Desde los inicios de las Relaciones Públicas, siempre han existido líderes religiosos, políticos y empresariales interesados en emplear estas como medio para crear, mantener y cambiar percepciones, actitudes y opiniones, con el propósito deliberado de establecer determinadas realidades y situaciones. Es innegable el hecho de que nunca han faltado intenciones de usar las Relaciones Públicas para mentir, manipular y persuadir a la opinión pública. Todavía en pleno siglo XXI, hay personas, tanto dentro como fuera de las empresas e instituciones, que pretenden continuar haciendo de las Relaciones Públicas una plataforma mediática para mentir y ocultar malas prácticas.
El uso feo de las Relaciones Públicas se percibe en las empresas e instituciones que invierten importantes cantidades de dinero, mucho tiempo y energía, tratando con ello de evitar que sus grupos de interés no conozcan las malas decisiones y actuaciones que acontecen dentro y fuera de ellas. Por ejemplo, la falta de transparencia en la gestión de sus procesos, el ocultamiento y manipulación de las informaciones ofrecidas a los ciudadanos/clientes, ofrecer servicios sin calidad e incumplir las promesas.
Hoy, es un intento fallido tratar de planificar e implementar acciones de Relaciones Públicas para persuadir y manipular la opinión pública, así como ocultar actuaciones deshonestas de las empresas e instituciones.
Los ciudadanos se han valido de diferentes medios para desarrollar habilidades y destrezas que les permitan observar, evaluar y enjuiciar el comportamiento ético y el nivel de involucramiento social de las empresas e instituciones.
En la presente coyuntura, es casi imposible que las organizaciones puedan convencer a sus grupos de interés de ser socialmente responsables cuando en realidad no pueden mostrar logros sociales creíbles al respecto.