Por Soledad Alvarez
Han pasado nada menos y nada más que veintinueve años desde el día que tuve el honor de presentar la primera novela de mi amiga, la poeta, narradora, ensayista, jurista, columnista de larga trayectoria, Carmen Imbert Brugal.
Distinguida señora (1995), la sorprendente historia de una mujer cabaretera que llega a Santo Domingo en busca de nueva vida y nuevos placeres, con su narración memoriosa, multiplicidad de personajes y de voces, yuxtaposición de planos y guiños cómplices sobre hechos y figuras de la sociedad dominicana, marcó el inicio de la trayectoria vigorosa y ascendente que ha colocado a Carmen Imbert en un lugar privilegiado de la narrativa dominicana contemporánea. Así lo confirman su segunda novela: Volver al frío (2003). Con el tema del olvido, dolorosa introspección de un hombre desarraigado a raíz de la muerte de su madre, que fue asesinada; Sueños de salitre (2006), historias múltiples de sueños y fracasos, de amor y desamor enmarcadas en la ciudad de Puerto Plata durante los años cincuenta, con el auge del turismo depredador, las olas y los boleros de fondo. De sueños y salitre la escritora argentina Mabel Morillo dijo lo siguiente: “A partir de una estructura fascinante, poderosa, con un lenguaje conciso y hondamente expresivo, la autora narra las vicisitudes de unos seres reconocibles, tangibles aun cuando son parte del universo de la literatura”. Y años más tarde la colección de relatos Memorias de la señora (2011), en la que la autora nos remite al sujeto femenino de su primera novela, relacionando otra vez la memoria y el olvido, los derroteros de personajes condenados, las encrucijadas de sus vidas rotas.
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El imposible perdón, la obra publicada por la reconocida editora española Huerga y Fierro, que hoy ponemos en circulación, destaca como un jalón en la evolución novelística de Imbert Brugal, un momento a mi juicio superior en cuanto al oficio narrativo como tal, manifiesto en la seguridad del trazo para construir unos personajes prototipos y a la vez complejos, en el manejo acertado del tiempo histórico y narrativo, oscilante entre el pasado y el presente en una construcción bien definida que contribuye a mantener el suspense. Intriga, tensión, como en las novelas policíacas abonadas por informaciones hábilmente prorrateadas que impulsan la narración, y en la que se entrecruzan las diferentes historias: variaciones del envilecimiento y la podredumbre moral a las que pueden llegar los seres humanos en los regímenes despóticos.
La dictadura trujillista ha sido tema central de la novela dominicana. Subgénero en el que se inscriben autores tan disímiles como Marcio Veloz Maggiolo, Pedro Vergés, Efraim Castillo, Pedro Peix, Andres L. Mateo, Diógenes Valdez, Angela Hernández, entre muchos otros. El imposible perdón podría inscribirse en esa tendencia, con la salvedad de que teniendo como punto de partida el régimen de Rafael Leónidas Trujillo y su continuación en los doce años de Joaquín Balaguer, con su énfasis en la implacable disección del alma humana y de las conductas individual y colectiva frente al poder político y económico trasciende el período histórico, y más aún, el lector sospecha que la crítica abarca ex profeso la sociedad dominicana de antes y de ahora, las miserias que permanecen en el tiempo: adulación, espionaje, acoso, corrupción.
La novela está dividida en seis capítulos, que corresponden a los diferentes tiempos de los hechos narrados, entre el ahora y antes acontecimientos que el lector tendrá que encajar, como una especie de rompecabezas, para recomponer el retablo del horror, la espiral de rencores y venganzas que nace de un agravio, tan abominable que el perdón es imposible. Y es que, como dice el épigrafe que abre el libro, durante los regímenes de fuerza se permiten desmanes que el tiempo justifica y convierte a las personas agredidas en victimarias.
