El libro de Don Cucho Álvarez

El libro de Don Cucho Álvarez

Son muy pocos los altos funcionarios del gobierno de Trujillo que publicaron sus memorias.  El primero fue Víctor Garrido, al que le seguirían Joaquín Balaguer y Hans Wiese Delgado. Virgilio Álvarez Pina viene a sumarse a este reducido grupo con un texto póstumo que es, indudablemente, el mejor entre los mencionados, tanto por las muchas nuevas informaciones que aporta para el conocimiento de ese período de nuestra historia como por los matices y la forma en que se narran los acontecimientos.

Virgilio Álvarez Pina -don Cucho, como todos le llamaban- fue pariente lejano y compañero de juegos de Trujillo en los años de la infancia. Sin embargo, su carrera política se inició junto a Horacio Vásquez, de cuyo Partido Nacional llegó a ser candidato a Senador en las elecciones de 1930.

No fue sino en 1932 cuando, en respuesta a varios mensajes de Trujillo, Álvarez Pina se incorpora a su carro triunfal, convirtiéndose en uno de sus más fieles colaboradores.  Sin embargo, al igual que otros, tuvo un largo período “en desgracia”, tres años y medio, desde  1950 hasta marzo 1954, tiempo en que se vio obligado a residir en su finca  y sin ningún acceso al presidente.

Luego de su recuperación se mantuvo como íntimo de Trujillo hasta la muerte del dictador, a pesar de la hostilidad que tuvo que enfrentar entre 1948 y 1954 por parte de Anselmo Paulino Álvarez, quien llegó a ser, durante esos años, la segunda persona más poderosa del régimen.

Dentro del régimen de Trujillo don Cucho fue de los que, dentro de lo posible, y siempre sin ánimo de lucro, era capaz de ayudar a aquellos en aprietos con el régimen, a diferencia de otros colaboradores que lo instaban a ser aun más represivo.

Se podría pensar que después de las entrevistas de Robert Crassweller a don Cucho, durante su exilio de poco más de dos años en Nueva York, material que utilizó el historiador norteamericano en su libro sobre el régimen trujillista, don Cucho no tenía nada más que aportar.  Ahora sabemos que no es así.   Dice don Cucho: “Por eso cuento estos episodios, para que algún día después de mi muerte se den a conocer, si mis descendientes lo creen prudente y contribuyan a establecer los hechos tal y como sucedieron vistos desde la otra cara de la moneda”.

Sus descendientes optaron por publicar estas memorias treinta largos años después de su muerte, en un momento en que ya han salido varios otros libros mostrando al régimen “desde la otra cara de la moneda”.

Estas memorias aportan mucha nueva información provista por un testigo privilegiado y de excepción de los sucesos que narra.  El golpe de 1930, el ciclón de San Zenón, el papel del refugiado español  José Almoina, el poder extraordinario de su rival Anselmo Paulino y como éste contribuyó a la desgracia de don Cucho, la construcción de la Feria en 1955, las muy difíciles relaciones con la iglesia entre 1960 y 1961, el deterioro físico y mental de Trujillo durante sus últimos días, la lucha por influir sobre él por parte de don Cucho y Paíno Pichardo, de un lado, y Johnny Abbes y María Martínez por el otro, el afán de Ramfis Trujillo por sacar dinero del país y las pormenorizadas actividades de Trujillo durante el 30 de mayo, el último día de su vida y el posterior destino dado a su cadáver, son, a nuestro entender, las secciones del libro que más información nueva aportan a la historia nacional.  Su tratamiento sobre el tema de Galíndez, por el contrario, no aporta nada nuevo, lo que prueba que aun los más cercanos al dictador nada supieron sobre las intimidades del asunto.

Finalmente, don Cucho narra su exilio, cuando acompañó a un Balaguer que rechazó un pasaporte diplomático que le fue enviado por el presidente Bosch, pero condicionado en cuanto a su uso.

Varias frases de Trujillo, citadas por don Cucho, son para no ser olvidadas. Después de tres años y medio sin ver al dictador, Álvarez Pina fue llevado por Ramfis ante su presencia, quien, al verlo, con extraordinaria ironía lo saludó diciendo: “¡Carajo, Cucho! ¿Y donde estabas tú metido?”  Un mes antes del 30 de mayo, el general García Urbáez (“Billía”) le informó a Trujillo que Modesto y Juan Tomás Díaz estaban complotando contra él. El comentario del dictador hecho a don Cucho fue: “Un hijo del viejo Lucas Díaz no me traiciona nunca”.

Otra frase es de Balaguer, cuando en el exilio en Nueva York le confió en la intimidad a don Cucho, en más de una ocasión, su convencimiento de que la apertura democrática le brindaría, en bandeja de plata, la oportunidad de volver a gobernar. Pero el propio don Cucho aporta sus propias frases memorables: “Tanto a Anselmo como a mí nos tocó lidiar un toro bravo”. Y luego, refiriéndose a los días finales del régimen: “Sólo a algunos pocos nos tocó lidiar al toro herido en los albores de su agonía”.

Para los que hemos estudiado y publicado sobre este período de nuestra historia no deja de sorprendernos que en 1976, cuando todavía se había publicado poco sobre Trujillo, un hombre de 87 años de edad, dos años antes de su muerte, pudiera narrar, gracias a su prodigiosa memoria, un texto tan rico en informaciones, cometiendo tan pocos errores y de tan poca importancia.

Estas son las memorias de alguien que fue íntimo colaborador de Trujillo durante veinticinco años de sus treinta y uno en el poder, mucho más que cualquier otro, más que un Balaguer que sólo estuvo cercano a Trujillo entre 1950 y 1961, es decir once años. Estas memorias son todavía más importantes porque ningún otro de los íntimos, su viuda o sus hijos, escribieron sobre Trujillo.

Muchos, muchísimos, incluyendo quien esto escribe, no estarán de acuerdo con los juicios de valor de don Cucho sobre el régimen al que sirvió, pero todos debemos reconocer tanto su derecho a expresarlos como el gran aporte que este texto hace a la historiografía nacional.

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