Tras el asesinato de Trujillo, el 30 de mayo de 1961, se inició una nueva etapa en la vida política del país. Sin embargo, la misma no puede entenderse sin los antecedentes que forjaron el liderazgo de Manuel Aurelio Tavárez Justo, el cual era, como dice Raúl Pérez Peña (Bacho) en un artículo titulado Liderato de Manolo, Mao, La 40, La tribuna, Las Manaclas “hijo de una clandestinidad que data de 1949 y forjada frente en alto resistiendo los estertores del trujillato”. De acuerdo con el testimonio de Juan José Cruz Segura, fue Leo Nanita quien integró a “Manolo en la Juventud Democrática”. Vale decir que “Leo Nanita fue uno de los amigos de Manolo más autorizados para describir su temple revolucionario, su perseverancia y su vocación de sacrificio por el futuro del pueblo dominicano”. Para subrayar la importancia de su testimonio, Bacho nos indica que el Dr. Nanita estuvo presente en la “aurora del acontecer amoroso entre Manolo y Minerva durante el cumpleaños de una amiga en Jarabacoa”.
En virtud de esta proximidad con el líder del 1J4, Leo Nanita y Fernando Cueto testimoniaron la “preeminencia del montecristeño como líder político, superior incluso a las dotes carismáticas de Minerva Mirabal”.
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En su escrito, Bacho preguntó a Fernando Cueto: ¿Dónde se incubó y dónde “se templó el acero” del liderato de Manolo? En su respuesta, el puertoplateño subrayó que “la incubación del liderazgo de Manolo Tavárez” puede apreciarse “desde que fue electo presidente del Movimiento Revolucionario 14 de Junio clandestino en la histórica reunión del 10 de enero de 1960 en Mao, Valverde”. Esta “histórica personalidad del MR-1J4” precisó que “la reciedumbre de Manolo como líder del 1J4 salió a flote en la cárcel de La 40 y en La Victoria, mazmorras donde torturaban cruelmente a los presos políticos, con expresiones de golpizas y el brutal suplicio a víctimas sentadas en la silla eléctrica”. En su descripción, Cueto agregó que “Manolo resistió con estoicismo y serenidad, actitud que repercutió acentuando el respeto que irradiaba en los demás”.
Entre los presos políticos que acompañaron a Manolo en La 40, estuvo el Arq. Hugo Quezada, quien evocó los frecuentes “rebencazos” que le proporcionaron a Manolo como una forma de hacerle “pagar las culpas del complot develado”. En su historia sobre Los orígenes del 14 de Junio, Cassá cuenta que Tavárez Justo y Leandro Guzmán fueron “llagados por latigazos, sumergidos en tanques de agua de sal y recibieron el castigo adicional del cenicero, consistente en apagar decenas de cigarrillos sobre el cuerpo de la víctima”. Según Cassá, sus torturadores buscaban “aplastar al individuo, y a veces por simple placer, se podía someter a algunos a situaciones en especial humillantes: por ejemplo, amigos cercanos de Tavárez Justo fueron obligados a golpearlo cuando estaba inconsciente, en medio de risas y sarcasmos”.
Agregó también la legendaria anécdota en la que “en una pausa de las golpizas y crímenes, Cándido Torres le ofreció la palabra a Tavárez Justo, quien se dirigió a sus compañeros encima de un bloque… en el que ponderó que habían sido derrotados en esa ocasión, lo que se interpretó como un llamado a prepararse para nuevas luchas en el futuro”. Esto concuerda con el testimonio recogido por Bacho a Belarmino Cabreja, quien destacó cómo “Manolo alentaba a sus compañeros de prisión política para que mantuvieran en alto la vergüenza sin doblegarse ante los vejámenes”. Otro aspecto importante fueron las vivencias recogidas en los testimonios de Marcelo Bermúdez y Pichi Mella, los cuales coincidieron en que, siendo prisionero, Manolo fue “inmensamente humano hasta con sospechosos de ser infiltrados que no resultaron tales”.
Explica Cassá que “al margen de la desmoralización provocada por la tortura, entre la generalidad de apresados se reiteró la validez de lo hecho y la disposición, en medio del terror, de continuar. Cuando este sentimiento se racionalizó, al cesar las torturas con el traslado a La Victoria, se captó intuitivamente que estaba surgiendo una fuerza política. El liderazgo de Tavárez Justo, hasta entonces circunscrito a quienes lo habían tratado, se afianzó como expresión de reconocimiento de un sentido de hermandad en el antitrujillismo”. Por supuesto, no todos los miembros del Movimiento Clandestino se inclinaron ante su liderazgo. Siguiendo a Cassá, “existe la versión de que el mismo Tavárez Justo fue cuestionado en La Victoria por Ramón A. Blanco Fernández, secundado por Julio Escoto, quienes consideraron que la jefatura (del movimiento) debía otorgarse a Mario Read Vittini, sin que encontraran eco”.
Para entender el magnetismo de Manolo, sostiene Cassá evocando la memoria de Pichi Mella, que fue durante el período en la cárcel cuando este militante “logró una dimensión precisa de la revolución, transmitida por Tavárez Justo, en muestra de confianza por su participación en la colocación de bombas”. Para validar su testimonio, años más tarde Bacho publicó un artículo titulado Manolo Tavárez Justo: La visión de un liderazgo en el que describió a Pichi Mella como “otra leyenda catorcista proveniente de la Juventud Democrática que cumplió comprometedoras misiones ordenadas personalmente por Manolo”. Desde la perspectiva de Bacho “fue el peculiar ángel reconocido a consenso que le granjeó a Manolo el liderazgo indiscutible del Movimiento Revolucionario 14 de Junio en la clandestinidad, en las cárceles, la organización verdinegra, al pregonar públicamente profundos cambios sociales y en la misión hacia las montañas”, tal como veremos en la próxima entrega de esta serie.
Dr. Amaurys Pérez Sociólogo e historiador UASD/PUCMM