Hace veintiún años, en julio del 1982, que pude recorrer visualmente en la National Gallery of Art de Washington D.C. la primera gran exposición retrospectiva de las obras de Domenikos Thetokopoulos (El Greco) bajo el patrocinio de Su Majestad el Rey de España Don Juan Carlos I y Su Excelencia el presidente de los Estados Unidos de América Ronald Reagan.
De esta exposición antológica dejé un testimonio el 8 de agosto de 1982 en la sección Cultura del periódico El Nacional de Ahora en Santo Domingo, República Dominicana; la cual estaba dirigida por el buen amigo Bonaparte Gautreaux Piñeyro, a quien conocí por don Juan Bosch, y quien siempre me incentivó no solo para publicar mis artículos sobre arte sino para la divulgación de mis pinturas desde la primera exposición que realicé en 1978 en la galería Auffant de Santo Domingo.
Cuando entré en un primer recorrido acompañado por mi esposa, Cristina Sergio, en la segunda planta del imponente Museo Metropolitano de Nueva York, mi primer impacto fue percibir textos con estudios pormenorizados sobre la vida y obra de El Greco, y en la sala izquierda, íconos que representan la dormición de la Virgen y San Lucas pintando la Virgen realizados durante su aprendizaje en la isla de Creta y luego obras de El Greco y puntos de contacto interculturales como referencia con los pintores de los siglos XIX y XX.
Así empecé a descubrir el propósito didáctico de analogías y diferencias estructurales de esta exposición antológica, la cual me trajo de inmediato a la memoria el libro de Meyer Shapiro y su manera peculiar de buscar puntos de contacto entre las obras de diferentes artistas para ubicar morfológicamente los diversos estilos con las características de sus escuelas y movimientos de arte.
Indudablemente que esta muestra Antológica de 80 obras de El Greco (1541 1614) ilustra su influencia en algunos artistas de los siglos XIX y XX, como son: Picasso, Pollock, Cezanne, Ignacio Zuloaga y Velázquez, entre otros; así como la influencia que recibió de Miguel Angel y el Tintoretto en Italia.
Esta exposición en el espléndido Museo Metropolitano de Nueva York, recoge desde sus primeros íconos hasta las figuras desproporcionadas, serpentinas que, por su arquetipo, lo ubican en el Manierismo del siglo XVI, como bien nos expresara hace algunos años nuestro querido profesor don René Taylor, quien fue curador por muchos años del Museo de Arte de Ponce en Puerto Rico.
Después de Colson, Meyer Shapiro fue el primero que me enseñó cómo diferenciar con un parámetro comparativo las influencias de un artista en otro; y en esta excelente exposición antológica de El Greco he podido apreciar sus primeras influencias, adquiridas del Tintoretto, hasta llegar a recrear los temas mitológicos como Laocoonte, que expresa al héroe legendario troyano estrangulado junto a sus hijos por dos monstruosas serpientes. Este episodio es el tema de un famoso grupo escultórico del siglo II antes de Cristo, descubierto en 1506 y que se encuentra en exhibición en el museo de El Vaticano.
Esta exhibición es la más completa que he visto desde la retrospectiva de la National Gallery en 1982, donde tampoco se pudo exponer su obra maestra El entierro del Conde Orgaz porque es un marouflage, esto es, un lienzo sobre el paramento de un muro pegado con blanco de plomo mezclado con aceite y no debe ser transportado, para proteger así la obra.
Como bien es sabido, El Greco nació en Candia, en la isla de Creta, que pertenecía entonces a Venecia, Italia, y allí recibe sus primeros contactos con la Escuela Veneciana y su líder el Tintoretto, quien también dibujaba rostros de características alargadas y manos sinuosas muy similares a las que dibujó y pintó El Greco.
Además, mucho se ha especulado sobre la posibilidad óptica de que El Greco padeciera de astigmatismo, por la forma de representar alargadas sus figuras; más muy pocos entienden que esa era su estrategia para imponer su imagen con la intensidad obsesiva de sus pinturas, las posturas retorcidas y complejas de sus figuras y sus fuertes contrastes de luz y sombra en forma de celajes difuminados o frotados con su pincel.
