El maestro Iván Tovar en toda su poética

El maestro Iván Tovar en toda su poética

Durante los años sesenta y setenta, en los medios parisinos del arte, se comentaba sobre un artista dominicano surrealista que vivía en París. Pero, fue en la década del ochenta que tuve el acercamiento a la obra de Iván Tovar, gracias a la introducción del también artista y amigo Silvano Lora.
Lo primero que me llamó la atención fue su elegancia de “gentleman”. Iván Tovar lucía una expresión de hombría muy “british”, con una figura sobria y formal. Expresaba primero su curiosidad con la mirada, antes de formular una palabra.
Hablaba un francés perfecto, con una música y tonalidad propia, donde se sincronizaba un acento latino apenas perceptible. Expresaba mucha libertad en los comentarios sobre su obra y recuerdo largas conversaciones sobre su atracción hacia el dibujo, que inició su infancia en San Francisco de Macorís, donde nació y se educó. Nos comentaba que cuando llegó a la Escuela Nacional de Bellas Artes ya sabía a los catorce años que quería ser artista plástico, y entrar a la escuela; para él, no fue más que confirmar la necesidad de formarse técnicamente, pues ya tenía a esa edad la idea de su imagen visual.

Entendimos el blanco en toda su dimensión pictórica, pero también escultórica, hasta poder hablar de un blancotovariano que contiene todo un discurso tanto en el dibujo como en el volumen. Sus formas en yeso evocan una sensualidad que marca un movimiento en la forma dándole vida.

Tuvimos la oportunidad de acercarnos a su obra en residencias de coleccionistas, tanto en Francia como en República Dominicana, y siempre pudimos confirmar en su factura visual la intensidad sensorial de las formas como si estuviéramos frente a múltiples y diversos cuerpos femeninos. Estamos frente a una obra pasional y carnal cuyo objeto es el deseo. En este aspecto, los especialistas que pretender catalogar a Iván Tovar dentro de la corriente surrealista, no pueden descartar las emanaciones líricas y las metáforas visuales de una obra cuya poética contiene un lenguaje, un discurso erótico y muy sutil. Es ahí, donde Tovar aporta al surrealismo una liberación en cuanto a la conectividad con el vidente, pues cada una de sus obras permite restituir el movimiento, el ritmo, la sinfonía de una expresión plástica que anticipa la palabra.

En el año 2001, la Fundación Guggenheim, ubicada en Nueva York, presentó una colectiva de obras surrealistas de grandes maestros y la presencia de Tovar llamó la atención por la fusión de las formas en cuerpos humanos, pero también zoomórficos.

A veces, sentimos la presencia de un cisne blanco y otras veces el vuelo atrapado de una gaviota. Es indiscutible que dentro de la historia del arte contemporáneo de América Latina, Iván Tovar ha marcado desde sus inicios una particularidad, una excepción que llevó durante toda su vida y que en sus años parisinos dentro de la Sociedad de Artistas Latinoamericanos residentes en París, este maestro dominicano fue siempre reconocido como un artista confidencial y reservado que conducía su obra con coherencia y profesionalidad.

Desde Francia penetró en el mercado internacional, llevando su obra con un ritmo consecuente y adecuado a su existencia.

Supo conducir su carrera con discreción y una determinación que pocos artistas logran, pues él llevaba de su mercado y valoración de su obra imponiendo el respeto de la misma.

Iván Tovar suscitó en República Dominicana un asombro por su independencia y por su valentía visual, sin ser ajeno a la “dominicanidad”, ni ocuparse de competencias, ni enfrentamientos con los localismos del medio. Sin embargo, siempre mantuvo una relación abierta con la sociedad dominicana y con un galerismo que lo respetaran en su presentación y criterios.

En estos diez últimos años, su obra fue muy solicitada por los coleccionistas dominicanos y muy apreciada en los museos internacionales. Debemos destacar aquí que la pintura y la escultura de Iván Tovar son el resultado de la línea. Una línea aérea, libre, suelta y segura, que ya se manifestaba en sus trabajos sobre papel de la década del 60, cuando apenas tenía 20 años. Existe una comunicación visual y un diálogo permanente, tanto en el trazo dibujístico como en el tratamiento del color en la pintura y los límites de la forma y volumen en la escultura.

Iván Tovar es un maestro de la excelencia en cada una de estas tres competencias. Su obra es diáfana, limpia, sin excesos, sencillamente virtuosa. No es de extrañarse el éxito que tuvo en España, su exposición antológica en el Museo de la Fundación Granell de Santiago de Compostela, donde residió por unos años y fue acogido como uno de los mayores maestros latinoamericanos contemporáneos. La prensa regional de Galicia, la intelectualidad universitaria de Santiago de Compostela, manifestaron una admiración generosa y aplaudida de tal manera que debo señalar ahora haber recibido varios correos y llamadas amigos y compañeros donde me exaltaban su presencia en tan importante región.

Con su partida este Maestro nos deja un legado artístico que pone en alto a República Dominicana, y que sirve de ejemplo para las nuevas generaciones artísticas, pues toda su carrera fue ejemplar por ser firme con su pensamiento y con su determinación con el arte y la cultura.

Fue justo y necesario concederle el Premio Nacional de las Artes en República Dominicana, pero pensamos que una vez liberado de la circunstancias actuales, Iván Tovar se merece un homenaje nacional en el Museo de Arte Moderno de Santo Domingo, y crear una sala-museo que haga posible que su obra llegue a toda la ciudadanía nacional e internacional.

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