Por José Carlos Guerrero
La globalización como proceso, ciertamente, ha debilitado mucho el poder del Estado, sobre todo, cuando se trata de países que tienen marcos jurídicos con blanduras significativas, o bien naciones que terminan enajenando sus recursos léase: (minas, empresas gubernamentales, recursos naturales, entre otros). La indetenible mundialización y todas sus implicaciones, terminan, con sencillez, doblando el pulso de los países en vías de desarrollo mediante el posicionamiento de las multinacionales (las cuales, sus dueños, generalmente están ligados al poder político de grandes potencias como Estados Unidos) y la intromisión de organismos regionales e internacionales que mueven sus hilos detrás de la cortina, a través de ciertos individuos que hacen el “lobby” para conseguir sus desdichados objetivos.
Independientemente de lo expuesto en el texto anterior, es preciso señalar que hace mucho sentido que el Estado exista como ente regulador de las relaciones entre sus nacionales por diversas razones; en primer lugar, el Estado proporciona un orden con reglas claras a través de la constitución y las leyes, sin esto, en el mundo actual, se viviría en una anarquía brutal bajo el imperio del caos permanente. En segundo lugar, el aparato estatal está obligado a garantizar en la mayor medida posible, el bien de sus ciudadanos, es el ente llamado a reducir la desigualdad social a su mínima expresión como ocurre en los “Estados Benefactores”, y aún en el “subdesarrollo”, pero en su justa dimensión, entendiendo sus debilidades. Y, en tercer lugar, las naciones crean un sentido de pertenencia en sus nacionales que permite el desarrollo de la vida en armonía debido a la identificación social y cultural.
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El futuro del Estado como figura paternalista es seguir madurando a través de la aplicación de los mejores modelos y formas de Estado y gobierno, replicando prácticas que han tenido buenos resultados en homólogos con condiciones similares; por ejemplo, República Dominicana debe continuar la marcha dirigida a satisfacer las demandas sociales que proclaman la paridad de los sectores vulnerables con los tradicionalmente fuertes, como es el caso de la vida política, donde hay una Ley de reciente aprobación que propone asignar una cuota de poder a la mujer y la juventud para que, en cierto modo, se genere un clima de “igualdad de condiciones”.
La estabilidad que ha logrado el arquetipo de Estado Moderno que nació con la Paz de Westfalia en 1648; y los avances que logró la Revolución Inglesa del Siglo XVII, la aplicación de la figura de la Constitución; la emancipación de los Estados Unidos y la Revolución Francesa en el Siglo XVIII con el reconocimiento de una serie de derechos del ciudadano; los avances logrados en América Latina con las Independencias y la descolonización en el Siglo XIX; la reorganización de las naciones a raíz de las guerras mundiales y la posterior Guerra Fría en el Siglo XX, sumado a los cambios de vida que estamos experimentando gracias al desarrollo de la Ciencia y la Tecnología en la denominada “Era del Conocimiento” ya en nuestros años actuales, pleno Siglo XXI, son elementos que, sin ninguna duda, vislumbran un futuro promisorio para el Estado.
El autor es catedrático universitario, politólogo y especialista en Relaciones Internacionales.