El Listín Diario, El Conde y un cúmulo de recuerdos…

El Listín Diario, El Conde y un cúmulo de recuerdos…

Don Moisés Arturo Pellerano López-Penha

Existían cuatro homónimos en 1963. Uno, el profesor don Armando Almánzar, quién llegaría ser secretario de Estado de Educación y padre de uno ellos, otro Armando Almánzar Botello, poeta, ensayista y regatista. Otro Armando Almánzar Rodríguez, cuentista, periodista y crítico de cine y otro Armando Almánzar, un periodista de larga experiencia, esposo de una asesora «espiritual» de mi madre doña Mimi, quienes vivían en el segundo piso de la Estafeta Postal de la avenida San Martín. Recurrí a don Armando, pues sabía que formaría parte del Listín Diario, que se aprestaba a reaparecer.

Por: Onorio Montás

Ese intento no funcionó, pero tenía otra carta que jugar, don Moisés Arturo Pellerano López-Penha, vecino de mi tía Mercedes Leonora Montás Valdez en la corta calle Osvaldo Báez. Yo tenía apenas tenía 17 años. Don Moisés me llevó directamente donde don Rafael Herrera, y ambos se convirtieron en mis guías permanentes.

Me enviaron donde don Jaime Lockward, jefe de Redacción, para que aprendiera a redactar con una loma de periódicos del viejo Listín, La Opinión, La Nación y El Caribe, como método preferido de don Rafael que no creía en «los teóricos» y tenía que transcribir noticias de política, deportes, policiales, sociales, de opinión del diario que reaparecería con una novedosa composición y Paste-Up, donde laboraban Virginia Albuquerque, Nereyda Rosado, Danilo Domínguez (luego cronista y comentarista deportivo), Eulalio Almonte Rubiera (destacado director de NotiTiempo), Venancia Grangerat, Haydeé Bueno (difunta esposa de Virgilio Alcántara), Papo López y en la redacción un filtro en la corrección de estilo, Diódoro Danilo Vicioso, Marcio Veloz Maggiolo, Pablo Golibart, Ciriaco Landolfi Rodríguez (quien competía con don Rafael Herrera con los cigarros en toda la redacción) y para terminar con rigurosidad de las información estaban Milcíades Ubiera y un amigo portugués, Manuel Zorribas, que había llegado a nuestro país contratado para la Feria de la Paz y Confraternidad del Mundo Libre para reconstruir las “Tres Carabela de Colón” y se «aplatanó», formó familia y terminó junto a Ubiera en una rigurosa e implacable corrección final de las páginas, que completaba J. Agustín Concepción, que no soportaba que mis notas aparecieran Onorio sin H. Existía una redacción de lujo, comenzando con Pedro René Contín Aybar, Giovanni Ferrúa, Huberto Soto Ricart, Félix Acosta Núñez, Pedro Caba, Virgilio Alcántara, Silvio Herasme Peña, Santiago Estrella Veloz, Alejandro Paniagua, Luis Pimentel Baralt, Luis Ovidio Sigarán, Luis Langa Mota, casi todos los redactores tenían en sus pequeños escritorios un cenicero.

El Listín Diario ocupaba un edificio de tres plantas en la calle 19 de Marzo, de la Ciudad Colonial. El primer piso estaba dividido en dos partes neurálgicas: la primera el área Administrativa, enla que fungía como administrador general Federico Henríquez Gratereaux, y la Gerencia de Publicidad, dirigida por Carlos Pellerano López-Penha y el gran hombre de confianza de los Pellerano y Carlos Alberto Ricart Vidal (quien se paseaba por todas las instalaciones al igual que don Tuturo Pellerano, con un pitillo con aire de marqueses).

Ese hombre era Pedrito Russo Fernández, quien era responsable de todo el inventario y almacén. Recuerdo en medio de la Revolución de Abril de 1965 que el que el Listín se convirtió en el gran suplidor de los periódicos, primero Patria y luego La Nación, tras una llamada del presidente Alberto Caamaño a don Tuturo y la orden impartida a Pedro Russo con la recomendación de que le diera de los rolos que tuviera el “CORE” estropeado.

En el segundo piso estaba instalada una enorme rotativa off-set Vanguard, que solo usaba esa tecnología en Argentina y operada por uno de nuestros «cocolos», llamado Jaime Richarson. Recuerdo a Trifolio en fotoacabado (luego me lo llevé al periódico El Siglo), planchas y negativos y foto técnica.
En el tercer piso estaba el archivo, responsabilidad de doña Gladys Goico y Nelly Thomas, una cocola malgeniosa y poco simpática.

