La medición y el coste psicosocial de vivir en ciudades altamente estresadas, ruidosas, contaminantes, de caos en el tránsito, oscuras, aglomeradas y de poca visibilidad recreativa, son las que impactan en la salud física y mental de las personas.
Los altos niveles de irritabilidad, enojo crónico, insatisfacción, nerviosismo, insomnio, estrés, ansiedad y frustración colectiva son las consecuencias que pagan los ciudadanos de vivir dentro del urbanismo desorganizados y sin planificación de los servicios sociales; además, los altos niveles de migración y movilismo social sin planificación ni estrategia de respuestas estructurales en mejorar los niveles de la vida de las personas.
Tenemos una población en aumento de enfermedades que tienen que ver con el macro-estrés crónico con el que vivimos: hipertensión arterial, pérdida de la audición, diabetes, obesidad, tabaquismo, alcoholismo, agotamiento emocional, nerviosismo, consumo de ansiolíticos y antidepresivos, entre otras.
Por otro lado, la usencia de políticas públicas en seguridad ciudadana ha aumentado el vandalismo, pandillerismo, agresiones, violencia social, conflictos sociales, accidentes de tránsitos, violación a las normas de convivencia y una falta de cultura de buenos tratos, de paz y de bienestar social.
Además, el macro- estrés se percibe en la falta de servicios de calidad y con calidez en áreas vitales como son: educación, salud, agua potable, energía eléctrica, transporte, seguridad ciudadana, derechos ciudadanos, corrupción pública y privada, etc.
El costo de todas las deudas sociales acumuladas, la falta de solución a demandas sin resolver, son los que reproducen la indefensión aprendida, la alta conflictividad ciudadana, la desesperanza, la impotencia y frustración que alimentan los altos niveles de intolerancia social y de cultura de violencia.
El crecimiento de las grandes ciudades, Santo Domingo, Santiago, San Cristóbal, la Vega, Romana e Higüey, ect. Son migraciones rurales buscando el espacio, las oportunidades del desarrollo social, pero, sin planificación, empujando a la persona a vivir en la marginalidad, sin empleo decente, sin acceso a servicio, sin niveles de adaptación psicosocial.
Esa falta cohesión social, de inclusión y de acceso al bienestar social se traduce en altos niveles de frustraciones y desmoralización con desesperanza, como explicaba el sociólogo Sulliman.
Los ayuntamientos, interior y policía, el Estado con todos sus ministerios tienen que buscar respuestas planificadas con estrategias horizontales y asertivas, de corto y mediano plazo en buscar soluciones debido a los altos niveles de arrabalización, de procesos de aculturalización y crisis de identidad generalizada, donde se violan todo tipos de normas y de derechos ciudadanos.
El macro-estrés hay que declararlo en S.O.S, en una urgencia social para detenerlo con intervención rápida, sostenida y con normativas severas. La violación a los espacios públicos, el irrespeto por las normas de convivencia son resultados de los procesos de transculturización y de influencia en los comportamientos sociales, no siempre comprendidos y asimilados por los grupos sociales.
Es urgente cambiar e imponer nuevos estilos de convivencia y de cultura de buenos tratos, si queremos gerenciar una ciudad y ciudadanos decentes, equilibrados, respetuosos, alegres, felices, altruistas, solidarios y amistosos, en todos los espacios y servicios sociales.
Resumiendo, el macro- estrés altera la salud mental del colectivo social, las políticas públicas y la inversión en el bienestar social son las respuestas integrales que espera la sociedad.