El director del Museo Metropolitano, Philippe de Montebello, dijo: El Greco es uno de los pocos maestros de la pintura realmente popular. Y esta afirmación se puede verificar con la energía vital de El Greco que lo ha hecho un clásico digno de ser imitado, no tanto por su originalidad, sino por la manera bien particular de representar temas mitológicos combinados con la parte social y religiosa que no solo han influido en artistas de los siglos XIX y XX como Velázquez, Solana, Modigliani, Cezanne, Picasso y Pollock, sino que también ha creado escuela con su estilo manierista, que fue como un preámbulo a la pintura moderna contemporánea.
En las salas contiguas pude descubrir los contactos directos con Velázquez, Polloc y Picasso, que muestran los curadores de la exposición; más, a mi juicio, no es didáctico mostrar un original de El Greco y una copia en pequeño de la extensión de esa obra por otro artista en blanco y negro, porque esa relación de policromía con monocromía es desproporcionada del original, con sus diversos puntos de contacto y de su estilo, para que el veedor pueda apreciar más de cerca el origen y significado de la obra.
Retrotrayéndome a los conceptos de Meyer Shapiro cuando utiliza parámetros para hacer puntos de contacto entre estilos, puedo decir aquí que usted puede ver la firma de Picasso y de Braque en obras del cubismo analítico con un mismo estilo en cuanto a forma y hasta similares ejecutadas por dos personas diferentes. Además, ver obras firmadas por Picasso, como buen ecléctico que fue, similares al estilo de Renoir, Toulouse Lautrec, Cezanne, entre otros.
El griego fue otra cosa y, como pintor manierista, indudablemente bien original para su época. Por ejemplo, en La adoración de Jesús (1577 79) pude apreciar en El Greco influencias de Jeronimus Bosch (El Bosco), paradójico surrealista que representaba en sus cuadros sueños de escenas dramáticas dentro de la boca de una ballena; como también el contacto de Picasso con San Martín del Greco. Así como la Resurrección (1590) con una recreación de Thomas Benton que refleja otro punto de vista de la pintura americana y El Greco.
En La visión de Saint John (1608 14) que, además, es la portada del catálogo de esta gran exposición, podemos ver la similitud con Las Señoritas de Avignon, triángulo espiritual entre El Greco, Cezanne y Picasso como gesto de revuelta con el que se abre el proceso revolucionario del Cubismo. Además, símbolo del cubismo analítico y expresión dramática donde Picasso hace recordar la acción como el movimiento de la quietud representada, y donde descubrimos la lógica del límite de un estilo a otro y la poderosa fuerza de El Greco cuando crea un estilo en apariencia desproporcionado que realmente, en esencia, era su proposición de ruptura con el canon tradicional de medida de 7.5 a 8.5 cabezas por otro con figuras alargadas, sinuosas, como una especie de anamorfismo y líneas serpentinas con once cabezas y medio; así como también lo hizo Miguel Angel, quien fue uno de los mayores representantes del Manierismo del siglo XVI.
Me atrevo a decir que El Greco era un pintor místico que, después de haber asimilado lo mejor del Tintoretto en Venecia, y el cual aparece como un fantasma en su San Jerónimo (1600 1614) y en Pedro y Pablo (1605 1608) tuvo una buena acogida de la comunidad judía de Toledo, donde recibió los pinceles para pintar después que la tierra de Creta lo vio nacer.
Para poder ver la obra maestra de El Greco El entierro del Conde Orgaz hay que hacer una peregrinación a la montaña de Toledo, como si fuera subiendo a Jerusalén.
Allí en Toledo vive inmóvil en el movimiento de la quietud y amada por todo el que recibe el embrujo de su mirada ansiosa, que ha influido en la memoria de generaciones de pintores, creando escuela en tierra española, la cual va desde la pintura negra de Francisco de Goya (1746 1828) hasta José Gutiérrez Solana (1886 1945).
En fin, entiendo que la esencia de la obra de El Greco está en su espíritu revolucionario y en la representación brillante que hizo de la tierra donde fue feliz, como si fuera un gran himno a la alegría.
Sus personajes están vivos, incluyendo San Sebastián (1577 8), quien representa el símbolo del sacrificio martiriológico; y digo que están vivos, porque la intención de El Greco, como la de todo buen poeta, es matar la muerte en el tiempo para no llegar tarde a su entierro. Y esto lo pudo lograr con la vivacidad e iridiscencia de sus pinturas, cargando sus lienzos de una energía vital que, paradójicamente, sigue sorprendiendo a la humanidad como un misterio a develar.