La causa de la derrota de la guerrilla de 1963, que encabezó Manuel Aurelio Tavárez Justo (Manolo) se debió a la escasa preparación militar y poco conocimiento político de los participantes que no advirtieron que “luchaban contra una fuerza que conocía lo que iba a suceder”. Influyó en el fracaso, además, que “el pueblo no se manifestó como se esperaba”.
Al hacer estas consideraciones, Elsa Justo reveló que la convicción de que habría un respaldo popular en las ciudades era prácticamente generalizada en el grupo a tal punto que Juan Miguel Román repetía: “el hecho de que Manolo suba va a hacer que el pueblo se levante”. Y no fue así, comenta.
“Además, comenzaron a aniquilar los frentes con mucha rapidez. Eso fue desmoralizando a las personas que podían hacer algo en la ciudad”, añade.
Tal vez presintiendo ese desenlace, Emilio Cordero Michel y Jaime Ricardo Socías no mostraban el entusiasmo de sus compañeros. Se quedaron en Santo Domingo y fueron los últimos en unirse a los demás, según Elsa, a quien tocó contactar a los combatientes, confeccionar su ropa, trasladar a Manolo a sus escondites antes de la partida, recibir sus últimas cartas previo al alzamiento en Manaclas en las que solicitaba convencer a Cordero y a Ricardo. “Diles que los espero”, escribió.
– ¿Por qué piensa que no se marcharon con él enseguida?
“Jaime no estaba de acuerdo con que la lucha fuera en las montañas, sino en la ciudad, Emilio tampoco estaba de acuerdo, aunque preparó las armas en mi casa junto con Jaime y Caonabo Abel. Sabía que eran defectuosas, pero su negativa se debía principalmente a que no confiaba en el éxito, había divergencias por la forma como se estaban llevando a cabo las cosas”, narra.
– ¿De qué manera? “Con precipitación, sin tener la suficiente seguridad de que eso se estaba organizando bien”.
Tanto es así, agrega, “que cuando mataron a Kennedy pensamos que había que suspender esa acción porque calculábamos que si asesinaban a un Presidente de los Estados Unidos había que suponer lo que sucedería con ellos. Sin embargo, no se dio marcha atrás…”.
Juan B., afirma, no era partidario de que se hiciera en ese momento “y fue acusado de derechista. Jimmy Durán, Fafa Taveras y Norge Botello fueron enviados para Cuba. Había fuerzas contrarias y los sacaron, pero la razón era que no coincidían con esa posición”.
Cita entre los que querían el alzamiento a Juan Miguel Román, Fidelio Despradel, Polo Rodríguez… “Emilio y Jaime fueron convencidos y subieron a Manaclas”.
Preparando la insurrección. “Cuando se produce el Golpe de Estado contra Bosch, Manolo y Leandro salieron a esconderse y Manolo me pidió comunicarme con los miembros del Comité Central para que también se ocultaran”, cuenta Elsa.
Máximo Bernal había sido el escogido para dirigir el paradero del carismático político, manifiesta, pero no fue localizado. “Y él recurrió a la amistad que tenía con el cónsul italiano. Este le dijo que no podía y ahí estaba Imbert Barrera, lo llevó a la embajada de México, pero Manolo no se asiló, pasó un rato y llegó un momento en que el embajador le exigió y él se fugó: saltó por una ventana y cayó en el patio de donde vivían Lourdes Contreras y su madre, quienes lo trasladaron al colegio Santa Teresita”.
Manolo contactó a Elsa. “Estaba en el baúl del carro de Cuchito García Saleta”.
Minetta Roques, directora del recinto, tenía una visita que se prolongó, por lo que el revolucionario debió pasar por la angustiosa situación de esperar largo tiempo en el compartimento.
¡Estuve ahogándome, tú si eres inconsciente!, reclamó a su prima más mortificada por lo que estaba pasando. Manolo no debía mostrarse en público, sus reclamos por el retorno a la constitucionalidad fueron públicos, al igual que la amenaza de alzarse. Los norteamericanos y la inteligencia local lo perseguían, explica Elsa.
En el portaequipaje de otro vehículo lo llevó Elsa a una explanada desierta del Ensanche Naco. Pasó un tiempo con los García Saleta y pasó a la casa de Miguelina Galán, “que había sido su compañera sentimental y residía en la Arzobispo Nouel con Duarte”. Desde ahí salió para Santiago. Antes de partir pidió a Elsa: “Cuando pienses que haya llegado, espera media hora y avísale a Fidelio que yo salí. Se despidió de mí y de su hermana Ángela”. Les anunció que pronto volverían a verse, que tuvieran confianza pues todo saldría bien. “Nos dejó a Domingo Fermín, que imprimía y distribuía el periódico, para que nos ayudara”. Juan B. quedó encargado del apoyo urbano. Preparó volantes “informando al pueblo lo que estaba sucediendo”.
Preparativos. Elsa y Josefina Peynado, entonces esposa de Emilio Cordero, adquirieron tela para confeccionar los uniformes de los rebeldes, y alimentos enlatados. En la casa de Norma y Hernán Vásquez, “que vivían en la Pasteur”, se cosió una parte, porque la mayoría “la hizo tía Fefita”, madre de Manolo.
Tavárez agradeció a Elsa sus servicios, que no solo respondían al afecto familiar “sino al consenso de la participación social”, en correspondencia que le entregó Joseito Crespo. Solicitó que le enviara un abrigo que había olvidado donde “Cuchito”.
La noche del 20 de diciembre de 1963 allanaron el local del partido y el 21, la casa de los Tavárez en el tercer piso de la Rosa Duarte con César Nicolás Penson.
Habían eliminado los otros focos esparcidos por el país. “Cuando cayó Pipe Faxas, estaba en el mortuorio y me preguntaba: ¿cuándo nos tocará a nosotros? yo no comía ni dormía, vivía triste, de un funeral en otro. Así fue cuando cayó Polo… Pipe estaba casado con Carmen y vivían en la Padre Billini, donde lo velaron”.
En la mañana del 21 “nos avisaron la caída de Manaclas pero nos dijeron que entre los sobrevivientes estaban Emilio, Jaime y Manolo. Don Julio Peynado nos llevó a Santiago y visitamos a Fidelio que estaba preso en la fortaleza”.
-Elsa, no subas a Manaclas, que estoy seguro de que Manolo no está ahí, él no se iba a entregar, quédate en Santiago que él puede necesitarte, le aconsejó.
Permanecieron en esa ciudad ella, Betty García, prima de Manolo, y “tía Fefita”. Ángela, Emma, Josefina Peynado marcharon hacia Manaclas “pero llegaron los cadáveres al hospital José María Cabral y Báez. Dedé Mirabal bañó y vistió el cuerpo exánime del político. “Lo velaron un rato en la casa de Betty García y después en Salcedo. Allá lo enterraron. “Ángela y yo cogimos cama. Uno no se preparó para esa carga emocional”.