Por abundante que lleguen a ser las cosechas en importantes renglones alimentarios del país -lo que suele ocurrir- un gran volumen de ellas resulta de prácticas agrícolas de subsistencia, lo que explica que el aporte agropecuario al Producto Interno Bruto, aun creciendo, sea inferior a lo que corresponde al potencial de muchas tierras.
Terrenos en manos de pequeños y dispersos productores carentes de las tecnologías que harían que sus frutos alcancen la mayor calidad y rentabilidad posibles como efectivamente ocurre en fincas mayores que han ido hacia la modernidad con sentido empresarial para producir arroz, tomate, café, cacao, tabaco, banano, plátano, etc.
Para generalizar democráticamente los avances que solo logra un sector minoritario de propietarios de medios de producción rurales, el Gobierno debe aplicar políticas y planes de financiamientos blandos para sacar de la marginación a muchos labriegos pobres y desmotivados a ser impulsados con asistencia técnica hacia mejores métodos de labranza.
Planificando las cosechas en atención a las variaciones de la demanda y asociándose a cadenas de mercadeo y agroexportación para aumentar el valor de sus productos, haciendo provecho de los planes desarrollistas que para toda la región hemisférica aparecen en las recomendaciones de organismos multilaterales como el Banco Interamericano de Desarrollo (BID).
El BID conoce bien la realidad del campo dominicano y traza pautas a ser escuchadas.