por su mayoría de escolares haitianos en convivencia armónica con sus semejantes dominicanos.
El blindaje es solo para consumo de los medios de comunicación y hacer el aguaje de que la frontera no la atraviesa nadie mientras tan solo en menos de cinco kilómetros de la línea uno se topa con grupos de vecinos occidentales que están huyendo de su pobreza.
No nos olvidemos que el pueblo haitiano es muy creyente. Y para ellos su principal devoción es venerar a la madre del pueblo dominicano, Nuestra Señora de la Altagracia, que provoca masivas peregrinaciones que vienen de occidente hasta Higüey para venerar a nuestra patrona cada mes de enero y cualquier otro mes del año.