Recientemente sostuve una discusión con un colega sobre el tema de la investigación. Su corta y estrecha visión defiende a ultranza a las llamadas ciencias “duras” o “exactas”. En su limitada posición, la gran gama de ciencias sociales no está en su universo, pues ellas no son parte del conocimiento. ¡Qué horror!
Lo interesante es que, esta vieja, viejísima discusión, hace tiempo fue superada. Así pues, se presentaba como una falsa dicotomía, sobre todo excluyente, entre las mal llamadas “ciencias exactas” y las también mal llamadas “deductivas”. A pesar de haber sido superadas, algunos científicos “puros” se mantienen aferrados a esta concepción dicotómica. Lo triste del caso es que la mayoría de los científicos que cambiaron la historia de las ciencias, no solo eran grandes profesionales de la ciencia, eran por demás filósofos y creadores. Isaac Newton, por ejemplo, creador-descubridor -formulador de las leyes de la física y la astronomía, como por ejemplo el espectro de color que se observa cuando la luz blanca pasa por un prisma es inherente a esa misma luz. Fue también el primero en demostrar que las leyes naturales que gobiernan el movimiento de la tierra y las que gobiernan el movimiento de los cuerpos celestes son las mismas. Calificado por sus homólogos como el científico más grande de todos los tiempos, era al mismo tiempo, un profundo y prolífero filósofo y teólogo, ramas del saber a las que dedicó tiempo, mucho tiempo; siendo esta producción tan amplia como las de física, química y astronomía.
Nosotros creemos y defendemos el diálogo abierto de saberes, porque estamos convencidos de que solo con una visión de complementariedad se podrá producir el avance de las ciencias y del conocimiento humano. Estamos convencidos que el conocimiento, el desarrollo tecnológico debe de estar al servicio de la humanidad.
El gran pensador francés Edgar Morín, en su libro, “Los siete saberes necesarios para la educación del futuro”, afirma que aferrarse a las llamadas ciencias “positivas”, refleja una gran ceguera del conocimiento. Defiende, en el saber 5, que la función de la educación es “Enfrentar las incertidumbres”, pues la humanidad ha vivido la aventura de lo incierto y lo desconocido. La incertidumbre ha sido y será su signo al caminar. Enseñar la incertidumbre para desarrollar la comprensión, es la gran tarea de la educación del siglo XXI. La comprensión se ha vuelto esencial para los seres humanos. Es importante diferenciarla de la información. Ninguna tecnología aporta comprensión: “la comprensión, dice Morín, no puede digitarse.” Educar va más allá de la comprensión de las matemáticas, la geografía o la historia. Educar para la comprensión humana es otra cosa. Esa es la verdadera misión espiritual de la educación: debemos propiciar la comprensión entre las personas, como condición y garantía de la solidaridad y la ética.
¿Está Morín en desacuerdo con la ciencia, y su estudio particular? El intelectual francés reconoce, desde siempre, el poder que tiene la ciencia de la naturaleza en la cultura, especialmente en la occidental, señalando también sus posibilidades, sus límites y sus errores. Lo más interesante es que Morín propone nuevos caminos que nos permitan superarnos, pero, sobre todo, intenta escudriñar sobre una nueva manera de comprender la ciencia, convirtiéndola en algo más trascendente que abarque la propia complejidad humana. El conocimiento, no lo olvidemos, es una acumulación de los que pensaron antes que nosotros, y que, por tanto, no hay verdaderas invenciones.
La principal enseñanza de Edgar Morín es el rescate del ser humano por encima de la tecnología. Parafraseando lo que señalaba hace unos años el gran escritor Daniel Boorstin, lo importante es la certeza de que estamos en permanente búsqueda. El gran aporte del pensador francés, es la antítesis creadora del todo por encima de la tendencia hacia la fragmentación del conocimiento, peor aún, de la misma realidad. Nos deja también la enseñanza de que por encima de la ciencia está la ética planetaria, el sentido de pertenencia de que formamos parte del cosmos. Lo importante es sentirnos que formamos parte de la raza humana y que la solución a los graves problemas solo puede ser posible si buscamos una salida juntos y unidos, pensando en la humanidad como un todo, no en la salvación individual que degrada todo, especialmente el alma humana.
En la discusión le dije que nosotros, que habíamos sido formados en las aulas de la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra, y, más aún, que somos parte de los hombres y mujeres que han asumido el compromiso de hacer de su misión educativa la nuestra, tenemos que tener una visión más amplia y completa, sobre el papel de la investigación y visión de una universidad católica. En el Ex Corde Eclesiae del 15 de agosto de 1990, el Papa Juan Pablo II, señalaba:
En el mundo de hoy, caracterizado por unos progresos tan rápidos en la ciencia y en la tecnología, las tareas de la Universidad Católica asumen una importancia y una urgencia cada vez mayores. De hecho, los descubrimientos científicos y tecnológicos, si por una parte conllevan un enorme crecimiento económico e industrial, por otra imponen ineludiblemente la necesaria correspondiente búsqueda del significado, con el fin de garantizar que los nuevos descubrimientos sean usados para el auténtico bien de cada persona y del conjunto de la sociedad humana. Si es responsabilidad de toda Universidad buscar este significado, la Universidad Católica está llamada de modo especial a responder a esta exigencia; su inspiración cristiana le permite incluir en su búsqueda, la dimensión moral, espiritual y religiosa, y valorar las conquistas de la ciencia y de la tecnología en la perspectiva total de la persona humana.[1]
El Papa Francisco, también se ha detenido a reflexionar en la función del desarrollo tecnológico, la ciencia y la humanidad. En el Evangelii gaudium, señalaba que no existe conflicto entre la fe y la ciencia, sino que esta es un ámbito de fecundo encuentro. «La Iglesia no pretende detener el admirable progreso de las ciencias. Al contrario, se alegra e incluso disfruta reconociendo el enorme potencial que Dios ha dado a la mente humana». En la Audiencia con la Asamblea Plenaria del Pontificio Consejo de la Cultura, el Santo Padre hizo señalamientos muy precisos:
“Hoy nos damos cuenta que es necesario volver a los tesoros de la sabiduría conservados en las tradiciones religiosas, en la sabiduría popular, en la literatura y en el arte, que tocan en profundidad el misterio de la existencia humana, sin olvidar, es más, redescubriendo aquellos contenidos en la filosofía y la teología”
En este discurso, el Santo Padre resaltó la importancia de afrontar la cuestión antropológica, proponiéndose comprender las futuras líneas de desarrollo de la ciencia y de la técnica. Afirmaba en su intervención, que nos encontramos en un momento singular de la historia de la humanidad, casi al alba de una nueva era y del nacimiento de un nuevo ser humano, superior a aquello que hemos conocido hasta ahora.
[1] http://w2.vatican.va/content/john-paul-ii/es/apost_constitutions/documen s/hf_jp-ii_apc_ 15081990_ex-corde-ecclesiae.html