El primer capítulo funciona como obertura, presentando magistralmente personajes y contexto, esbozando tema, argumento, la disyuntiva entre el olvido y el imposible perdón, la confrontación y el intercambio entre víctimas y victimarios. Santiago Esán Valdez, hilo conductor de la novela, es el prototipo del hombre que medra a la sombra del poder, capaz de las peores ignominias y hasta del asesinato con tal de no perder los privilegios. De él dice el narrador: “Habla con síndicos y gobernadores, conquista opositores, promete trabajos y viviendas, organiza sancochos, reparte ron, amenaza, extorsiona”. Su paso por el régimen trujillista es el aval para el ascenso en el régimen balaguerista, en el que forma una cuadrilla de matones por la que se le vincula al asesinato de cuatro jóvenes estudiantes. Su mujer, Elvira, aparentemente ajena a la tejemanejes políticos pero dispuesta a soportarlo todo con tal de aprovechar las ventajas del poder, es uno de los personajes más ricos en su evolución, hasta llegar a ser partícipe de la venganza. Remberto, el amigo de la infancia, curtido en los trajines públicos y en el ritual de la obediencia, cómplice y facilitador de la infamia, junto a Santiago pasa de la dictadura al nuevo régimen; Braulio, el hermano de quien se dice es hijo bastardo de un hermano del dictador; la madre, Mercedes, trujillista calculadora, ávida de ascenso social, es descrita sin misericordia: “Provocadora y soez, sin necesidad de insultos, su actitud valía más que un improperio (…) Los rumores le atribuían una conducta impropia, el ejercicio de una libertad conyugal ofensiva y una colaboración abyecta con los servicios de inteligencia de la tiranía”. El padre, Vicente, gallego emigrante “con tintes rojos en la sesera”, los sirvientes que terminarán abandonando a los empleadores cuando llega el naufragio… Y en el otro lado, el personaje antagonista, eje de la novela junto a Santiago: la voz acusadora, implacable de la muchacha que ha regresado del pasado para contar, en las llamadas teléfonicas a Santiago, su tránsito por el infierno de la cárcel trujillista. Némesis empeñada en que el verdugo descubra su identidad, logra convertir al hombre poderoso en un guiñapo vencido por el miedo. También aparece la voz activa del narrador, quien a lo largo de las páginas reseña con voz crítica la deriva política, la represión, las intrigas y rencillas oscuras del poder. Omnisciente, hurga en la conciencia y en las motivaciones de los personajes, y no pierde oportunidad para poner el dedo en la llaga de una sociedad dañada por el silencio y la impunidad. Y lo hace, así sea valiéndose de los personajes. Basten algunos ejemplos: en el segundo capítulo, amparándose en Santiago dice “Observó con atención y reserva a los aristócratas tropicales de pacotilla, esos que fungían como proxenetas de su parentela. Sin hacer gárgaras y con la bendición de cualquier obispo pederasta sacrificaban a sus vírgenes, las exponían a la unción del semen santo.” Sobre Santiago y Remberto, definidos como representantes de la gleba adherida al poder, dice que son sarcasmo que son contrarios a la “minoría privilegiada e impune por los siglos de los siglos, con amén incluido”… “Tan bonitos y engominados, algunos crecieron como pajecitos de la corte, bufoncitos en los cumpleaños de la familia presidencial, ahijaditos del jefe, hermanastros de los hijos”. La diatriba alcanza a los falsos héroes, esos que “con el certificado de heroísmo se dedican a buscar un decreto o cualquier favorcito del Estado que consideran propio. Reclaman y compran el prestigio. Regatean la gloria y como el trajín criollo rehúye las averiguaciones, por temor a los resultados, negocian y aceptan los inmerecidos honores de ocasión para seguir viviendo en la mentira y de la mentira. Son múltiples las reyertas en procura del nombramiento, de la pensión, del regalo, del préstamo. El presidente los conoce, juega con ellos, les muestra la carnada adecuada para pescarlos”.
Entre el primer capítulo, que ya definimos como una obertura, titulado “Ahora y antes”, y el último, el final perturbador con el título “Ahora ahora” —que remite a la trama circular de la novela— median cuatro capítulos en los que la voz acusadora en las llamadas telefónicas se potencia, explayándose en los detalles del horror vivido por la muchacha en la carcel trujillista; a la vez que en otro plano se desarrollan las peripecias, giros o nodos sabiamente dispuestos, que impulsan la acción. Como el enfrentamiento, en el capítulo segundo, entre el temible general Rivas y Santiago, que asociamos con las pugnas en la cúpula militar durante los doce años de Balaguer, el revés de Santiago cuando es apresado por la dictadura y para salvarse se convierte en el abyecto soplón que causa la tragedia. En el tercer capítulo entra en la narración Gómez, figura fácilmente reconocible por el lector dominicano por su descripción y por mantener el nombre de la vida real, sugiriendo que si el espía telefónico es real, también pueden serlo otros personajes y situaciones. De Gómez, el narrador dice “Graba todo, escucha todo y en cualquier lugar. Para él no existen los secretos, todo lo dicho en camas, baños, automóviles, aviones, sacristías, consultorios, escuelas, bares, estaciones de gasolina, balcones, patios, cocinas, zaguanes, terrazas, áticos, sótanos, doquiera y como quiera, puede saberlo. Utiliza la información, medra entre contertulios sin importar el momento ni la categoría de la personas”. Gómez, experto en la intriga y la manipulación contribuye con la desgracia de Esán Valdez, pero luego, comprado por éste, también en la caída del General Rivas.
