El mar, “esa fuente de inspiración literaria” ha dejado al descubierto la vastedad de textos escritos en su nombre.
Dando vueltas al exhibidor me encontré dos aletas y dos atunes. Gratamente impresionada por la coincidencia conocí a “La mujer que buceó dentro del corazón del mundo”, un inesperado encuentro que me aguijoneó el alma, presagiando un final memorable.
Sucedió en un kiosko del aeropuerto de Tocumén, Panamá. Estaba de tránsito, a unas cuantas horas de las Galápagos, mi destino final, mi segundo buceo en aguas internacionales, el primero en las islas.
Empacada en grandes caracteres rojos y editada por Planeta, la novela de la mexicana Sabina Berman me ha llevado, desde ese mayo de 2012, a una colección temática que ha ido creciendo y fluyendo a sus anchas, como el agua del mar.
Desde entonces, como anzuelo para pescar libros en el mar me ha bastado un título, un diseño de portada, unas líneas abiertas en cualquier página, una reseña o una sinopsis de contraportada. Siempre que aluda a algún elemento relativo al mar y la prosa me engarce, la suma es inevitable e invaluable.
Solo entonces, “tumbada en el fondo de la arena del océano me dedico a existir. A estar.”
Rutina atávica
El mar, “esa fuente de inspiración literaria” ha dejado al descubierto la vastedad de textos escritos en su nombre. Los que me han tocado los he ido ordenando cronológicamente a partir de la fecha en la que hasta a mi orilla han llegado.
“El equilibrio de los tiburones”, Editada por Alfaguara en 2008 me atrapó por su portada y contraportada en junio 2012. Llegó segundo a mi colección oceánica, instalándose Caterina Bonvicini en mi pequeña biblioteca a la espera sin prisa del tercero: “Las personas que se cruzan en su vida son tan fascinantes e impredecibles como los tiburones: pueden atacar y herir inesperadamente, sobre todo si perciben el miedo”.
Una nimiedad para muchos, pero muy grande para mí. Con “Océano mar” llegó Alessandro Baricco en septiembre 2012. “No se puede apagar el mar, cuando arde en la noche”. Como esqueleto de pescado al vapor quedó el libro editado por Anagrama, tras acercármele por primera vez.
Entre octubre y diciembre 2012 leería con fruición. De una sola pasada me había traído de la librería mi propio iceberg.
Tusquest puso en mis manos “Profundidades”, del narrador y dramaturgo sueco Henning Mankell. Más hondo no podrían bucear las emociones. Como Lars, su arquetipo de ficción experto en medir las profundidades marinas, Mankell demuda: “un derecho del que disfruta todo ser humano, el de no revelar las miserias que esconde”.
Regresa Baricco un 29 de diciembre de 2012 con “Novecento”, la leyenda del pianista en el océano. Termino de leerlo, conmovida y bañada en un llanto quedo, silencioso y nostálgico.
El mar, el mismo mar
“Algo que brilla como el mar” es el título de la novela de Hiromi Kawakami del que no he podido desprenderme cuando en días de sol veo el titilar de la luz sobre el mar.
Con la corriente a mi favor, diciembre 2012 me arrastra hacia los escritores japones. Volveré a ellos y desbordaré mi biblioteca con su narrativa pulcramente pulida, profunda y nostálgica. “Algo que brilla como el mar es, por encima de todo, una historia en la que fluyen con naturalidad los aspectos más recónditos del alma”.
Considerada una de las más bellas historias de amor de la literatura, “El rumor del oleaje”, de Yukio Mishima, uno de los escritores más importantes del siglo XX, resuena con fuerza en los espacios literarios.
Es la primera de las tantas novelas que me acercan a Mishima y la que me llevará a descubrir el sabor de su sello inconfundible.
Comunidades de pescadores artesanales, casi siempre apartados de la civilización, con sus desgracias, sus miserias y tristezas las encontraré recurrentemente en los autores japoneses, verbigracia, en “Naufragios”, magistral novela en la que Akira Yoshimura recrea el arte y los secretos de la pesca “en un remoto y miserable pueblo costero del japón medieval, aislado del mundo por el mar y las montañas”.
Cierro diciembre 2012 con “El mismo mar”, del israelí Amós Oz (Jerusalén, 1939), una hermosa mezcla de prosa y poesía que lo consagran como uno de los grandes escritores de la literatura contemporánea: “En la ventana de mi cocina el mar habla ya del otoño”. “El mar quita/el mar da”.
El silencio del agua
“Allí, en la oscuridad, bajo un cielo tempestuoso, observando la tenue fosforescencia de las olas mientras avanzaban con entusiasmo (…)” subrayo exultante la página 211 pues justo es el escenario que tengo en frente. En mis manos, la fuerza descriptiva del escritor irlandés John Banville en su novela “El mar”, con la que estrené un furioso abril de 2013.
Hasta el verano de ese año no volví a leer con tranquilidad ni había vuelto al agua. En julio 2013 me encierro en mi traje de buzo y vuelvo a sumergirme, espoleada por la frase casi lapidaria que encontré en “Del agua”, la novela de Jhon von Duffel con la que me sumergí en su maravillosa prosa: “Siempre volvemos al agua”, escribe.
“El agua es el elemento que cohesiona la historia de una familia fabricante de papel, y al agua se asemeja la prosa y el ritmo de la narración de Von Duffel, que nos arrastra por la poderosa atracción de su torbellino interior”. La cita corresponde a la reseña de la obra colocada en contraportada con la certera finalidad de pescar lectores una vez en sus aguas.