Aunque no enfermó de gravedad hasta 1903, año en que murió, Eugenio María de Hostos vivía a menudo con quebrantos en su salud y lastimada su moral. Dormía poco, le dolían frecuentemente la envoltura del cerebelo y el costado izquierdo, decía. Padecía fiebres bastante altas. Pero sus dolencias mayores eran anímicas: su espíritu estaba cansado de tanta lucha. Experimentaba honda mortificación por las guerras intestinas de nuestro pueblo y el dominio de las potencias sobre países de América por cuya independencia sacrificó su vida. Los médicos que lo trataron resumieron que “su enfermedad fue más moral que física”.
Estos datos sobre el insigne maestro puertorriqueño que consagró su existencia a la enseñanza y la conquista de la libertad, están contenidos en el trabajo inédito “Enfermedad mortal de Eugenio María de Hostos” presentado por el entonces estudiante Emilio Arnaldo Cabral Guzmán el 14 de marzo de 1942 como requisito para la materia historia de la medicina que impartía Heriberto Pieter. Realizó sus conclusiones basándose en correspondencias de Hostos, su Diario, la extensa bibliografía ya existente sobre el prócer y entrevistas a los doctores Barón Coiscou, Arturo Grullón y Federico Henríquez y Carvajal.
Una de las calles más antiguas de la Ciudad Colonial lleva el nombre de Hostos desde 1904 al igual que infinidad de centros escolares. Con el tiempo han aumentado las publicaciones en torno a su preclara obra política, moral, social, cultural, sus aportes al magisterio pero, paradójicamente, disminuye el conocimiento sobre su labor y su vida de la cual, una buena parte estuvo dedicada a Santo Domingo donde residió y murió.
El doctor Cabral refleja su activismo, sus malestares, preocupaciones y desencantos.
“La vida agitada, con cambios de nutrición y de clima del señor Hostos, probablemente influyeron en sus trastornos gastrointestinales (estreñimiento, dispepsia), y este estreñimiento hecho crónico produjo una intoxicación constante de su organismo, que se traducía en sus cefalalgias e insomnios”, apunta.
Añade que a pesar de que los médicos que le asistieron no hicieron este diagnóstico, “el cuadro clínico durante su vida, y más aún el cuadro de su muerte, corresponde a un cáncer del intestino, que dado el orden de frecuencia, probablemente se trataba de un Epitelioma del recto o del sigmoide”.
Hostos no se quejaba únicamente de los padecimientos que le ocasionaba el cambio de clima y temperatura, hablaba también de su estrechez económica “que le privaba en ocasiones de lo más indispensable, inclusive alimentación y abrigo”, significa.
“Estoy tan dolorido de cerebro que no me atrevo a escribir”; “no gozo de la salud ni de las prosperidades”, “de salud mal”, “yo que no sabía lo que eran días de postración los he tenido, aunque en pie y trabajando”, “cerebro y corazón me duelen con frecuencia”, “echo de menos el clima”, escribía.
“Vivo siempre enfermo de ánimo”, “por enfermo no puedo escribir más”, “mi salud está profundamente quebrantada”, “no estoy bien, “no duermo, el sueño, que era mi única fortuna, me abandona también, a veces siento debajo del cráneo una especie de onda eléctrica semejante a la que he experimentado en mis transportes de entusiasmo, pero lejos de ser agradable es muy doloroso”, apuntó Hostos.
Dice que estaba “durmiendo muy poco y no teniendo más que un sobretodo de verano y unos zapatos infernales para combatir el frío”. Y añadía: “paseo, al regreso tomo café, es decir cuando lo tengo. No teniendo me encuentro feliz de tomar tamarindo, una bebida tropical a propósito para la dispepsia que tengo que combatir y que preparo mezclando el tamarindo con agua caliente endulzada.
En la última página de su diario, el 6 de agosto de 1903, anotó: “Me prescriben descanso completo”.
Comenta el autor de esta investigación que desde 1885 Hostos sufría de trastornos gastrointestinales frecuentes “pero la enfermedad que le molestó hasta el fin de su vida fue una constipación exagerada… Permanecía hasta siete días sin efectuar una deposición a pesar de tomar continuamente tamarindo en grandes cantidades, conocidas por él las propiedades de laxante suave de esta fruta”.
El 6 de agosto de 1903, expresa Cabral, “comenzó la enfermedad que lo llevó a la tumba, o mejor dicho, el cuadro dramático que le postró para no levantarse más. Le asistieron los doctores Francisco Henríquez y Carvajal, Arturo Grullón y Rodolfo Coiscou.
“Olvidado hasta por sus discípulos”.- Eugenio María nació la noche del 10 al 11 de enero de 1839 en Mayagüez, hijo de Eugenio Hostos Rodríguez, escribano Real y secretario de la Reina Isabel II, y María Hilaria de Bonilla Cintrón. Recibió una educación profesional integral, tanto en su natal como en Europa. Siguió perfeccionándose al tiempo que escribía, pronunciaba conferencias, fundaba centros culturales, de enseñanza y recreo, combatía la esclavitud, se pronunciaba contra el régimen colonial de España en América, participaba en tentativas de expediciones, fundaba periódicos…
Ideó e introdujo su famoso plan de Escuelas Normales para la República Dominicana y continuó en su batallar por la independencia de Cuba y Puerto Rico.
En 1887 contrajo matrimonio en Caracas con la cubana Belinda Otilia de Ayala. Fue el padre de Eugenio Carlos, Luisa Amelia, Bayoán Lautaro, Adolfo José, Filipo Luis Duarte y María Angelina. El país tuvo el privilegio de tenerlo como a su hijo en diferentes domicilios, aunque constantemente viajó por el mundo en sus incansables conquistas libertarias.
Residió en Puerto Plata; en la hoy calle Duarte, en “San Carlos (La Esperilla), y a partir de 1900, cuando fue llamado por el gobierno para reorganizar la enseñanza, en la avenida Independencia.
“Olvidado hasta por sus discípulos, pasaba una vida casi de aislamiento completo, careciendo no solo de comodidades sino de los medios indispensables de vida. Su orgullo le hacía rehusar ciertas dádivas de sus amigos que enterados de su penosa situación trataban de ayudarlo en algo. Días hubo que hasta hambre pasara el insigne maestro”, afirma Cabral.
Señala que su estado general “era de una depresión extraordinaria, en pocos días se puso pálido y adelgazó y ni el uso de los sedantes le hacían conciliar el sueño… Presentaba ligero estado febril y un decaimiento general. El corazón se tocó, ruidos sordos y débiles”, significa. Murió el 11 de agosto de 1903. “En ningún momento perdió el uso de sus facultades”.
Tan extensa como su obra educativa y su producción intelectual es la historia de la calle que lo recuerda.
La calle.- El Ayuntamiento consideró que Eugenio María de Hostos “fundador de la Enseñanza Normal en Santo Domingo, ofrendó su vida y su virtud en aras del perfeccionamiento moral e intelectual de la República”, y el 15 de marzo de 1904 designó “Hostos” la antigua calle “Del Estudio”, de la ciudad colonial.