Otro nodo en el penúltimo capítulo, augurio del final, es el triunfo de la oposición en las elecciones, eventualidad traumática, comenta el narrador, que los gobiernistas jamás imaginaron. Inicio de un ciclo diferente con protagonistas similares. Guiño que no necesita especificación: “Los de antes, volvieron a aportar habilidad, malicia, esa ´marrulla´ adquirida durante tantos años de señorío”. Entre estos sigue Remberto; pero no su amigo Esán Valdez, a quien ya nada le importa, abandonado por todos, los negocios en quiebra y la casa vacía porque los muebles han sido vendidos. Y en ese ambiente ruinoso la transformación de Elvira, uno de las líneas narrativas mejor logradas en la novela. Elvira, esposa acomodada a lujos, privilegios y también traiciones, se convierte en la mujer víctima de la ruina moral y económica del marido, situación de la que no puede huir, por lo que “su única oportunidad —afirma el narrador— tenía el nombre de venganza”. Y la venganza sería participar en las llamadas de la desconocida “para contribuir con la derrota del marido y al mismo tiempo sentirse importante para alguien”. Las dos mujeres, víctimas convertidas en victimarias, mientras el hombre victimario las arrastraba consigo hacia su terreno de degradación.
El desenlace en el último capítulo confirma que no hay salvación para los que han sido tocados por el mal de la dictadura. Como Rubén, como Braulio, la niña inocente arrancada de su cama y de la ilusión, termina convertida en un ser humano derrotado, dañado. No optó por la solución suicida, recurrente entre las mujeres de la prisión. “Ella prefirió el lento suicidio de estar viva — dice el narrador— sin afectos, sin recuerdos, con identidad difusa”. La historia de la niña, de la muchacha, de la voz anónima sedienta de venganza ocupa el magnífico final, narrado con tal fuerza expresiva que conmueve a la vez que horroriza, y nos deja temblando al verla embelesada en la puerta de Esán Valdez, mirando, en el bronce de la inscripción con el nombre de la familia el trajinar de una larva como antes miraba el gusano en su celda de presa.
Los lectores de El imposible perdón encontrarán en la novela —y no es poca cosa— el estilo característico de Carmen Imbert, acaso más depurado en los claroscuros, en los contrastes del lenguaje múltiple, de murmullos y palabras en sordina o gritadas con la fuerza de la rabia y el dolor. Prosa sobria, mucho más directa que en otras novelas, aunque sin renunciar del todo al lirismo y a la abundancia de recursos estilísticos que la distinguen, en una celebración del lenguaje cercana a la novela neobarroca, que aquí cede frente a la importancia de los diálogos, de las intervenciones expositivas del narrador y los brutales monológos de la voz protagonista, tan diferenciados estilísticamente en su oralidad.
Carmen ha vuelto a la novela coral, a la multiplicidad de personajes distribuidos en la historia central y las adyacentes, al ensamblaje que caracteriza anteriores trabajos narrativos, al narrador equisciente que no solo cuenta los acontecimientos sino que también se adentra en la subjetividad de los personajes y enjuicia los momentos históricos. Vuelve a dar cuenta de la complejidad del alma humana, y con la valentía que la distingue vuelve a levantar el dedo y la palabra contra lo peor de nosotros mismos. Sí: recordándonos que hay momentos de nuestra historia, personajes y agravios que no merecen perdón, Carmen Imbert contradice, desde esta estupenda novela, el silencio y la complicidad dominantes en la olvidadiza sociedad dominicana. Y hay que agradecerlo.
ESTE ES EL DISCURSO DE LA POETA SOLEDAD ALVAREZ EN LA PRESENTACIÓN DE LA NOVELA “EL IMPOSIBLE PERDON”, DE LA NOVELISTA, JURISTA Y PERIODISTA CARMEN IMBERT BRUGAL.
Noviembre 2024