Los que vivimos las turbulencias políticas nacionales desde 1963 hasta 1996, sabemos el significado y las repercusiones de una huelga general, el paro de choferes, movilizaciones estudiantiles y las convocatorias callejeras; experimentamos las más demandantes confrontaciones obrero-patronales, las amenazas y restricciones a las libertades públicas, en particular a la libertad de expresión; nadie tiene que contarnos, porque lo sabemos “prima facie”, cuando un gobierno es impopular y amerita una huelga, y cuando no. Todo lo cubrimos desde el quehacer periodístico.
Durante ese lapso, mucha sangre inocente y culpable llegó al río, centenares resultaron detenidos, heridos, golpeados, vejados, deportados y silenciados; las huelgas eran eso, grandes desafíos contra una autoridad antidemocrática, convocadas por líderes reales y respetables.
Digo esto, porque las escaramuzas falaces vividas el pasado martes en el Gran Santo Domingo, que algunos se empecinan en llamar huelga o paro, fue una ridiculez comparada con los grandes momentos reivindicativos vividos otrora por las masas populares en su camino hacia el actual estadio democrático y de vigencia de los derechos humanos en nuestro país. El paro no duró siquiera 5 horas.
Solo la candidez de los reclamos describe una falta de juicio: rebaja de los combustibles -el precio ha descendido 24 pesos en las últimas semanas y se prevé que continúen bajando por lo menos hasta agosto del 2019. Contra los apagones: la planta Punta Catalina ya está en fase de prueba para entrar al sistema eléctrico a principios del próximo año; reducción en el precio de la canasta familiar, como si el gobierno practicase el control de precios y pudiera fijarlos mediante decreto y, finalmente, el castigo a los corruptos, una perogrullada.
Claro, Juan Hubieses, dueño de FENATRANO, quiere ser presidente apoyado en el desorden, la provocación y la intimidación.