La película El Padrino, primera parte (1969), cuyo guion fue autoría de Mario Puzo, es una apología indirecta a la familia, porque, inmersos en el mundo cruel y despiadado de la Mafia, los personajes principales destacan su apego incondicional a la familia y su disposición al sacrificio en beneficio de sus seres queridos y, aunque no somos fanáticos de las escenas violentas y sangrientas, para el público en general, ocasionalmente resulta un atractivo señuelo introducirlas junto a mensajes de solidaridad y devoción a la familia con finales felices, donde el amor filial motoriza las acciones que corrigen actos lesivos a los personajes que representan a seres queridos.
Con mis limitados conocimientos sobre el llamado séptimo arte (el cine) me atrevo a proclamar que esta joya cinematográfica ensamblada por el citado guionista y el director Francis Ford Coppola, es una de las películas más relevantes del pasado siglo, precisamente por su enfoque sobre la familia, ese núcleo de la sociedad que sirve de sostén a cualquier conglomerado y marca el rumbo del fracaso o el éxito en la cultura, la tradición y la moral de un pueblo y ahora, precisamente en el inicio de un nuevo año, mi anhelo es que los lazos familiares sean más fuertes, ya que estoy plenamente convencido de que un hombre sin familia es un hombre incompleto.
En agosto del 2018, durante el Encuentro Mundial de las Familias, celebrado en Dublín, Irlanda, el papa Francisco leyó un discurso donde, entre otras cosas, señalaba que “No hay familia perfecta. Sin el hábito de perdonar, la familia se enferma y se desmorona gradualmente”, admonición que aplica para hoy, mañana y siempre.