Al fondo estaba la Dirección, con un pasillo a todo lo largo hasta la escalera, que don Rafael usaba para para meditar sus editoriales, hasta que Donald Reid Cabral se aparecía siendo presidente del Triunvirato, y que el director le huía como el diablo a la cruz y se iba a donde su digitador preferido, José Antonio López, a dictarle los encendidos editoriales contra el golpe de Estado.

Estaba pegado en ese mismo piso (o Paste-Up) primero Virginia y luego Rafael Muñoz, junto a César Pichardo y el área de Composición con un sistema de perforación de cintas y luego de impresión en papel llamado “JWiteRitter”.

Luego la enorme Redacción donde estaban “Los Jefes”. Recuerdo que en la “media luna” estaba don Jaime con su séquito. El único que te tenía responsabilidades era Pablo Rosa, que estuvo a cargo de la sección Internacional o las mundiales hasta la hora de su muerte con su asistente Ramoncito, con un eficiente mensajero de “sangre liviana” que apodáramos “Tornillo”, que le llevaba los cables de RCA (despachos de teletipo) primero al director. En eso no se esquivaba.

La calle El Conde

“La calle El Conde, un kilómetro con Historia”, como le llama el arquitecto Omar Rancier, en un artículo sobre la Ciudad Colonial, y es así, desde la avenida “Del Puerto” hasta el “Altar de la Patria”, solo la entorpece Telemicro, que le hace fondo al Mausoleo a nuestros padres de la patria.
Salíamos a cualquier hora de los entrenamientos novedosos que pondríamos en práctica un grupo de viejos y jóvenes que estrenaríamos nuevas tecnologías en el diarismo,. Nacía el off-set.

Y nacía un nuevo Gobierno, fruto de unas elecciones luego de más 31 años de férrea dictadura, y nacía una nueva Constitución de la República, el 29 de abril de 1963.

El activismo político estaba en su máxima expresión después del triunfo de Juan Bosch el 20 de diciembre de 1962, el local del Partido Revolucionario Dominicano (PRD) estaba ubicado en la calle El Conde No. 13, justo frente al del Movimiento Revolucionario 14 de Junio, que estaba en El Conde esquina Hostos; Unión Cívica Nacional frente al parque Independencia, y en El Conde esquina Espaillat los otros más de 20 partidos que habían participado en esas elecciones presidenciales y congresuales post dictadura.

La ciudad de Santo Domingo cobraba su normalidad. La pizzería Sorrento, con su atento Mimo al frente. Al lado el viejo Roma, con don Rómulo y doña Herminia, luego el hotel casino y la Böite Montecarlo, con Félix del Rosario y sus Magos del Ritmo, la barra Dumbo, cafetería Paco. Justo en la Santomé, el Roxy, el Panamericano y luego el Yassonie, que era un centro bailable con Jhonny Ventura en algunas oportunidades.

La gran concentración de diversiones se aglutinaba alrededor de La Cafetera, que laboraba las 24 horas del día. Recuerdo a Franco, el dueño, sentado en la caja y detrás tenía dos ollas enormes llenas una de cocido y otra de mondongo.

Al frente estaba “El Sublime”, una cafetería que era el sitio preferido de los intelectuales, teóricos del marxismo, artistas y publicistas que estaban la mayoría de publicitarias en toda la extensión de esa calle que era la arteria principal.

El Moulin Rouge, un exquisito restaurant de lujo propiedad de Alberto Amengual, abría sus puertas al mediodía. Tenía como especialidad la cocina francesa. Dividido por un pasillo quedaba un piano bar que se hizo famoso por la ejecución al piano de Enriquillo Sánchez, un pianista “entertainment”, hasta bien entrada la madrugada.

Las noches eran interminables. Al final de la madrugada tenía mi tabla de salvación. Los viejos choferes se estacionaban en “La Cafetera” a esperar que apareciera una “carrera”. Estos dos señores eran don Gory Coll, padre de mi amigo Juan Coll, quien vivía en la Ciriaco Ramírez, y don Amado Cordero, quien vivía en la Doctor Brenes, compadre de mi padre y esposo de doña Illía. Se disputaban quien me llevaría a mi casa, a pesar de que a veces subía por la 30 de Marzo cuando iba a escuchar a Félix del Rosario y sus “Magos del Ritmo” y a deleitarme con la voz e improvisaciones del brillante locutor Ramón Rivera Batista haciendo gala de su elocuencia. Todavía no había temor de caminar solo por la ciudad, la delincuencia no se había dado cuenta que habían matado al dictador Trujillo.